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Sobre la incompetencia

Sobre la psicología de la incompetencia militar es el título de un libro de Norman F. Dixon, un coronel de los Royal Engineers que estuvo destinado en los equipos de desactivación de explosivos. Su texto ha sido citado más de una vez en este mismo lugar periodístico y debería ser de lectura obligatoria en todos los lugares en los que se selecciona, entrena o prepara para los puestos de alto mando a los oficiales, según estima su prologuista, el general Shelford Bidwell. El libro se centra tanto en el análisis de los casos de ineptitud militar en los que incurrió el Ejército británico a lo largo de cien años desde la guerra de Crimea hasta la II Guerra Mundial como en la explicación de los mismos mediante el recurso a la psicología social de las organizaciones militares y la psicopatología de altos mandos individuales. El estudio de la incompetencia, no sólo de la que se da en el ámbito militar sino en la de otros cuerpos de élite que tienen altas responsabilidades en la vida de nuestro país, es una ardua tarea todavía pendiente que necesita brazos como el campo de la ministra Loyola del Palacio y mentes abiertas, cabezas valientes, que diría Larra.Por eso he leído con el mayor interés el manuscrito sobre La incompetencia militar de Franco, que ha escrito el coronel en la reserva activa y profesor de historia en la Universidad de Zaragoza Carlos Blanco Escolá, cuya publicación a la espera de encontrar editor contribuirá a la necesaria desmitificación de la figura militar de Francisco Franco. Un trabajo imprescindible que seguía aplazado 25 años después de la muerte del generalísimo, según parte del equipo médico habitual coordinado por el doctor Cristóbal Martínez Bordiú, marqués de Villaverde. El libro desmonta la propaganda de los panegiristas del invicto y se atiene a la hoja de servicios del interesado, redactada con el laconismo propio del estilo castrense.

Algunos datos iniciales del protagonista, referentes a los estudios en la Academia de Infantería de Toledo, establecen el concepto en que era tenido por sus profesores el cadete Franco Bahamonde, pero, al mismo tiempo, pueden llenar de esperanza de éxito profesional a quienes nutren la zona inferior de las promociones en las instituciones escolares. Así se comprueba, según la memoria de la citada Academia correspondiente al año 1909, que Franco, al terminar el 2º curso, ocupaba el puesto 216º, por detrás de Gazapo Valdés (1º), Amado Lóriga (8º), Alonso Vega (33º), Esteban Infantes (55º), Yagüe Blanco (87º) y Asensio Torrado (89º). Y luego, la consulta de las escalillas oficiales confirma que, al concluir los estudios, Franco ocupaba el número 251 entre los 312 aprobados. Tenía por delante 250 y por detrás sólo 61.

Son hechos inconmovibles como los relatados por el Génesis a propósito de la creación, una narración cuya literalidad sirvió a los inquisidores para amedrentar a Galileo hasta hacerle retractarse de sus afirmaciones científicas en torno al sistema solar, aunque añadiera para su coleto aquello de eppur si muove. Tal vez por esa posición desairada con el número 251, cuando Franco se instala en el mando indiscutido hace que su nombre figure en el encabezamiento de todas las escalillas de todas las armas y de todos los cuerpos del Ejército de Tierra, de la Armada y del Ejército del Aire. Claro que, a veces, estos cataclismos que alteran el orden académico preestablecido precisan auténticos desastres para producirse. Decía el inolvidable Arturo Soria y Espinosa que en España estaba instaurada la legítima autoridad y que hubo que hacer una guerra para que Luca de Tena fuese académico. Para que Franco encabezase las escalillas hicieron falta dos.

Otros muchos episodios, ahora rescatados por el coronel Carlos Blanco Escolá del oropel y la tergiversación de los hagiógrafos, resultan esclarecedores sobre la personalidad del "Caudillo" que nunca llegamos a merecernos ni siquiera "por la Gracia de Dios". Por ejemplo, la realidad sobre sus ascensos militares por méritos de guerra de teniente a capitán y de capitán a comandante, así como sobre la pretensión reiterada y fallida de obtener la Cruz Laureada de San Fernando por la acción del 29 de junio de 1916 en el Biutz. Por eso luego, ya en El Pardo, se la autoconcedió sin disimulo alguno. Incompetente, sí, pero Franco fue un as de la propia propaganda que ahora debemos desacreditar.

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