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NUEVA ETAPA EN ALEMANIA

Bruselas espera ahora más flexibilidad de Alemania en la negociación europea

El nuevo ministro alemán de Hacienda, Hans Eichel, es una perfecta incógnita en la UE. "Es un hombre muy conocido en Alemania y muy respetado por su buen hacer y su discreción, pero es un perfecto desconocido en los ambientes comunitarios", subrayaba ayer un funcionario de la Comisión Europea. "Es un buen amigo de España pero no ha destacado hasta ahora por ser un experto en temas comunitarios", subrayaban fuentes diplomáticas españolas.

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De Eichel se sabe hoy en Bruselas lo que las agencias de prensa empezaron a escribir ayer. Sólo los que siguen muy de cerca la política alemana confirmaban que conocían su nombre y su papel como primer político del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) que formó un Gobierno regional con los verdes. Pero apenas nadie se atrevía ayer a pronosticar sobre su influencia a partir de ahora en la política europea de Alemania o cómo puede alterar, si le da tiempo, la posición de su Gobierno en el contencioso financiero."No parece que las cosas vayan a ir hacia peor", subrayaban fuentes comunitarias. "Su escaso carisma nos hace pensar que la ronda final de las negociaciones de la Agenda 2000 va a caer completamente sobre las espaldas del canciller Gerhard Schröder", apuntaban las mismas fuentes. "La dimisión de Lafontaine puede debilitar la presidencia alemana", advertía ayer el ministro holandés de Finanzas, Gerrit Zalm, uno de los halcones de la austeridad en el seno del Consejo de Ministros europeos de Economía y Finanzas (Ecofin). El cambio de Lafontaine por Eichel no refuerza las posiciones de dureza y ajuste económico que defiende Zalm, algo que puede explicar los temores del holandés a una debilidad alemana justo en el momento culminante de las negociaciones de la Agenda 2000.

Pero lo que le duele a Zalm suele agradarle a España. La caída de Lafontaine ya se interpretó la víspera en Bruselas como una señal favorable a una Alemania más flexible ante sus socios. El nombramiento de un hombre poco conocido, como Hans Eichel, viene a confirmar esos pronósticos. No es sorprendente que los mayores lamentos por la caída de Lafontaine proceda de los países que más defienden un recorte de los presupuestos de la Unión Europea. Su dimisión "debilita a Europa en un momento decisivo", se lamentó el ministro austríaco de Asuntos Exteriores, Wolfgang Schuessel.

En el sur no se piensa lo mismo. Si para la prensa portuguesa es una buena noticia, para el presidente del Gobierno italiano, Massimo d"Alema, "es un asunto interno del SPD que no afecta para nada al tablero europeo". "Muchos se han alegrado de la marcha de Lafontaine", confesó en privado un diplomático español.

Desde luego el que no estaba nada triste era el presidente del Banco Central Europeo (BCE), el holandés Wim Duisenberg. "No tengo ningún sentimiento especial" por la dimisión de Lafontaine, afirmó ayer en Roma. Es una forma educada de decir que no siente ninguna pena por la caída del que se había convertido en martillo de los banqueros del euro por sus permanentes presiones públicas en favor de un recorte de los tipos de interés de la divisa europea. Duisenberg le dio cálidamente la bienvenida al nuevo ministro: "Le conozco muy bien y le felicito", dijo de él.

La alegría contenida de Duisenberg se transformó en abierta euforia en los medios empresariales. La caída del populista Lafontaine ha sido interpretada por empresarios y financieros como la derrota de un político intervencionista e incluso sectario.

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