Determinación ante la crisis de Kosovo
Hace diez años, Milosevic sentenció el principio del fin de la Yugoslavia titista en el Campo de los Mirlos de Kosovo. Su enfervorizante discurso nacionalista y la supresión de la amplia autonomía de aquella provincia casi-república, alimentó los nacionalismos secesionistas de otras repúblicas de mayoría no serbia. Y empezó la crisis definitiva que llevó a la guerra. Al anteponer lo serbio a lo yugoslavo, Milosevic, deliberadamente, sentenció de muerte la idea de ciudadanía anteponiendo la pertenencia étnica y la tradición religiosa.Los resultados, por conocidos, no son menos dramáticos, y para los que los vivimos, inolvidables. Durante años, el dictador comunista convertido en pirómano y nacionalista, sembró de dolor y de horror todos los territorios que pretendía controlar, haciendo suyo el sueño de la Gran Serbia. No escatimó recursos para violar cuanto principio ha sido establecido en años de lucha contra la barbarie pura. Hizo de la limpieza étnica su estrategia homogeneizadora de los territorios conquistados, y sacudió las conciencias de millones de personas que asistían, impacientes, doloridas y confusas, al mayor desastre en Europa desde el holocausto.
Fue tanta la magnitud de la tragedia en Bosnia-Herzegovina, que se creó un Tribunal Penal Internacional para juzgar los crímenes cometidos. Y empezaron a aparecer las fosas comunes de la ignominia, que prueban, además, que no eran todos iguales, ni a la hora de matar, ni a la hora de morir, ni a la hora de violar o ser violadas. Y faltan por excavar muchas fosas, donde aparecerán, entre otros, los cuerpos de los 8.000 hombres capturados y desaparecidos en Srebrenica. Centenares de miles de muertos, millones de refugiados, toneladas de odio esparcidas en medio de los sueños de futuro de una población civil manipulada, expulsada, exterminada, reducida hoy a la mendicidad y a la desesperanza, vulnerable a los discursos de venganza.
En Dayton, algunos creyeron que se podía contar con Milosevic como garante de esos surrealistas acuerdos. Y se quiso pasar esponja por sus crímenes. Los más sensatos decidieron, contra la opinión de algunos maximalistas (entre los que me incluyo) separar Kosovo de la negociación: era un asunto interno. Y optaron por la diplomacia de los pedacitos: hoy éste, mañana ya veremos...
Y mañana ha llegado hace ya un largo año en Kosovo. Y el mismo pirómano, con los mismos métodos criminales, con los mismos barbudos arrogantes, acabada la paciencia pacífica de los albanokosovares, justifica el terror desatado, las aldeas quemadas y bombardeadas, las mezquitas destruidas con saña, porque ante la inacción internacional algunos decidieron lograr por las armas lo que no lograron en una larguísima década con la razón: sus derechos como pueblo.
Los teóricos de la complejidad ya han afilado su dialéctica de la confusión para sumar contradicciones a los riesgos, argumentos encontrados a los principios, antiamericanismo infantil a renovadas adhesiones a la legitimidad de la ONU, antes despreciada, e incorporando el crónico sentimiento hispano del "eso no va con nosotros" al hecho de que no sólo estamos en la OTAN, sino que la dirige un español.
Debe ser todo muy complejo y nosostros muy inmaduros para que, además, nuestro Gobierno escamotee el bulto, de manera inaceptable, a la hora de explicar los porqués y los riesgos, las razones de asumir algunos frente a otros, el papel de España y la gravedad de la crisis: estamos en "lo nuestro".
Sí. Es todo muy complejo y arriesgado. Y justamente por ello hay que escoger entre lo malo y lo peor. Como siempre que se dejan pudrir las crisis. Demasiada paciencia y demasiadas concesiones han llevado a Milosevic a una demente sensación de impunidad y a una escalada en sus provocaciones. Ha secuestrado al pueblo serbio a base de pucherazos electorales, cierre de medios de comunicación independientes, persecución de la oposición democrática, chapuzas pseudoconstitucionales para mantenerse en el poder, purgas masivas en el Ejército. Se le exigió que no reforzara sus tropas en Kosovo y ha desplegado 40.000 soldados. Se le pidió negociar y ha saboteado los acuerdos de Rambouillet. Y advertido de no continuar las ofensivas militares, ha desatado la mayor en toda su guerra, provocando más de 20.000 nuevos refugiados en unos días.
Hay momentos en la historia, y éste es uno, en que hay que asumir decisiones difíciles. Para ello los ciudadanos elegimos a nuestros representantes políticos y sostenemos estructuras, organismos y alianzas costosísimas, no siempre apreciadas o entendidas. Hay momentos en que defender el derecho y los derechos, pero sobre todo la civilización frente a los bárbaros, requiere sacrificios y coraje. Es cierto que no se hace siempre. Que hay otros muchos horrores casi cotidianos en un planeta enfermo y lleno de exclusiones y miseria, frente a los que no se actúa. Es cierto eso y mucho más (añada cada cual su contribución). Pero también lo es que Europa no puede pasar de siglo con matanzas étnicas y genocidios. Con criminales riéndose del mundo y de las víctimas. Impotente en la defensa de los valores que constituyen nuestra garantía de futuro, de paz y prosperidad, basada en la convivencia de culturas y opiniones.
Hoy hay que tomar partido. Aunque al final cueste una nueva frontera. Antes otra frontera que un genocidio. Opciones evitables si fuéramos capaces de retomar la iniciativa y sentar a todos sin exclusión en una Conferencia sobre el futuro de la región balcánica, juntando todas las piezas para que no se conviertan en más sangre. Mirando más allá de lo inmediato y mirando al todo frente a cada parte. Y sentando a Milosevic en el tribunal que lo espera. Hoy Europa se juega su futuro en los Balcanes por tercera vez en este siglo. Y los ultranacionalismos, fanáticos y contagiosos, siguen siendo su peor enemigo.
José María Mendiluce es eurodiputado, vicepresidente de la Comisión de Asuntos Exteriores, Seguridad y Defensa.
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