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El Papa-filósofo

Hubo un tiempo en que existió el Papa-Rey. Posteriormente, el 20 de septiembre de 1870, los soldados del ejército italiano entraron en Roma por la Porta Pia y pusieron fin al poder temporal de los papas.Hoy ya no existe el Papa-Rey, pero, en compensación, existe el Papa-filósofo. De hecho, la última encíclica de Karol Wojtyla, Fides et Ratio [La fe y la razón], a pesar de estar dirigida oficialmente, como todas las encíclicas, a los "Venerables Hermanos en el Episcopado", en realidad -y explícitamente- se dirige a todos los filósofos "cristianos o no" (§ 56), justamente porque "a menudo el pensamiento filosófico es el único ámbito de entendimiento y de diálogo con quienes no comparten nuestra fe" (§ 104). Así pues, se trata de una confrotación entre filósofos.

En efecto, por lo menos en el vocabulario, la reina de esta encíclica es la filosofía: "El hombre es naturalmente filósofo" (§ 64), porque es "aquel que busca la verdad" (§ 28), y la Iglesia "ve en la filosofía el camino para conocer verdades fundamentales relativas a la existencia del hombre" (§ 5). De hecho, la filosofía constituye "la última instancia de unificación del saber y de los actos humanos" (§ 82), y sólo "la argumentación elaborada siguiendo rigurosos criterios racionales es garantía para lograr resultados universalmente válidos" (§ 75). Immanuel Kant, con su "sapere aude!", no podía aspirar a más. El del conocimiento "es un camino que no tiene descanso" (§18) y que debe avanzar "a la luz de la razón según sus propios principios y metodologías específicas" (§ 49).

Aparentemente estamos frente a un elogio ditirámbico de la autonomía de la razón, al que, sin embargo, se le da la vuelta inmediatamente después, contra toda lógica. Así, Juan PabloII escribe que "una filosofía aislada y absolutamente autónoma en relación con los contenidos de la fe" (§ 45) "constituye la reivindicación de una autosuficiencia del pensamiento que se revela claramente ilegítima" (§ 75). ¿Por qué ilegítima? ¿Según el tribunal de la razón o según el tribunal del Santo Oficio? ¿Qué sentido tiene remachar en cada línea que la filosofía debe ser autónoma (de lo contrario es inútil y superflua) y, sin embargo, reafirmar que "el Magisterio eclesiástico puede y debe ejercer con autoridad, a la luz de la fe, su propio discernimiento crítico en relación con las filosofías y las afirmaciones que se contraponen a la doctrina cristiana"? (§ 50). ¿Y sacar la conclusión de que "es deseable que los teólogos y los filósofos se dejen guiar por la única autoridad de la verdad, de modo que se pueda elaborar una filosofía en consonancia con la Palabra de Dios"? (§ 79).

Está claro que la pretensión del Papa de constituir "la única autoridad de la verdad" no es nada escandalosa. Lo sorprendente sería lo contrario. Un Papa de la duda sería, de hecho, un oxímoron inédito. Sin embargo, es bastante insostenible la voluntad del Papa de ser al mismo tiempo Pastor fidei y filósofo de la razón autónoma. La verdad es que Karol Wojtyla no anima la filosofía, sino que la condena. Prácticamente en todas sus manifestaciones. La autonomía -sellada contradictoriamente como "ilegítima"- se remonta de hecho bastante atrás en el tiempo y prosigue hasta hoy: "A partir de la baja Edad Media, la legítima distinción entre los dos saberes [filosofía y teología] se transformó progresivamente en una nefasta separación" (§ 45).

Por tanto, la autonomía de la razón es necesaria, pero no debe ser absoluta. Sin embargo, a una autonomía condicionada se la llama, más simplemente, anomalía. Si las conclusiones a las que llega la razón no pueden diferir nunca de las establecidas por la fe es inútil hablar de colaboración según una autonomía recíproca. Así, "la fe y la razón" serán "las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad" (íncipit de la encíclica), pero, en realidad, la segunda debe obedecer a la primera como su fiel y servicial criada.

En estas circunstancias es evidente que, aun hoy en día, la única filosofía que para el Papa tiene un "valor incomparable" es la de santo Tomás (§ 57). Y que el catálogo del anatema da un giro de 360 grados: idealismo, humanismo ateo, positivismo, racionalismo, nihilismo (§ 46), eclecticismo, modernismo, historicismo, cientificismo, pragmatismo y, de nuevo, nihilismo (§ 86-90). ¿Qué queda de la filosofía en este nuevo Sílabo?

Esta orgía de contradicciones es absolutamente insostenible desde el punto de vista lógico, pero, no obstante, tiene sentido. Juan Pablo II ve justo en la "crisis del sentido" la debilidad de toda la filosofía moderna, cuyos criterios de "verdad" ya no pueden hallar una certeza que dé sentido a la existencia. Por el contrario, pretende proponer una "verdad" que satisfaga al hombre contemporáneo, que está en poder de la duda y también está huérfano de las "grandes narraciones" ideológicas.

Es una operación ciertamente plausible, que podrá tener algunos éxitos marginales, pero que no tiene que ver con ninguna búsqueda filosófica. No es por casualidad que el anatema del Papa no afecta a las corrientes hermenéuticas de la filosofía, es decir, a aquella filosofía heideggeriana y posheideggeriana en la que la religión podría encontrar un aliado contra la tradición iluminista y su herencia.

Pero se trataría de una religión "débil", de un cristianismo sin Iglesia ni jerarquía, bastante más protestante (y otras cosas) que católico. Y que encontraría la competencia de las nuevas formas de renacimiento de lo sagrado en Occidente, desde el budismo a la new age y al auge de las sectas. Lo que quiere el Papa es la Verdad con mayúscula, una e indivisible, que tenga en el trono de Pedro el único hermeneuta autorizado. Sin embargo, de ese modo, la nueva estación de integrismo dogmático con la que Wojtyla abrió su pontificado y ha cerrado el milenio se parece más a un sucedáneo de ideología, con sus ritos y obediencias, que a un retorno a un impulso religioso auténtico.

De hecho, el Papa articula su "demostración" más sobre el deseo humano que sobre la razón humana o sobre la pascaliana e irracional "apuesta" de la fe. Búsqueda de la verdad y necesidad de sentido se confunden e intercambian subrepticiamente. "La sed de verdad está tan arraigada en el corazón del hombre que tener que prescindir de ella comprometería la existencia" (§ 29), y dicha sed se articula en las "preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existencia humana: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo y a dónde voy?, ¿por qué existe el mal?, ¿qué será de nosotros después de esta vida?" (§ 1). Pero esta necesidad estructural e irrenunciable de preguntarse por el sentido se convierte luego en la necesidad de poder

encontrar una respuesta cierta y definitiva a esa pregunta."No se puede pensar que una búsqueda tan profundamente enraizada en la naturaleza humana sea totalmente inútil y vana. La capacidad misma de buscar la verdad y de plantear preguntas implica ya una primera respuesta" (§ 29), que después se entenderá en realidad como respuesta última y definitiva. ¿Por qué? Una necesidad sigue siendo siempre una necesidad, no implica de por sí -"lógicamente"- su satisfacción. Si no fuese así, no existiría ni habría existido nunca el problema del hambre en el mundo. Ni ningún otro problema, a decir verdad. Deseo y realización sólo se corresponden en el "pensamiento" infantil. La sustitución del principio de placer por el principio de realidad es el mecanismo ordinario, aunque dolorosísimo, por medio del cual se realiza la llegada al mundo del hombre desde el punto de vista no sólo biológico, sino efectivo. La lógica del deseo es, en cambio, la lógica de la ilusión, como dejó claro tantas veces Sigmund Freud.

Si la pregunta lleva implícita la respuesta, ya no se trata de una respuesta genuina, sino presupuesta y prefabricada. Y la búsqueda de la verdad, que, por su propia naturaleza, está dominada por la duda y en cuyos logros no tienen cabida los prejuicios, deja paso a la mera "reflexión sobre la verdad" (§ 6), cuyos contenidos ya fueron adquiridos a través de la revelación. Por ello, la filosofía será una simple glosa marginal de la fe, una homilía "racional". Y el Papa podrá dictaminar que estar "fuera de la Verdad revelada" equivale a estar "fuera de la verdad pura y simple" (§ 73).

Todo ello tiene implicaciones nefastas para lo que se refiere a la democracia. "Las leyes que autorizan y favorecen el aborto y la eutanasia" no sólo son juzgadas inmorales, lo cual, viniendo del Papa, sería tanto legítimo como obvio, sino que se declaran "totalmente privadas de auténtica validez jurídica" (Evangelium vitae, § 72), y un Parlamento elegido democráticamente, pero que las aprobase, dejaría de ser democrático y marcharía "por la senda de un totalitarismo sustancial" (ídem, § 20). Pero si el Papa tiene derecho a decidir lo que deben establecer las leyes, frente a, y en sustitución de, un Parlamento elegido democráticamente, esto quiere decir que las pretensiones clericales de ejercer un poder secular siguen siendo, de forma muy sutil, esenciales para el dogmatismo católico. La diferencia con la pretensión fundamental según la cual "el Corán es nuestra constitución" no es, pues, tan abismal. Por otra parte, ¿no ha hablado Karol Wojtyla tantas veces del aborto como del "genocidio de nuestra época", poniéndolo al mismo nivel que el Holocausto, y sugiriendo con ello la equivalencia moral entre la mujer que aborta y el miembro de las SS que empuja al niño judío dentro del horno crematorio?

Paolo Flores d"Arcais es filósofo, autor de Etica senza fede (Einaudi, 1992), y director de la revista MicroMega.

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