Sin límite
JUANJO GARCÍA DEL MORAL La cosa parece no tener límite. Se supera cada año en todos los aspectos, en una progresión imparable, como si fuera imposible dar marcha atrás. Cada año más ruido, cada año más gente, cada año más incomodidad, cada año más pólvora, cada año más chiringuitos, cada año más calles cortadas y cada año más pronto, cada año más monumentos, cada año más flores, cada año más motos, cada año más suciedad, cada año más vandalismo, cada año más... de todo. Todos los récords son batidos en Valencia cada mes de marzo, en que la ciudad y sus habitantes se ven inmersos de repente en una loca, desenfrenada y amañada carrera en la que la participación es obligatoria y a la que casi nadie puede sustraerse si no es poniendo pies en polvorosa. Es el infierno de las Fallas, convertidas ya en un monstruo que ha escapado a todo control. Y casi cada año, inmediatamente después de las fiestas, los políticos, conscientes del desmadre en que se sume la ciudad con motivo de las Fallas, sabedores del descontento que tanto caos genera en amplias capas de la población y críticos ellos mismos -aunque no puedan manifestarlo en público- con el cariz que ha tomado la fiesta, salen a la palestra para mostrarse partidarios de la celebración de un congreso fallero, de la creación de una comisión técnica y/o de la aprobación de medidas restrictivas que, en el caso de ser aprobadas, son habitualmente incumplidas después. Este año no podía ser menos, y tanto el gobierno del PP como la oposición socialista ya se han mostrado partidarios de poner coto a tanto récord. Pero tales pronunciamientos son, este año más que otros, papel mojado: a menos de tres meses de las elecciones municipales, a ver quién le pone el cascabel al gato. El poder del mundo fallero tampoco parece tener límite, de manera que ningún partido se atreve a plantarle cara. Pero algún día habrá que decir basta y optar por unas Fallas sostenibles que no se conviertan cada año en la pesadilla de miles de ciudadanos que sufren las incomodidades y la vigilia forzosa, y/o trasladar la festividad de San José al tercer lunes (o martes) de marzo, para dejar abierta una puerta por la que escapar del infierno.
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