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LA CRÓNICA Llega Veturián Arana IMMA MONSÓ

Una vez más voy a seguir con mi costumbre de hablar sobre cosas o personas que desconozco, dada mi impresión de que a veces atinamos más en apreciaciones intuitivas que en análisis pormenorizados de la realidad cotidiana, que de tan próxima se nos hace compleja y huidiza, escurriéndose con más rapidez que aquello que sólo acertamos a percibir, entrever o atisbar. Por ello, esta crónica se podría titular Nada sobre Veturián, pero sería exagerado pues, pese a todo, sí conozco dos cosas importantes de este hombre, ambas tremendamente interesantes: su señora madre y sus fotografías. La madre. Fueron mis tiítas consortes, María y Teresina, quienes me presentaron a Elvira, la madre de Veturián. Verlas a las tres juntas es algo que alegra la vida a cualquiera, especialmente si ese cualquiera es mujer. Entre las tres suman alrededor de 250 años y, sin embargo, cada vez que como con ellas tengo la impresión de haber estado inmersa en un baño de juventud. Ex luchadoras ante mil adversidades, lectoras empedernidas, melómanas activas, apasionadas devoradoras de la vida cultural del centro ciudad, son todo lucidez, desparpajo, cálido corazón, mordaz sentido del humor y curiosidad insaciable. Lamento decir que pocas veces se dan tales encuentros entre la gente más o menos joven. Será que todavía no estamos lo bastante fogueados. Y es que hay vidas que dan mucho de sí. La última vez que las vi acababan de asistir a la presentación del libro de Carmen Alborch Solas, título con el que se sienten alegremente identificadas. Unas, las tías, porque han ejercido una soltería envidiable, sacudiéndose pretendientes y resistiéndose a toda suerte de consejos cazurros sobre la conveniencia de casarse. La otra, Elvira, porque lleva ya muchos años, desde el inicio de su tercera y última viudez, disfrutando de una vida independiente e intensa. Cuando se le antoja salir de su piso del Eixample, se va unos meses a México a visitar a su hermana y a sus amigas, las que quedan aún procedentes de aquel exilio republicano. O a Londres a visitar a algunos de sus hijos. Por ejemplo, a Veturián, de quien habla con frecuencia. Hijo de su segundo marido, el escritor aragonés y republicano en el exilio José Ramón Arana, de Veturián ella supo que "valdría la pena" cuando, aun siendo un bebé gamberrete, empezó a contarle un cuento y él la siguió por toda la casa para escucharla. Nacido en México, vivió sus primeros años rodeado de mujeres, pues su madre tenía una residencia de estudiantes americanas. Poeta precoz, recibió una beca Salvador Novo de poesía, trabajó en el mundo del cine junto a J. L. Borau, fue premiado como realizador de vídeo, siguió publicando poesía, exponiendo sus fotografías en México, Barcelona, Viena. Se instaló en Londres tras ser nombrado director de publicidad de Amnistía Internacional. Más tarde, tal vez para compensar el desasosiego que le acarreó el hecho de contemplar, día tras día, tantas atrocidades, pasó a regentar una agencia de paparazzis que, para regocijo de su divertida madre, ha entrado en crisis tras la muerte de Lady Di, momento de vacas flacas para la profesión en Londres. Y aunque ahora la cosa ha mejorado, él ha decidido deshacerse de la agencia e instalarse en Barcelona. No he de negar que la primera vez que Elvira me regaló un libro de fotografías de su hijo, antes de dejarme cautivar por las imágenes, me dejé desconcertar por sus palabras ante el bello desnudo femenino que ilustra la portada: "Y aquí el culo de su mujer. O sea, de mi nuera. Y nieta. Vamos, de mi nieta-nuera". En efecto, Veturián, hijo pequeño de Elvira, se enamoró de su sobrina Cala, hija del hijo del primer matrimonio de Elvira, de quien hizo su musa, modelo y compañera. La llamémosla madre-abuela-suegra lleva la situación con un donaire que nunca deja de admirar a gente como yo, hijos de los estrictos padres de la posguerra, que sólo alcanzamos a ver gentes que veían la complejidad familiar como un elemento enriquecedor cuando irrumpió en nuestras vidas el Manhattan de Woody Allen. La última vez que la vi acababa de pasar junto a toda la familia, nuera-nieta, ex yernos, nietos putativos y demás, que habían acudido a la reunión desde diversos puntos del globo para encontrarse en una casa de la campiña inglesa, lugar idóneo para usar el arsénico, o tal vez para recrear una tragedia griega con todos los míticos elementos. Sin embargo, se limitaron a pasarlo bomba. Las fotos de Miguel Veturián Arana. Como ven, la descripción de una madre suele dejar poco espacio para hablar de otras cosas, así que no me quedan líneas para hablar de las fotos, lo que es una suerte, pues pobres serían las palabras que intentaran describir la singular y poderosa belleza de sus imágenes. En el prólogo del libro de fotografías antes mencionado, Ian Richards resume con dos palabras la clave del arte de Veturián: mujeres y magia. De la importancia de las mujeres en su obra algo he dicho. En cuando a lo segundo, basta con ver lo que él ha mirado antes. Y es que acaso porque mira a través su almita mexicana, donde pone el ojo, pone la magia.

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