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Tribuna
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Preguntas

Rosa Montero

Que la guerra es algo abominable es una realidad fuera de toda duda. Por eso al condenar la guerra uno está jugando sobre campo seguro; siempre hay una verdad moral sobre la que apoyarse, y un peligro y un daño que te ahorras. ¡Abajo la guerra!, dices, y ya está: con eso puedes quedarte más o menos tranquilo. Sin mayores reflexiones, ni más riesgos, logras sentir el calorcillo de la autocomplacencia.Y, sin embargo, ¿no hubiera sido lícito intervenir bélicamente para impedir, pongamos, el masivo genocidio decretado por Hitler? ¿O para evitar -cosa que no se ha hecho- que los rebeldes de Sierra Leona les sigan amputando las manos a los niños? Recordemos los horribles años de la guerra de Bosnia: mujeres clavadas vivas sobre maderos, violaciones, torturas: ¿no fue una vergüenza que no se interviniera mucho antes? O lo que es lo mismo: ¿es moralmente admisible permanecer de brazos cruzados ante la atrocidad de las limpiezas étnicas?

Nuestro mundo está cada día más comunicado y es más pequeño. La globalización, por otra parte, no es en sí misma ni buena ni mala: depende de lo que hagamos con ella. El proceso a Pinochet, por ejemplo, es un resultado feliz de los vientos globales. Como también me parece positivo que cada día seamos más conscientes de lo que sucede en los más remotos rincones de la Tierra. Y así, hoy sabemos que Milosevic es un asesino; y que, a la vuelta de la esquina (a una hora de vuelo, como decía Schröder), los kosovares están siendo masacrados. ¿Podemos saber tanto y quedarnos quietos? ¿Mirar para otro lado mientras corre la sangre? Pero, al mismo tiempo, ¿servirá esta guerra para algo? ¿No será justo ahora, en el abandono y el paroxismo bélico, cuando estén exterminando a los kosovares? No tengo las respuestas. Sólo las preguntas: y la obligación moral de planteármelas.

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