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Europa y EE UU, a la greña

(. . .) No sorprende que a ambos lados del Atlántico se pronostique el fin del entendimiento euroamericano que varias veces salvó al siglo XX del desastre. Muchos europeos piensan que debe cuestionarse a Estados Unidos como superpotencia única de la posguerra, para no caer en un mundo inaceptablemente americanizado: el joven y galante euro debe equilibrar al poderoso dólar; (. . .) es preciso no fomentar los esfuerzos de Washington por estigmatizar a Irán; (. . .) la Casa Blanca debería poner fin a los bombardeos sobre Irak. Pero esos europeos no se dan cuenta de que sus gruñidos quedan ahogados por los rugidos de frustración de los estadounidenses. No se trata ya de que la agonía de Bosnia se prolongara por la poca disposición de los europeos a admitir que una paz justa requería la amenaza de hacer uso de la violencia; o de que la guerra del plátano empezara con la resistencia europea a respetar las leyes internacionales de comercio. La artrítica economía europea, dicen al otro lado del Atlántico, deja a Estados Unidos toda la carga de ayudar al sureste asiático y a Latinoamérica, golpeados por la recesión. Si Estados Unidos fuera a quedar como única superpotencia, quienes creen en el peligro del monopolio y en la necesidad de la competencia sacarían las oportunas conclusiones: Europa debería contrapesar ese abrumador poderío americano. Pero no parece que sea eso lo que permite entrever el futuro. Si la parte europea de la OTAN levanta la mirada y ve lo que hay más allá de sus fronteras, comprenderá por qué todavía necesita a Estados Unidos; (...)

Londres, 12 de marzo

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