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Tribuna
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La paz de los vencidos

Los bombardeos de la OTAN en Serbia sacan a la luz, una vez más, la variada tipología española en opiniones políticas, complicada por la prisa para opinar y obtener soluciones.En la Primera Guerra Mundial la opinión española (al menos, la de los opinantes) se dividió. Fue un contraste de pareceres vivo y aun virulento, y dio lugar a enfrentamientos agudos, de los que quedan abundantes testimonios alineados en gran medida sobre actitudes políticas internas. Lo mismo ocurrió en la Segunda, en la que España era también un país formalmente neutral, pero las opiniones siguieron la estela de los bandos de la guerra civil; por eso los aliadófilos que se podían oír eran más bien pocos y vergonzantes o temerosos, y los germanófilos copaban titulares y comentarios.

Ahora no hay guerras tan voluminosas, pero hay por lo menos esta guerra. Para un sector de la opinión que se expresa, una razón determinante de su postura es la posición de Estados Unidos; el bando apoyado o protagonizado por éstos tiene en contra, con automatismo ejemplar, gran parte de ese sector; también los hay al revés, pero éstos o son menos o se les oye menos.

Otro motivo para apuntarse a un bando, conectado con el anterior pero no coincidente, es lo que pudiéramos llamar filogénesis política de los que se pelean. Si en alguno se puede rastrear conexión más o menos clara con la antigua Unión Soviética, o mundo comunista, los hay que inmediatamente se ponen a favor, y los que, sin más pensar, se colocan en contra.

Hay también, y muchos, que se ocupan sobre todo de los méritos del asunto, y procuran escudriñar lo bueno y lo malo, y, aún más, lo mejor y lo peor o, al menos, lo malo y lo menos malo. Los condicionamientos para inclinarse en algún sentido son múltiples: el primero, quizá, el propio interés: por eso en Italia hay más oposición a esta intervención que en España: tienen el problema más cerca y las repercusiones les afectarán (les afectan ya) más que a otros. El segundo, las propias convicciones, o ideología, o esquema moral para juzgar a los demás. Es evidente que en estas sociedades europeas el predominio de quienes están por los medios pacíficos es, en principio, apreciable, sobre todo si se trata de asuntos que no ponen en peligro directamente su situación económica y social.

Es difícil, cuando alguien opina, que no esté afectado por múltiples motivaciones, más nobles o menos presentables, más egoístas o más generosas y desinteresadas. Pero me inquieta e intriga, conceptualmente, el pacifista a ultranza en cabeza ajena. Puede ser actitud noble la del que, agredido, presenta al agresor la otra mejilla (también puede ser por miedo, pero dejémoslo así), pero siempre que sea su mejilla, no la de un tercero; ya no entiendo tan bien a quienes consideran que la cesación de la violencia externa, o bélica, o asesina, es un bien que merece cualquier cesión; o a quienes están dispuestos a aceptar, para conseguir la paz, que el agresor se quede con el fruto de su violencia. Esta opinión no se suele expresar con tanta nitidez, pero sí de tal modo que ésta es la consecuencia inevitable de lo que se proclama; y no la entiendo tan bien, porque el agredido, en estos casos, es un tercero. Y es a éste al que habría que preguntar antes que a nadie.

Y esta consideración vale tanto para la guerra (o conflicto) en Kosovo y Serbia como para el "proceso de paz" en el País Vasco o para muchos otros casos. Y no creo que sea tanto por no permitir al agresor el disfrute del producto de su agresión, sino porque en muchas ocasiones la paz sólo puede fundarse en un cierto restablecimiento del orden perturbado y en la reposición, digamos, en lo que se pueda, de las víctimas.

Dentro de las complejidades del asunto, aquí parece que las víctimas, los vencidos, los muertos, son, en esencia, al menos desde hace meses, los kosovares albaneses, y es condición de paz decente restablecerlos, en lo que quepa, en su vida destruida. Para lo que habrá que tomar las medidas que hagan falta, incluso bélicas, dejándoles a su libre decisión el poner la otra mejilla por causa de la paz; la paz de los vivos requiere, muy frecuentemente, un proceso de reparación y aun de castigo; una cosa es la búsqueda, incluso apasionada, de la paz, y otra la paz a toda costa, a cualquier precio, sin correcciones, que corre el riesgo de parecerse mucho a la paz de los vencidos, la paz de la tierra desolada, en último extremo la de los muertos. En España sabemos algo de lo que es una paz así; yo, al menos, no lo puedo olvidar.

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