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Síntomas paralelos

JUSTO NAVARRO Éste parece el síntoma claro de que un partido político ha alcanzado la cumbre y se ha asentado con seguridad en el poder y en sí mismo: se descuida, como esos poderosos que indecentemente bostezan en público y emiten ruidos que nunca los avergüenzan a ellos, sino al débil que debe soportarlos. Se confía o adormece el partido, y empieza a dejar pistas y descontentos, descolgados de la alegría partidaria, chivatos que denuncian tráfico de influencias y cohechos y maquinaciones para alterar el precio de las cosas. Entonces la contrata de la vigilancia de un cementerio puede desembocar, como en Granada, en un juicio penal donde el acusado, antiguo concejal del PP, presenta una coartada perfecta, de cine: en el momento en que supuestamente los vigilantes de tumbas lo sobornaban en un café, el concejal celebraba el santo del alcalde, música y tarta, en casa del alcalde. Me gustaría que el antiguo concejal fuera inocente. Pero, si existen operaciones como la de los vigilantes del cementerio granadino, tendré que admitir que vivimos en una sociedad bien trabada: reconozco que este tipo de delitos parece un signo de inteligencia política y comercial. Intento comprender la lógica económica del caso de la empresa de vigilancia, que en teoría debía entregar cinco millones para el PP a cambio de la contrata municipal: me figuro, por puro sentido común, que los cinco millones supuestamente destinados al PP provendrían del dinero que el Ayuntamiento de Granada u otros ayuntamientos del PP pagarían a su vez a la empresa de vigilancia. Es edificante, redonda, esta manera de organizar el mundo. Así se construye una sociedad vertebrada, unida, de intereses y beneficios compartidos: un mundo ejemplar y feliz. También presentan un síntoma inevitable los partidos perdedores, sean conservadores o reformistas o revolucionarios: un partido perdedor, por definición, se destroza febrilmente a sí mismo. Parece como si al partido sólo le quedara poder para volverlo contra sí y buscar la ruina común de todos sus miembros. Cuanto más pesado fue el partido, más cae y a más profundidad, como si lo aplastara su antiguo peso. Pienso en el espectáculo que ofrece el PSOE mientras prepara las elecciones municipales según las normas anárquicas que gobiernan a los partidos en desbandada: los procedimientos tácitos e intrincados de la política salen a la luz, ruidosos, directos, y, a la vez, una niebla negra envuelve a los dirigentes que sonrieron juntos en fotos de triunfadores y ahora se rozan en su nube, chocan y se destrozan entre ellos. Sucede en Málaga y otros ayuntamientos de la costa, municipios ricos donde el partido tuvo poder y donde ahora dirime acusaciones internas de trampas en elecciones internas y sustracción de documentos internos y campañas internas de descrédito al candidato oficial. Es como si el partido hubiera decidido meterse interno, como antiguamente se hacía con los hijos malos. O como si, no pudiendo ganar, hubiera decidido participar activamente en su propia derrota. Si no puede derrotar al partido adversario, el partido se derrota a sí mismo, siempre vencedor.

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