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Lebrija

Había un calvario familiar sin hachones ni montes de lirios ahí al lado, en la Lebrija de los alfareros, que se coló en la carrera oficial de la actualidad sin que le hiciera falta música ni cruz de guía. El calvario de un chica secuestrada en su propia casa por unos padres que, en el mejor de los casos, utilizaron las cadenas no sólo para retenerla, sino para protegerla de la libertad. La libertad sigue provocando pánico en muchos padres que, mal aconsejados por su inseguridad y desconfianza, vejan la vida que quieren blindar, convirtiendo su amor en un trasunto de frenopático que se encuentra más cerca de las barbaridades del protagonista de El silencio de los corderos que del mito de una familia feliz y unida. No le quepan dudas: el amor también engendra monstruos. Al igual que la razón de la fuerza. El miedo a lo que pasa ahí afuera es un argumento de peso para que en muchas familias se vivan dramas parecidos al calvario de Lebrija. Ocurre que el miedo es como un pinchazo de la razón que, perdiendo aire y consistencia, deja a los argumentos en las llantas. Costumbres, amistades, hábitos, modas.... En mitad de ese mar tenebroso donde diariamente naufragan muchas existencias crece la semilla de lo que en la familia se sembró con mayor o menor desinterés. No hay que tenerle miedo a la calle; quizás hay que tenerle pánico a la casa donde uno vino a caer. Y de esa lotería no estamos nadie a salvo. El gordo puede caer en cualquier casa, en la suya misma. Aunque también es verdad que hay casos inexplicables, donde el origen del desatino no está en manos ni de los padres ni del azar. Hay adolescentes que se buscan también su propia lotería. Encadenar a una muchacha para protegerla de la calle es una medida tan irracional como querer apagar el fuego con gasolina. Entender ese mecanismo mental que llevó a los padres de la chica de Lebrija a tomar semejante decisión sólo se puede hacer, desde fuera, culpando al miedo. Al miedo y a la propia confusión para entender lo que engendraron y educaron. Un drama escrito en Lebrija sobre el papel real de la vida y cuyo desenlace ha tenido lugar en la semana de pasión.J. FÉLIX MACHUCA

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