Vestirse de un cuerpo diferente
Para las que no estamos acostumbradas, ponerse un traje de flamenca es una experiencia turbadora. Hace tiempo me probé uno, medio antiguo, de popelín espeso amarillo y rosa. El ajuste al torso y el balanceo del peso de tanta tela desplegada hacia abajo imponía un movimiento majestuoso y cadencioso, algo lejano de mi porte normal; quería girar, sacudir enaguas, sentarme así y asá. Sólo la apropiación de los pantalones por las mujeres ha debido de provocar sorpresa semejante, en cuanto a tener una sensación del cuerpo enteramente diferente, creada por la prenda en sí. Con estos pensamientos, le pregunté a la alcaldesa de Sevilla, Soledad Becerril, -cuya combinación armoniosa de colores me llamó la atención antes de saber quién era- qué sentía vistiendo de esta forma. "Como madrileña...", empecé, queriendo sugerir que ella, como yo, podía adorar el milagroso vestido cual sueño de niña, cumplible de repente sin temor a la cursilería. La alcaldesa sólo percibió una tacha sobre sus credenciales andaluzas, y la conversación se cortó con celeridad. Me sucedió algo parecido con otras mujeres, cuando les preguntaba sobre el sentir del traje. De sensualidad, nada, como si la cosa no fuera pensada para halagar las formas mediterráneas, subrayando las curvas del torso y escondiendo las piernas. Ellas se encuentran "a gusto", "bien", "sevillanas". Lo importante es estar acorde con el momento, el momento sevillano -no importa, es obvio, si un tono te sienta o no- y tal vez seguir las modas casi invisibles que se proponen. Este año, según los encargados de Tienda Sevilla, el color es el morado (para suerte de cierta señora que se cosió un traje el año pasado en el color de entonces, el albero, con la extraña intuición de bordarlo en morado). También se insinúan los estampados florales. Las mangas son de farol, y la talla más baja. Los volantes deben alternar el corto y el largo. Aquello no impide un posmodernismo salvaje en las calles de la feria, con mangas cualquieras, colores anárquicos y volantes a voluntad. Para mi gusto -que se desarrolló velozmente a partir del momento en que empecé a distinguir sutilezas- sólo lunares y lisos. Sintonizan mejor con las rayas de las casetas. Al basurero de la historia con el mantoncillo, este púdico pañuelito como los de boy-scout, y peor con franjas; el equilibrio del traje exige escotes y cuellos despejados. Y popelín. Si las georgettes y los crespones permiten una paleta fluorescente -idónea para ser rescatada de un alud de nieve- son horriblemente livianos. Sin embargo, la mayoría los prefieren. Sufrir, pero menos. Las chicas Sprite, todas de verde gaseosa, defienden lo clásico aunque les encantan las telas nuevas, y cuando pregunto si se vería mal que yo me "vistiera" (sintiéndome de pronto desnuda, seca, sin tradición) me aseguran que sería perfecto mientras no fuera demasiado original, como una extranjera la otra noche con traje de lentejuelas. Todo tiene un límite.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.