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Tribuna
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La radio

ROSA SOLBES Han pasado ya días desde el Big Bang socialista cuando me llega un documento elaborado por la ex secretaria de relaciones con los medios, Begoña Gómez Marco. Es parte del programa electoral, y se refiere sustancialmente a esa pesadilla en que se ha convertido la RTVV. Y, aunque la candidatura que ha de defenderlo ante las urnas sigue en el Limbo, me miro con mucha atención los párrafos dedicados a la radio pública valenciana que, asombrosamente, emerge del oscuro olvido y se convierte, en el ámbito de las promesas, en objeto a promocionar y que ha de "implicar a la sociedad". Incrementar recursos y contar con la participación de los diferentes colectivos sociales parecen ser las propuestas, hoy, del partido que miró para otro lado cuando el movimiento pendular de cierto espíritu, que más bien sentimos como una muy carnal coz, sacó de plano al equipo que había puesto la emisora en marcha y que luchaba, precisamente, por todo eso. Por no recordar el veto anterior a que un periodista progresista entrara en el Consejo de Administración, la falta posterior de Consejos de Redacción y la ausencia clamorosa de Consejo Asesor. Pero ni hice ni haré diez años después, siquiera a fuer de primera afectada, el juego a quienes ahora rigen la cosa y se defienden sistemáticamente con el ya clásico "pues anda que tú...". Porque nunca jamás, ni en los más grises tiempos de una radio autonómica que nació porque lo dice la ley y a pesar de casi todos, se había tocado un fondo tan hondo en cuanto a calidad, organización del trabajo, participación social, estímulo profesional, servicio público y hasta relaciones personales. Sin contar con el triste espectáculo de un ex director en el papel de héroe represaliado polemizando ahora con el presidente del Ente que tantos desmanes le permitió. En Ràdio Nou, antes Canal Nou Ràdio, ha pasado casi de todo, y desde la cúpula se han propiciado o tolerado las listas negras y el vulgar choriceo, la censura política, el negocio privado, el nepotismo, el despido, la marginación, el acoso hasta provocar el abandono de buenos profesionales, la precariedad de las contrataciones...y el consiguiente fomento de la ineptitud. No caben aquí los ejemplos, pero el enorme anuncio en prensa, en castellano por supuesto, del espacio infantil Chiqui Nou era de juzgado de guardia. O la irrupción festera dentro del programa de cultura, especialmente el día en que una locutora fallera, vestida de tal guisa, y llorosa como la Virgen manda, transmitía acontecimiento tan radiofónico como la Ofrenda diciendo "...i ara arriba el General en Chef...". A efectos oficiales la radio es más invisible que los bombarderos norteamericanos. No se la tiene en cuenta en las campañas de promoción, en los debates públicos, en el Consejo de Administración. Será queja común de todas las hermanas menores dentro de las corporaciones multimedia, pero a buenas horas los odiados catalanes, con varios canales de alta calidad, consentirían similares desatinos en su emisora. En cuanto a los buenos profesionales y amigos que allí quedan, confesar que, aunque en la despedida nos deseamos suerte y aseguré que escucharía los programas con atención, la fidelidad del oyente tiene un límite y éste se ha rebasado con creces. Claro que a estas alturas, qué más da otra promesa rota, ¿verdad compañeros?

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