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FALLAS DE VALENCIA

Arriba y abajo

El Juli desplegó una exhibición fastuosa del toreo de capa en su primer toro, y al ensayar el de muleta se sumió en la más absoluta mediocridad. Toreando de capa, El Juli no pudo llegar más arriba, vamos a decir; toreando de muleta no pudo llegar más abajo, digamos también.El gráfico de los lances de la lidia suele mostrar dientes de sierra. A la fiesta virtual nos referimos. Nadie está obligado a ser sublime o santo todas las horas de su vida. A veces se peca. Y Enrique Ponce fue y pecó (son tres avemarías y un paternoster).

Enrique Ponce, que tiene el liderazgo asegurado en la plaza de Valencia y en muchas más, hizo gran parte de sus faenas para la galería. Y eso no es propio de una figura. La demagogia, para los mediocres y -pobrecillos- para los que empiezan.

Puerto / Ponce, Cordobés, Juli

Cuatro toros de Puerto de San Lorenzo (dos fueron rechazados en el reconocimiento), y 4º y 6º, de José Luis Pereda, discretos de presencia, varios bien armados, flojos -algunos inválidos-, mansurrones, aunque en general manejables. Enrique Ponce: dos pinchazos, media, rueda de peones -aviso- y dobla el toro (aplausos y sale al tercio); bajonazo atravesado que asoma -aviso- y descabello (escasa pétición y vuelta protestada). El Cordobés: dos pinchazos y estocada corta baja (ovación y salida al tercio); bajonazo (algunas palmas). El Juli: estocada caída (oreja); pinchazo yestocada (aplausos).Plaza de Valencia, 17 de marzo. 6ª corrida fallera. Lleno.

Tuvo -para muestra un botón- importantes detalles de maestro consumado. Principalmente en el toro que abrió plaza, un manso de los que rehúyen el encuentro con los caballos y al sentir la quemazón del hierro salen de estampida.

Ponce inició la faena de muleta doblándose por bajo con hondura y ganancia de terrenos, obligando al manso a humillar y a embestir. Y al rematar en los medios ya era suyo: lo tenía dominado. Sólo hacía falta seguir toreando; entiéndase, instrumentando las suertes con igual hondura, templanza y ligazón. Y, en cambio, se puso a correr.

Es el estilo que se lleva: pegar un pase y quitarse de en medio.

Y lo que sucedió entonces fue que el toro ya no se sintió dominado, sino libre. Enemigo que huye, puente de plata, sostiene la sabiduría popular, y, por lo que uno sospecha, la bovina, también.

Esta técnica corredora la volvió a emplear Enrique Ponce con el cuarto de la tarde, cuya blandura de remos y candidez mental le impelían a quedarse corto, pararse y, antes de reemprender la marcha, pensárselo dos veces.

Al producirse estos parones, Enrique Ponce pegaba un respingo como si llegara el coco, eludía la proximidad del cándido blando precipitadamente, y regresaba con parecida celeridad, y gesticulaba con el énfasis que solía emplearse para exclamar "A mí la Legión", y le endilgaba al parado un muletazo vigoroso. Y vuelta a empezar, de acá para allá. Y la galería, a la que iban dirigidos estos supuestos alardes de temeridad, daba gritos, palmoteaba enardecida.

No toda, quizá porque no toda la plaza era galería. Y se oyeron voces de disconformidad, reproducidas cuando, al terminar, Ponce -que ya llevaba el acostumbrado par de avisos en su balance- emprendió la vuelta al ruedo. Bulliciosa presenció la galería la corrida fallera de la máxima expectación, y aclamó a El Cordobés unos redondos reposados, otros frenéticos fuera de cacho que, asimismo, le dedicó -a El Cordobés sí le cuadra esta desahogada demagogia-, mas luego se puso reiterativo, monótono, plúmbeo, y acabó aburriendo al lucero del alba.

Unos lances a la verónica y unas chicuelinas destacaron en la actuación de El Cordobés. Ahora bien, para verónicas y chicuelinas, y la interpretación fastuosa del toreo de capa, El Juli. Un Juli arrebatado que puso al público en pie con una maravillosa media verónica de manos bajas, con el ceñido galleo, con las saltilleras, con la del preciso e inspirado engarce de los variopintos lances. Banderilleó después rápido y seguro. Y tocaron a matar. Tocaron a matar, y todo aquel entramado de fascinantes arabescos se vino abajo estrepitosamente. Las ovaciones seguían por la inercia propia del triunfalismo desbocado, pero lo de parar, templar y mandar no se veía; lo de cargar la suerte, menos aún. Los toros no eran esas almas pastueñas que se dejan sobar, mas tampoco presentaban problemas que fueran más allá de su invalidez. Triunfó El Juli, ésa es una verdad objetiva. Y, sin embargo, la afición empezaba a pensar si con esto de El Juli no nos estaremos pasando.

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