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Soberanías semejantes

Cuando en Inglaterra comenzaba el sueño de Blair, éste, en el marco del nuevo laborismo de Giddens, cuestionaba la validez de la democracia emblemática del Parlamento de la Cámara de los Comunes y de la de los Lores como sistema de gobierno. Cuando aún no se habían devaluado las democracias dirigidas del modelo asiático. Cuando en Quebec no se había celebrado aún el último referéndum, ni Matthew Coon Come, gran jefe de los indios cree, había pedido delante de Jacques Parizeau -predecesor del actual primer ministro quebequés, Lucien Bouchard- la propiedad de la denominación de origen de Quebec -que en indio cree significa "tierra donde se estrechan las aguas"- y que incluía una región del norte de Quebec del tamaño de Francia. Mientras todo esto acontecía, nosotros vivíamos el principio de la globalización y no pensábamos en consolidar las credenciales de nuestra democracia, porque teníamos juicios en la democracia. Digo, tenemos aún. En este país, donde en estado constante de brevedad y ligereza confundimos demolición con arquitectura, la Democracia con mayúscula sigue siendo una asignatura pendiente a la que, gracias a las nuevas disposiciones de exámenes para la selectividad, podremos presentarnos una y otra vez hasta alcanzar la nota ideal para la facultad idónea. Habitando en esta periferia central que es Cataluña, admito que antes de enjuiciar la democracia como instrumento a examen, he de significar que los nuevos espacios de diálogo creados por la Declaración de Barcelona y la definición más clara del nacionalismo vasco, o las inquietudes gallegas, canarias o andaluzas, me permiten un ejercicio de nota, sin darla, al menos eso espero. Digamos que la introspección no es una característica nuestra, más bien somos / estamos complacidos, no tan complacientes, con los poderes políticos que otorga la democracia al partido que gobierne. Hasta aquí bien, pero la debacle ¿dónde empieza? A final de siglo, naturalmente, suma y sigue de gobierno, bloque de elecciones, y en el fondo la Europa de los comisarios que dimiten en peso, todo ello contrapuesto a la creencia de ciudadano de a pie, sabiendo que con sólo palabras puedo encañonar el futuro con ilusión, sabiendo que existe una nueva cultura política que continúa en la dirección de buscar nuevas formas que satisfagan nuevas carencias. ¿Hay en el ejercicio de la democracia española una falta de esfuerzo sobre las actuales contingencias de la realidad, sea kurda o de la subida de las pensiones en Sevilla? ¿Hacen falta más habilidades políticas de cintura, pulmón de fondo, altura de cuello, amplitud de orejas? ¿Necesitamos un código profesional de nueva voluntad de poder para ejercer el poder político? ¿Los cuadernos de la guerra y de la paz en Euskadi o en el campo de Gibraltar necesitan de un ejercicio real de la democracia? Descarto la disección por espacio, no llego a la prognosis y me emplazo en la complicidad del entendimiento. Que los liberales han madurado en la creencia que de la pax publica aprenderíamos el valor del intelecto, sé que es una verdad absoluta, pero en un mundo de pastillas informativas, caricaturas en forma de debate, televisión transversal, juergas judiciales de noticieros o secuestros matusalénicos con ensayos de intriga y turismo rural, contemplo la admisión que la inteligencia ha muerto; la democracia, creo que no. En democracia, apuntar errores y corregirlos es el único camino. El derecho a ser quien quiera que seas y el derecho a ser informado de quién eres, en nuestra España, aún necesita muchos artículos. El referéndum, la educación cívica o la nueva cultura política como instrumentos de la democracia hay que usarlos; no distorsionan, iluminan. Las soberanías semejantes invocan el grado de comunidad que la izquierda continental ha perseguido como ensueño, las soberanías semejantes de la España periférica hablan, por fin hablan. Hay que alegrarse de que Quebec y Cataluña puedan dialogar en semejanza, pero apunto que el futuro a medio plazo

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