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Tribuna:LA HORMA DE MI SOMBRERO
Tribuna
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"I Nàpols?" JOAN DE SAGARRA

Al regresar de Catania, donde fui a ver el estreno de Il birraio di Preston, la adaptación teatral de una novela de Andrea Camilleri, después de escribir mi última horma desde la misma Catania, desde el Grand Hotel Excelsior, rodeado de pilotos americanos y de putillas, bien provisto de cigarros habanos y de whisky (irlandés, como su nombre indica), alguien, una voz afeminada, me dejó grabado en el contestador: "I Nàpols? Què ja no hi va?". Desde que empecé a escribir estas crónicas -o lo que sean- dominicales, me he encontrado con un público relativamente fiel al que yo agruparía de la siguiente manera: aquellos a los que les agrada la memoria barcelonesa de un niño, de un adolescente y de un joven afrancesado, que escuchó cantar a la Greco en el Rigat y a Brel en el Emporium; que fue amigo de Alberto Puig Palau y de Pierre Deffontaines, el director del Institut Français, un hombre de la edad de mi padre (nacido en 1894); el Sagarreta que compartía el aperitivo -un zumo de naranja-, en el desaparecido Guinea, con Pla, con Pujols, con el notario Noguera, con los hermanos Llimona; con su padrino, Lau Duran Reynals, y, cómo no, con su padre, Josep Maria de Sagarra, el poeta. Un niño privilegiado en la Barcelona de los cuarenta y los cincuenta. Luego están los que me recuerdan en la barra del Boccaccio -mi máquina, una Olivetti, Lettera 35, lo escribe correctamente, como la máquina de Savinio, pero lo cierto es que Oriol Regàs dejó cojo al bueno de Giovanni: lo convirtió en Bocaccio, se le comió una ce. El joven Sagarra, cronista de la gauche divine, como él la bautizó, inventor de la cultureta, rebentista reconocido y reconsagrado (por el bisbe Manent, en la Gran Enciclopèdia Catalana, primera edición) de la Cataluña de la Banca Catalana y del Això No Toca. Y, finalmente, están los que -amén de los numerosos amigos de la boxa catalana (me dicen que el homenaje a Gironès será, pronto, una realidad)-, me tienen como el napolitano, el cónsul de Nápoles en los papeles barceloneses. Y ese consulado, honorario, y, por qué no decirlo, merecido, es algo que no sólo me honra, sino que me satisface. Y muchísimo. Nací francés (París, 1938), me crié en una Barcelona humillada, pero en mi caso privilegiada y afrancesada (la biblioteca de mi padre, sus amigos). Crecí en aquella Barcelona que Pere Gimferrer describía, en el mejor de los casos, como una subprefectura de los Pirineos Orientales: la Barcelona del Institut Français, la de Pierre Deffontaines, geógrafo, muy rive gauche, que vivía en la calle de Balmes y me invitaba a almorzar un domingo y el otro también. Y me agradaría morir en Nápoles, napolitano, en una vieja finca de Posillipo, de repente, jugando al póquer u oliendo un jazmín. "I Nàpols?" Que ja no hi va?". ¡Claro que voy! Pero a Nápoles se puede ir de muchas maneras. Se puede ir con la imaginación, con la lengua imaginativa, lamiendo centímetro a centímetro un canello, un canutillo relleno de ricòtta, como si fuesen las piernas de la Cucinotta (Maria Grazia Cucinotta, la de Il Postino), y se puede ir también, literariamente, lamiéndolo, palabra a palabra, de la mano de Josep Piera, autor de Un bellíssim cadàver barroc (Edicions 62, Barcelona, 1998. 246 páginas, 2.500 pesetas). Josep Piera i Rubió, Beniopa (La Safor), 1947. Coincidimos en una edición de los premios Octubre, en Valencia, pero yo le conocía de antes -no se lo dije-, de haberle leído, en castellano -Ave Fénix, Málaga 1971-, un librillo de poemas que encontré en el piso barcelonés de Guillermo Carnero, cuando Guillermo y yo compartíamos una novieta. "Sí, Nàpols és això: un preciós cadàver ple de verms humans que es multipliquen com més avança la corrupció de la mort. Un bellísim cadàver barroc", escribe Piera. Yo regreso a Nápoles lamiendo, palabra a palabra, el libro, hermosísimo libro del poeta Piera, como regreso a ella, lamiendo, palabra a palabra, L"auberge des pauvres, de Tahar Ben Jelloun (Seuil, París, 1999. 295 páginas, 114 francos franceses). "Quand je pense à Naples une nuit d"insomnie, je vois des rues étroites et des rats courir derrière des enfants nus. Je vois une colline descendre vers le port et décharguer des vieilles pierres. Je vois un bateau de lumière s"eloigner vers les îles", escribe Ben Jelloun. "I Nàpols? Que ja no hi va?". ¡Claro que voy! Siempre voy, siempre regreso a Nápoles. Con Piera, con Ben Jelloun, lamiendo los canelli de la Cucinotta (la cual, por cierto, no es napolitana: es siciliana, de Messina). ¡Viva Messina!

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