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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La realidad y la pizarra

RARAMENTE UN plan militar sobrevive a la prueba del enfrentamiento real. Y eso es lo que ocurre en Serbia, donde las cosas no salen exactamente como estaban dibujadas en la pizarra de los aliados occidentales. La OTAN, según todos los indicios, ha enviado a sus bombarderos sobre Serbia, ahora en su noveno día, sin haber pensado seriamente en la peor de las opciones posibles: que Slobodan Milosevic no sólo no se amilanara, sino que aprovechase la operación para multiplicar el exterminio de los albanokosovares. Justamente lo que está sucediendo.Como casi todos los déspotas, Milosevic prefiere seguir mandando sobre unas ruinas que ser desalojado del poder. Si estuviera interesado en una solución diplomática habría aprovechado la reciente visita de Primakov a Belgrado en lugar de sugerir a su altavoz ruso -que con una mano despacha a la zona barcos de guerra mientras exhibe un misil de largo alcance y con la otra pide más dinero a Occidente- un armisticio que literalmente devolviera las cosas a la misma situación que hizo inevitable la intervención armada. Pero los aliados, en última instancia, no son ajenos a ese comportamiento. Con su explicable temor a acentuar las consecuencias del conflicto han transmitido consistentemente al dictador serbio la idea de que es impensable una penetración en Kosovo de fuerzas de la OTAN. Abel Matutes declaraba ayer que España no tiene planes por el momento para un despliegue de tropas y el Ejecutivo anuncia nuevas explicaciones al Congreso la semana entrante. La reiteración solemne que hizo el jueves Jordi Pujol en rueda de prensa de su apoyo a la intervención aérea aliada contra Serbia contrasta con la actitud ausente del presidente del Gobierno y con el silencio de la oposición socialista. Ésta es la primera vez en el siglo XX en que España está en guerra con otro país, pero el Gobierno parece actuar como si no fuera con él.

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Milosevic lleva ganadas varias manos de la partida. Algunas son propagandísticas, como es la foto con un Ibrahim Rugova secuestrado por su policía. Pero otras son más eficaces y criminales. La peor es la voladura del mapa étnico de Kosovo, donde la población era albanesa en un 90%, mediante procedimientos dignos de Hitler que le convierten en candidato al banquillo del tribunal de crímenes de guerra de La Haya. Sus fuerzas se libran a expulsiones masivas, bombardean o queman viviendas, campos y ganado, asesinan a civiles desarmados, requisan documentos de identidad y de propiedad a decenas de miles de inocentes albanokosovares en fuga. ¿Adónde van a regresar estas personas sin casa, sin tierra y sin identidad cuando acabe el conflicto?

El genocidio en marcha en Kosovo ha creado en pocos días la peor crisis humanitaria en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Quizá son más de 300.000 los albaneses huidos hacia las fronteras de tambaleantes países vecinos que pueden sumirse en el caos en cualquier momento por falta de recursos para afrontar estas avalanchas de desesperados. Frente a este terror absoluto, perpetrado sin otros testigos que sus víctimas, la OTAN sigue ejecutando contra Serbia bombardeos selectivos que por el momento evitan las concentraciones de tropas y que podrían durar varias semanas, en opinión de sus jefes políticos y militares

Salvo Milosevic, nadie quería esta guerra. Por eso, los canales diplomáticos han de seguir plenamente abiertos. Pero los estrategas de la OTAN deben moverse ya a mucha más velocidad y adaptar sus planes a la nueva realidad y a las astucias de Milosevic. Ni Kosovo puede acabar convertido en un matadero vacío ni la Alianza Atlántica fallar en su decisión más crítica en 50 años de existencia. No es razonable que la coalición militar más poderosa del planeta pretenda seguir siéndolo -y escarmentar a futuros Milosevic al acecho- a partir de un axioma que prohíbe arriesgar la vida de uno solo de sus combatientes. La captura de tres soldados estadounidenses por los serbios pone precisamente a Washington por vez primera ante la realidad de un conflicto que es cualquier cosa menos virtual.

Los hechos están mostrando que no se podrá salvar a los albanokosovares a distancia. No parece existir ahora otro objetivo más racional para los aliados que buscar el control de Kosovo o de la mayor parte de la región, pese a las lógicas reticencias políticas y a las dificultades logísticas y de tiempo para poner en orden de intervención a una fuerza de decenas de miles de hombres. Están en juego, medio siglo después, los principios medulares proclamados por Occidente tras la Segunda Guerra Mundial: la dignidad de las personas, la democracia frente a los tribalismos y la convivencia civilizada.

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