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El escándalo de las caídas de los toros

Los toros se siguen cayendo. En realidad se están cayendo más que nunca. La caída de los toros ya hace tiempo que adquirió caracteres de escándalo y esto no hay quien lo pare. Los novillos que se lidiaron en Valencia se cayeron todos. Dos fueron devueltos al corral y los sobreros se caían también.Se habla de dopaje. Un servidor no se va a hacer ni el sorprendido ni el inocente a estas alturas de la vida pues hace ya mucho tiempo que lo viene sospechando. Con otras palabras, desde luego, pues esto del dopaje es voz relativamente nueva. El inolvidable Juanito -el de la andanada- decía que los toros salían drogueaos -a veces pronunciaba drogueaus, inspirado en su madrileñismo castizo- y no se callaba, sino que lo gritaba, dirigiendo severas miradas a la presidencia.

Guadalest / Bautista, Ronquillo, Navarro Novillos de Guadalest ( dos de ellos sobreros, tan inválidos como los devueltos), de buena presencia aunque escasos de cuerna, la mayoría sospechosos de pitones; inválidos y dóciles

Juan Bautista: pinchazo, estocada, rueda de peones -aviso- y dobla el novillo (petición y vuelta); pinchazo, estocada -aviso- y dobla el novillo (oreja). Rafael Ronquillo: estocada (silencio); bajonazo (silencio). Sergio Navarro: estocada -aviso- y dos descabellos (palmas y saludos); estocada perdiendo la muleta; se le perdonó un aviso (oreja). Plaza de Valencia, 13 de marzo. 2ª corrida fallera. Dos tercios de entrada.

No se puede sostener que los toros salgan drogueaus ni dopaus, pero algo tienen o algo les meten porque no es normal que todos los toros se caigan. Los de Valencia no paraban de caerse. Se caían en cuanto saltaban a la arena, y tantas embestidas daban, tantas veces perdían el equilibrio. Hasta que llegaba el turno de muleta no paraban de caerse.

Y luego no es que sanaran de súbito, no es que los llevaran a Lourdes; mas podía observarse que ya no se caían tanto, faena adelante se caían cada vez menos y barrunta uno que si siguen los toreros pegándoles derechazos hasta la madrugada (a punto estuvieron de hacerlo), habrían acabado tan enteros y verdaderos como la madre que los parió.

Que los toros inválidos, crepusculares y modorros, tras dos tercios haciendo títeres empiecen a comportarse con normalidad es cosa extraña. Para las invalideces, los taurinos y algunos incautos aducen variopintas explicaciones: desde la falta de casta del ganado, a que llovió la víspera; desde el abuso de los piensos compuestos a la carencia de gimnasia funcional. En la justificación de las caídas de los toros las tonterías se suceden y podría editarse una enjundiosa antología de la idiotez.

La falta de casta es acaso la argumentación más rocambolesca. Culpan de las caídas al descastamiento de la especie y resulta que cuando la especie está en pie no para de embestir. Jamás los toros han embestido con tan sostenida nobleza, lo que es indicio de una esmerada selección.

El mal seguramente viene después. Se trata de que salte a la arena un toro feble que no desasosiegue al torero. Y eso es lo que sale. Y entonces el torero va y se pone a pegar derechazos, a encararse retador. Y así hasta las tantas. Importa lo mismo que sean matadores o novilleros, figuras o modestos. Con ese toro todos pueden llamarse de tu (y de tururu) y lo único que les diferencia son las tablas. A cualquier torero del escalafón se le placa a modo con semejante género y acaba convertido en un fenómeno.

Los tres novilleros, si se salvan las tablas, anduvieron con los novillos igual de cobrados que cualquiera de los actuales mandones de la torearía. Los tres pegaron derrochases a manta, algunos de excelente factura; los tres accedieron a ejecutar algunos naturales; los tres exageraron la nota en los pases de pecho; los tres prolongaron las faenas más allá de lo soportable; los tres, en la prolongación, perpetraron , circulares de espaldas y monolingües.

Algunos matices los diferenciaban, desde luego. Juan Bautista, por ejemplo, practicó un toreo ortodoxo y reposado, de buena escuela. Rafael Rencilla, que empezó una de sus faenas sentado en el estribo, templaba menos. Serio Navarro, a quien asistía nutrida claque, inició otra en el platillo con el cambio por la espalda y quizá fue quien más pases dio. Llevábamos sentados en la fría piedra cerca de dos horas y media, se cerró la noche y aún seguía pegando derechazos.

Claro que torear así o asá, pegar derechazos o izquierdazos daba lo mismo, con aquel ganado modorro y crepuscular; con aquel escándalo de novillada inválida, quizá anuncio de lo que ha de venir. Si alguien no interviene aquí para averiguar qué pasa, malos presagios se ciernen sobre esta feria fallera y sobre el resto de la la temporada. Oscuro y problemático se presenta el futuro de la fiesta. Como el reinado de Witiza.

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