Primakov, contra los 'bandidos'
"Rusia es un país en el que no pasa nada, en el que no puede pasar nada". Esta frase, que pronunciaban los escépticos occidentales durante la perestroika de Gorbachov, parece estar de nuevo en boga en la prensa internacional, donde se ven reportajes sobre la miseria y el crimen engendrados por "el capitalismo de los bandidos", y en la que no se dice nada de la batalla que está librando Primakov para librarse de ellos. En parte es culpa suya: a diferencia de Gorbachov, que exponía por doquier y durante horas su visión del "socialismo de rostro humano", el actual primer ministro habla tan poco que causó sensación al improvisar un discurso de 40 minutos en un seminario semiprivado organizado cerca de Moscú. Su ambición, vino a decir, es garantizar a todos el salario establecido en los contratos laborales, obligar a los empresarios a pagar las cotizaciones a la Seguridad Social e imponer un impuesto sobre la renta. Éste será progresivo, según precisó uno de sus colaboradores, y podrá llegar al 80% en el caso de las rentas más altas. El programa, aparentemente modesto, no se puede realizar sin una "descriminalización de la sociedad", lo cual no es una tarea nada fácil. La necesidad más inmediata de Rusia es una ayuda financiera, que necesita tanto como "el aire para respirar". Pero el FMI se niega a suministrar esta ayuda y bloquea los créditos del Banco Mundial y del Gobierno japonés.Primakov, con ganas de hacer confidencias, reveló que había hablado de ello con Madeleine Albright, convencido de que una sola palabra suya bastaría para convencer al FMI de que prestase a Rusia las líneas de crédito ya acordadas en julio de 1998. Incluso llegó a apostar que así sería. La secretaria de Estado no ha respondido a la apuesta. Estados Unidos saca partido del arma financiera para mantener firme a Rusia y hacerla renunciar a una política independiente con respecto a Irak o Yugoslavia y a sus acuerdos económicos con Irán. Cuando se le preguntó si esta presión no tenía más objetivo que provocar la vuelta al poder de los "reformadores radicales" respondió que eso había que preguntárselo a Albright.
No era una pregunta inocente. A pesar del descrédito que significó la quiebra financiera de agosto de 1998, los "liberales" rusos conservan el control de los medios de comunicación y aprueban sin reservas al FMI. "A los comunistas no se les da dinero", titulaba el Kommersant, principal diario financiero del país, que sabe perfectamente que Primakov no es comunista. Más tarde, cuando éste decretó una amnistía para 94.000 condenados a penas leves, para hacer sitio en las cárceles a los que cometen delitos económicos, ¡se le comparó con el Stalin de las purgas de 1937! Esos mismos periódicos, a la vez que le asignan un propósito tan siniestro, se ríen de los modestos resultados de la batalla contra el crimen. Es cierto que, por ahora, sólo ha habido algunos arrestos espectaculares (los del antiguo ministro de Justicia Kovalev y de un personaje de San Petersburgo de primera línea: Chutov), pero también lo es que Interior ha emprendido una enérgica depuración en sus propias filas, que ha hecho saltar a los generales responsables de las regiones sospechosos de colaborar con la mafia. También ha sido destituido el jefe de la policía fiscal, Almazov, tras siete años de gestión "liberal". El Gobierno quiere hacerse con un aparato represivo digno de confianza antes de atacar frontalmente al crimen organizado.
Repentinamente, en la noche del 10 de febrero, en Samara, una de las tres metrópolis del Volga, el edificio del Ministerio del Interior, ardió como una caja de cerillas. Hubo 57 muertos y 91 heridos, 15 de ellos en estado crítico. Este incendio asesino se inició en la planta de los inspectores encargados de la mafia de Togliattigrado, el Detroit ruso, la capital de la industria automovilística, que se ha convertido en el Chicago de los años treinta. Aunque el fiscal de Samara no lo ha dicho aún, los habitantes de la ciudad ya lo saben: "La mafia responde a Moscú: si quieres perseguirnos deberás comenzar de cero". El Gobierno proclamó un duelo nacional en honor de las víctimas y pareció haber encajado bien el golpe. Pero no por mucho tiempo. El 19 de febrero, el ministerio fiscal de la República dio la orden de detención de los dirigentes del Avtovaz, la gran fábrica de Togliattigrado, por fraude fiscal, exportación ilegal de capitales y otras infracciones. Varios jefes mafiosos fueron encerrados. Es probable que Moscú tuviera copia de los documentos destruidos en el incendio de Samara. No se ha mencionado a la sociedad Logovaz, de Borís Berezovski, encargada de comercializar los automóviles de Togliattigrado, pero no hay que ser un experto para adivinar que también ella se encuentra en el punto de mira de la justicia.
Borís Abramovich Berezovski (alias BAB) es un personaje que llama la atención. Tras haber insistido en sus orígenes judíos, acaba de convertirse a la fe ortodoxa. Ello se debe a que no escatima medios para lograr sus objetivos. Alto funcionario, secretario ejecutivo de la Confederación de Estados Independientes (CEI), fue uno de los primeros en declararse en guerra con "el Gobierno comunista de Primakov". Éste lo llamó al orden, amenazándole con apartarlo de sus funciones en la CEI. La policía fiscal empezó a vigilar de cerca sus negocios, investigando sus empresas más prósperas, como la Sibneft. El 17 de febrero, el fiscal general provisional, Mijaíl Kvashnin, desmintió el rumor de que ya había firmado la orden de detención de BAB. ¿Quién iba a creer que se pudiese adoptar tal medida contra alguien a quien la revista Forbes calificó en 1996 de "más poderoso que el otro Borís" (Yeltsin)? Finalmente, el 4 de marzo, el presidente ruso destituyó a este alto funcionario demasiado molesto, que ha pagado caro el haber subestimado a Primakov.
Ningún primer ministro ruso ha gozado de un índice de popularidad tan alto (58% de opiniones favorables). Se debe a que la gente cree en su voluntad de combatir el crimen. "Nadie, ni Dios, ni el zar, ni ningún héroe, va a librarnos de un brote de esta plaga", dice un experto, "pero Primakov hará todo lo posible". Por eso, según los sondeos, ganará ampliamente la primera vuelta de las elecciones presidenciales y aplastará a cualquier competidor en la segunda, ya sea Ziugánov, Luikov o Lébed. Parece que Primakov no quiere presentarse, pero si los sondeos siguen siéndole tan favorables acabará por ceder. Perspectiva ésta totalmente inaceptable para los "nuevos rusos", unos propietarios con muy poca seguridad sobre la validez de sus títulos de propiedad. Y aunque Primakov no habla nunca de renacionalización, no descarta un peredel sobstviennosti (redistribución de la propiedad), que consistiría en la anulación de las adquisiciones fraudulentas durante las privatizaciones de los años precedentes. En Krasnoyarsk acaba de acudir en ayuda del general Lébed, enfrentado con el "rey del níquel", Anatoli Bykov, que por su ambición de introducirse en todas las industrias de la región puede ser acusado de relaciones con la mafia. Lo mismo puede ocurrir en otras regiones, empezando por San Petersburgo, donde acaba de formarse una comisión de control especial.
Los intentos por parte de los "reformadores radicales" de formar un partido, a cuya cabeza estaría Gaidar, Nemtsov o Chubáis, se han saldado con un estrepitoso fracaso. Creían tener el viento a favor cuando Moscú era Eldorado del capitalismo especulativo, donde muchos despabilados creían en la doctrina de "cada uno a lo suyo y nada de Estado". Tras la caída del pasado agosto, han sido despedidos de la noche a la mañana sin una peseta de indemnización. Actualmente prefieren un mercado reglamentado y un trabajo con contrato, con las garantías sociales que promete el equipo de Primakov.
La Duma sospecha que los "liberales" se vengarán forzando a Yeltsin a dar un nuevo "golpe", prohibiendo el partido comunista y aplazando las próximas elecciones legislativas. La prensa y la televisión de los "oligarcas" insisten en los malentendidos entre el Kremlin y el Gobierno, y dicen que Yeltsin tiene intención de destituir a Primakov y sustituirle por Pavel Borodín, fiel administrador de los bienes de la presidencia. Según ciertos analistas políticos, Yeltsin fue a Ammán sólo para anunciar a su "amigo Bill" (Clinton) y a su "amigo Jacques" (Chirac) este inminente cambio de guardia en Rusia. Pero estas "revelaciones" no tienen fundamento. Porque Borodín es objeto de una investigación judicial abierta por el fiscal general Yuri Skuratov, que ha sido destituido fulminantemente, sin que el asunto pueda considerarse cerrado. Y porque en septiembre, Yeltsin renunció a su derecho a destituir al primer ministro y no puede recuperarlo. Ha jugado todas sus cartas en las crisis anteriores y no tiene hombres ni políticas que oponer al Gobierno actual. Cada dos por tres ingresa en el hospital, apenas se tiene de pie durante sus escasas apariciones en el Kremlin y dice lo primero que se le pasa por la cabeza. Durante la visita oficial de Gerhard Schröder exclamó ante él: "Acabo de llamar por teléfono a Clinton para impedir la agresión contra Yugoslavia". El canciller alemán tardó poco en averiguar que dicha conversación telefónica no se había producido nunca. De vuelta a Berlín, sus acompañantes no ocultaron a la prensa que Primakov es el único interlocutor posible en Rusia. Schröder también comprendió, gracias a sus entrevistas en Moscú, que el boicot financiero a este país puede tener consecuencias nefastas. "Me comprometo a convertirme en abogado de Rusia ante el FMI", anunció en Moscú. Pero tres días más tarde, con ocasión de la cumbre de los ministros de Finanzas del G-7 en Bonn, el intratable Michel Camdessus reiteró el niet del FMI a la delegación rusa, pues el presupuesto de Primakov le parece demasiado social y desaprueba su intención de someter el Banco Central -involucrado en turbias operaciones en tiempos de los "reformistas radicales"- al control del Tribunal de Cuentas. Convencido de que Rusia no evitará la hiperinflación, desaconseja a los inversores occidentales que vayan a Rusia y hace huir a los que ya están allí. De manera que "el abogado Schröder" no ha hecho vacilar la visión dogmática del FMI, que sólo es generoso con los países que siguen el modelo norteamericano. Pero ¿es que los demás Gobiernos europeos, casi todos ellos socialistas, no tienen nada que decir al respecto? ¿No entienden que Rusia está en Europa y que hay que ayudarla en su intento de escapar al "capitalismo de los bandidos" en vez de torpedearla?
K. S. Karol es especialista francés en asuntos de Europa del Este.
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