_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ríos flotables

En el transcurso del último siglo y medio han surgido nuevos usos del agua y desaparecido otros que tuvieron considerable importancia antaño, como es el caso de la flotación de maderas en cursos fluviales. Gran parte de esta evolución, y sin duda la de mayor trascendencia, ha estado regida, sucesivamente, por el real decreto de 29 de abril de 1860, ley de 3 de agosto de 1866 y, sobre todo, por la benemérita y a la postre, a causa de su insólita longevidad, desfasada Ley de Aguas de 13 de junio de 1879, vigente hasta 1 de enero de 1986, fecha de su reemplazo por la legislación actual. En la prioridad para el aprovechamiento de aguas públicas establecida por el citado decreto figuran, en cuarto lugar, canales de navegación y flote; con posterioridad, las expresadas leyes suprimen del orden de preferencia la referencia al flote. La eliminación de dicho término, al igual que el contenido del articulado, relativamente extenso, sobre conducción de maderas de la ley de 1866, ocupándose de la época en que debía efectuarse y las indemnizaciones por los daños que pudiese originar, guardan, sin duda, relación directa con el desastre que, agravado por aquélla, produjo la colosal avenida del Júcar los días 4 y 5 de noviembre de 1864, una de las mayores de que hay noticia histórica en dicha cuenca. Con redacción muy similar o, en determinados preceptos, idéntica, la Ley de Aguas de 1879 mantiene las precauciones establecidas por aquélla para la flotación de maderas y adopta asimismo las medidas encaminadas a compensar los perjuicios que pueden derivarse de la misma. Esta preocupación legal, tan notoria, por dicha temática no puede sorprender si se considera que, hasta mediada nuestra centuria, la saca de madera por los ríos constituyó una actividad tan detestada por los ribereños como vital para la explotación de los bosques, con empleo de abundante mano de obra en ríos como el Tajo, redes afluentes del Ebro y Guadalquivir y, entre los valencianos, Turia y Júcar. Baste, en relación con ese cometido, recordar, más allá de una profesión, como todo un género de vida, a los gancheros conquenses, que, armados con su lanzón o bichero (bicha) conducían hacia el Tajo, Júcar o Guadiela las maderadas de la Serranía de Cuenca; algunas de éstas, que llegaban a cubrir una treintena de kilómetros del curso fluvial con 100.000 piezas de pino, movilizaban hasta medio millar de gancheros. Obligada resulta, cuando menos, una escueta referencia a los peligros y conflictos inherentes a la flotación fluvial. De una parte, los propietarios de montes y madereros no veían con agrado ampliaciones de regadío que redujesen los caudales circulantes, dificultando así la extracción de la madera; sin embargo, la gran mayoría de litigios sobre este uso vinieron motivados por el daño que podía ocasionar a obras de riego o en las instalaciones accionadas con fuerza hidráulica. Por otro lado, la conduccion de maderos río abajo, llevado por una corriente veloz, no era empeño exento de dificultad y riesgo, sino todo lo contrario, particularmente en las profundas gargantas con que Turia y Júcar tajan los relieves prelitorales. Cañones de impresionante belleza, como el de Gestalgar y antes Chulilla, donde las acumulaciones de rollos provocaban represa momentánea del Turia, han sido mudos testigos de numerosos accidentes laborales, algunos fatales, cuando los gancheros se descolgaban, con cuerdas, dos centenares de metros por las paredes verticales de los estrechos para deshacer descomunales atascos y restablecer la marcha. A mediados del siglo XIX, el corresponsal de Madoz alude a esta temeraria y pavorosa actuación: "En el angosto paso del Salto de Chulilla se suelen cruzar muchas veces los maderos; otras se amontonan formando una especie de barrera, siendo entonces preciso que algunos hombres bajen a cortar y quitar estorbos, y como los muros se hallan cortados a pico, sólo queda el recurso de las sogas... y consiguen dar curso a la madera, si bien algunos infelices pagan con la vida, o arrebatados de la corriente, siempre violenta en aquella estrechura, o heridos de algún madero que se precipita con furia al romper la barrera". Tampoco Valencia estaba a salvo; a veces las piezas de pino, arrastradas por el aluvión, cegaban los ojos de sus puentes, agravando los desbordamientos y dañando seriamente las fábricas de aquéllos. Del problema que representaban las maderadas durante el otoño, coincidiendo con el periodo de máximo riesgo de grandes crecidas, constituyó exponente prototípico la catástrofe que devastó la cuenca del Júcar los días 4 y 5 de noviembre de 1864, cuando la colosal riada sorprendió a una partida de 60.000 maderos que, a modo de terribles arietes, demolieron Cortes de Pallás, Millares y Tous; del ímpetu de las aguas da idea que aquellos recorriesen en un día el trayecto que solía requerir dos semanas. Al igual que durante siglos, mediado éste, los gancheros seguían flotando madera, aunque su desaparición era inminente; y así ocurrió, antes de 10 años, a favor de una situación que aunaba sustancial mejora del transporte terrestre, regulación fluvial por los hiperembalses, relevo generacional, apertura de nuevos horizontes de trabajo y éxodo rural.

Antonio Gil Olcina es profesor del Instituto Universitario de Geografía de Alicante.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_