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FÚTBOL 29ª jornada de Liga

La expresión de un fracaso mayor

Santiago Segurola

El cuadro clínico del Real Madrid presenta las peores constantes posibles. Las características de la derrota en Balaídos sólo pueden entenderse desde una degradación imparable del equipo, viciado desde lo más profundo. Pocas veces se ha visto un ejercicio de tanta dejadez, de un desapego tan abrumador hacia la profesión. Todos los signos abundaron en la idea que se tiene del Madrid actual: un equipo sin convicciones, sin identidad, desunido, perezoso e inmaduro. Sólo así se explica que esta colección de vedettes haya recibido 49 tantos (2º equipo más goleado de la Liga) y que los fracasos se acumulen en las grandes ocasiones, cuando se mide la verdadera fibra de los equipos. No hace dos meses, el Madrid pasó como un espectro por el Camp Nou. El Barcelona le trató con una indulgencia que rayó en la provocación. La derrota fue más significativa por la capitulación de los jugadores, que aceptaron con agradecimiento el trato que les dio el Barcelona. No hubo un gesto de rebeldía o coraje ante la humillación.Lo mismo sucedió ayer en Balaídos, en un partido que despide al equipo del título. Y una vez más, lo hace sin honor, con una desidia que sólo es tolerable en un club acostumbrado a buscar excusas a lo inexcusable. Pero así funciona el Madrid, entre conflictos constantes a los que no se dan respuestas. El club ha entrado en una crisis de autoridad que se manifiesta en todos los sectores. En la directiva, los enfrentamientos alcanzan niveles insensatos; algo parecido ocurre entre los jugadores, enfermos de vanidad y desinterés real por su profesión.

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Pocas imágenes dicen tanto de la actitud de unos futbolistas como las de Roberto Carlos e Iván Campo en el graderío de Balaídos. Abrazados, telefono en mano, en una actitud tontaina, parecían marcianos. Les importaba muy poco el revolcón que sufría su equipo, humillado por un rival que representaba todos los ideales que le son ajenos al Madrid: el buen juego, por supuesto, pero también un altísimo grado de profesionalidad, un equipo adulto que dejó en evidencia los rasgos infantiloides de los madridistas. En el juego y en el comportamiento. Su colaboración en los goles del Celta sólo se explica por la desgana que preside las actuaciones de los jugadores del Madrid. En las sustituciones, Guti, Mijatovic y Seedorf se fueron a paso cansino, sin ningún pudor, acostumbrados a un modelo de comportamiento que se ha generalizado en la plantilla. El bobalicón jolgorio de Iván Campo y Roberto Carlos se inscribe en la misma línea, consentida por un club cuyo único principio de autoridad consiste en despedir a entrenadores por falta de autoridad.

Los entrenadores se han convertido en la excusa perfecta. Vienen y van, pero el Madrid no cambia. Ahora le ha llegado el momento a Toshack, un hombre con fama de duro, según los tópicos que circulan por el fútbol. Quizá lo sea, aunque de momento sólo se le ha visto interpretar el papel de un irónico de vuelta de todo. Al día de hoy, nada ha cambiado con Toshack. El equipo ha demostrado la misma inutilidad que en las épocas de Hiddink y Heinckes, quizá porque los problemas del Madrid rebasan la figura de tal o cual entrenador.

La crisis se relaciona con un estilo. O con la falta de estilo. Nada define al Madrid en estos momentos. El club se deja llevar desde hace mucho tiempo por las urgencias. No hay perspectiva en el funcionamiento, ni en las decisiones. Por ese lado se explican los bandazos que han llevado a la contratación de una multitud de entrenadores en esta década, y por ahí se interpreta la ausencia de respuestas convincentes (o simplemente respuestas) a situaciones como las que atraviesa el equipo en la actualidad.

El Madrid no necesita más excusas, necesita un diseño y un sello que se impregne en todos sus estamentos. El club ha permanecido ajeno al cambio de los tiempos. Al Madrid le sostiene el enorme prestigio de su historia, pero su estructura resulta inapropiada. Por un lado, está esclerotizada, sumida en una elefantiasis donde todo se disuelve, donde no hay manera de depurar responsabilidades, donde los signos de parálisis se hacen cada vez más evidentes. Por otro, el presidente Sanz no ha conseguido, o no ha pretendido, dotar al club de un estilo de actuación. El Madrid se ha movido entre el paternalismo o la angustia de lo cotidiano, pero nunca ha conseguido transmitir la sensación de apoyarse en un proyecto firme. Parece un club que se mueve como una enorme pompa de jabón. No hay sustancia, y sin sustancia la credibilidad resulta muy difícil. Y como es natural, este carácter insípido de la institución no se termina en las oficinas. Se transmite a todos los estamentos. Al equipo, especialmente. Su descalabro en Balaídos o en el Camp Nou, durante toda la temporada en general, funciona como expresión de un fracaso mayor: el de un club que no acierta a salir de su desorientación.

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