El criminal nunca gana
A los seis años largos del secuestro de la farmacéutica de Olot, la Guardia Civil ha logrado identificar a sus más destacados autores y carceleros. Ayer fue detenido el "menos malo" de todos ellos, a juicio de la secuestrada, el que fue su guardián durante los 492 días de cautiverio y que, según parece, decidió liberarla por su cuenta y riesgo. La presencia de un guardia municipal y el guardaespaldas de un alcalde entre los secuestradores, el suicidio por sobredosis de otro de los supuestos implicados, el contraste entre la vulgaridad de los móviles y las historias misteriosas que la imaginación popular tejió en torno al caso configuran un mundo cerrado propio de ciertos relatos literarios.Hay que felicitar a los guardias por el esclarecimiento del caso, aunque los seis años transcurridos son una eternidad si se considera que uno de los delincuentes estuvo fugazmente en el punto de mira de las primeras investigaciones. Se trata del policía municipal de Olot que a los pocos días de producirse el secuestro fue denunciado por un vecino que sospechaba de sus merodeos por la casa de Maria Àngels Feliú. La Policía Nacional transmitió en su momento la pista al juez del caso, que, sin interesarse por sus pormenores, la trasladó, a su vez, a la Guardia Civil. No hubo más indagaciones, que se sepa. Una pista inédita, hace pocas semanas, resucitó las sospechas sobre Antoni Guirado.
Maria Àngels Feliú pasó 492 días secuestrada. Si no fuera por el respeto que merece su tragedia, por el castigo físico y moral que representó para ella y su familia, a la vista de lo que ahora se sabe, muchos podrían hablar de esperpento. En esta cruel narración aparecería una Administración de justicia ineficaz, una relación escasamente fluida entre los cuerpos de seguridad del Estado y un respeto gremial que, por lo visto, hace más natural que sea sospechoso, pongamos por caso, un fontanero que un guardia municipal. Hay que añadir una más que laxa administración local y algún que otro alcalde que da sin muchos miramientos pistola y uniforme a delincuentes. Porque no se trata sólo de que uno de los autores del secuestro sea policía, sino que su supuesto cerebro, que tuvo en su casa a la prisionera, era el escolta del alcalde de Sant Pere de Torelló.
No es habitual que el alcalde de un pueblecito necesite protección. Así que no está claro si el supuesto secuestrador, Ramón Ullastre, el hombre del bosque, experto en convencer por las buenas o por las malas, estaba contratado para protegerlo o para vigilar a una población que no acababa de tragar los manejos urbanísticos de su regidor, por los que ha acabado en los tribunales. El empeño de unos guardias civiles permite hoy hablar con más certeza que hace cinco años de presuntos culpables. Al margen del desenlace penal, de este caso sobrevivirán las imágenes de una policía que no quiere creer que uno de los suyos pueda ser un delincuente y la de una instrucción judicial cuando menos tambaleante. Y aunque el esclarecimiento del caso se haya demorado largamente, su final demostraría que "el criminal nunca gana". Como corresponde a una historia tan de los años cincuenta.
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