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Triunfo musical de "La dama de picas" en el Mayo Florentino

Silbidos y pateos para el director de escena y el coreógrafo de la ópera de Chaikovski

Fue una noche enteramente rusa la que inauguró el jueves la 62ª edición del Maggio Fiorentino. Rusa la ópera, La dama de picas, de Piotr Ilich Chaikovski; ruso el director de orquesta, Semyon Bychkov; rusos los principales intérpretes: Maria Gravrilova y Vladímir Galuzin, y los responsables de la dirección de escena, Lev Dodin, escenografía, David Borovski, y vestuario, Chloé Obolenski. Si la música y el canto funcionaron, con entusiastas aplausos, el montaje y la dirección provocaron una violenta reacción de la platea con silbidos y pateos a una puesta en escena que no gustó.

Piotr Ilich Chaikovski escribió en Florencia hace algo más de un siglo La dama de picas, una ópera profundamente rusa pese a las múltiples influencias musicales (de Mozart a Wagner) que se escuchan en algunos momentos. Basada en una obra de Pushkin, posee toda la tristeza, la eterna nostalgia que invade al pueblo eslavo, especialmente en un fin de siglo enloquecido, en el que mientras crecían los demonios, que retrataría Dostoievski con admirable precisión, las clases altas, afrancesadas, vivían para el juego y la futilidad. La obra representada en Florencia, una coproducción con la Ópera holandesa, no se representaba en un teatro europeo desde hace 25 años. La versión de Dodin, en la que brilla admirablemente el tenor Vladímir Galuzin, dando vida a Hermann -el jugador que llegará a enloquecer-, no sólo con una voz espléndida, sino con dotes de consumado intérprete, no acaba de prestar a la obra toda la exuberancia estética que requiere.

Escenario tétrico

Construida sobre un escenario casi tétrico, la habitación del hospital para enfermos mentales donde yace Hermann al final de su vida, se suceden, traídas por la memoria delirante del enfermo, las escenas de su vida pasada. Hay destellos hermosísimos de música rusa, como los coros de campesinos, criados o supuestos enfermos mentales como él. Y, en general, un tono de calidad que, sin llegar a los niveles de Eugenio Oneghin, la ópera cumbre de Chaikovski, hace de esta pieza una obra agradable de escuchar. La historia de Hermann, que renuncia a su amor por Liza (una excelente Maria Gavrilova), obsesionado por arrancarle a la condesa, la abuela de la joven (papel interpretado por la austriaca Helga Dernesch), el secreto de las tres cartas con las que vencerá siempre en el juego, está, por lo demás, contada con precisión y brillantez. Si bien el público italiano aceptó con poco entusiasmo el recurso a los subtítulos para entender el diálogo musical de La dama de picas, representada en ruso en el Teatro Comunale, está claro que ha llegado el momento de representar las obras en su máxima pureza. La historia de La dama de picas, con todas sus connotaciones de fin de siglo, tiene un extraño sentido actual, especialmente en una Italia sacudida por la pasión de la lotería, y del juego en general. La versión operística altera un tanto el relato de Pushkin, añadiendo a la historia un amor frustrado que no acaba de estar descrito con tintes convincentes. La pasión del jugador parece ser sólo una metáfora, de una pasión frustrada que atormenta al protagonista, un ruso pobre en una encrucijada histórica apocalíptica.

"La obra es la historia de una enfermedad", explica el director de escena, Dodin, "no se trata sólo de una pasión fatal por el juego de cartas, sino de la conciencia casi clínica de la propia insuficiencia, de la propia inadecuación; en resumen, de una crisis de identidad completa".

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