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Tribuna
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El desconocido

La materia primordial de la que se sirven las novelas policiacas radica en "el ser desconocido": esa segunda naturaleza de la condición humana que se anida en un repliegue de la biografía autorizada y desde donde va creciendo sigilosamente hasta encarnar la valiosa sustancia de la investigación. El estímulo de la novela proviene de esa sustancia despaciosa o de bodega que logra, al cabo del libro, presentar un personaje de insólito o inesperado interés, muy superior al circulante, conocido y convencional.En cada uno de los seres vivos habita ese yo ignorado que unas veces, por gigantismo, termina devorando al oficial y otras concluye siendo tan sólo un modesto apéndice reducido a la irrespirable intimidad. Pudiendo crecer, no obstante, siempre es más el ser Desconocido, clandestino y potencial, que el revelado. Umbral, en una de las fulgentes páginas de su libro Diario político y sentimental, recuerda cómo el episodio de un vídeo porno sobre un señor bien conocido en los periódicos creó un segundo señor que ya nunca permitiría recobrar la visión primera. Con apenas unas imágenes reveladas se velaba la película más afianzada; con unos hilos de otro color se trasforma la percepción de los hábitos.

Ayer, un guardia municipal de Olot se manifiesta culpable del secuestro de la farmacéutica; en Alicante, tres jóvenes son los autores de una atrocidad incendiaria y criminal; en París, un grupo de vascos con aspecto de excursionistas católicos vienen a ser las cabezas sanguinarias que decretaban asesinatos individuales o múltiples sobre cualquiera que no coincidiera con el desatino de su enfermedad mental. El Desconocido emerge del conciudadano, del paisano, del vecino o del hermano como una fuerza alimentada, a veces, en las vetas del mal o labrada a partir de una conciencia que le configura como el maldito que no pudo ser a la vista de todos. Porque sería, en efecto, a la diáfana vista de todos como se aniquilaría su potencialidad de ser.

La democracia de hoy desea proclamarse "transparente", provista de medios de investigación, policiales y de luminotecnia para visualizar cualquiera de los frunces sociales donde pueda acantonarse una crisálida de la que surgirá, metamorfoseado, un brazo súbito y convulso. Este celo democrático, sin embargo, se extiende hoy tan exasperadamente que está a punto de suplir lo democrático por lo policial, el miedo natural a lo desconocido por el odio a cualquier secreto. Desde la intimidad de las personas a los recodos del paisaje, desde la narrativa implícita hasta la poesía, desde el lenguaje del ordenador al lenguaje del orador, todo debe aparecer explícito, contable, plano.

En la ferocidad contra lo desconocido se arrasan los campos del misterio, la reserva alternativa, el intento de crear más allá de lo preexistente, la ocasión de pensar una utopía. Lo conocido se ensancha para engullir, reciclar y depurar materias desconocidas; el más allá se hace prolongación del más acá y hasta lo más profundo es indistinguible de lo superficial.

El juego y la investigación, la ciencia, los experimentadores y los científicos han cumplido con su misión profesional y de sus pesquisas se han repartido ofertas de bienestar, seguridad y progreso para todos. La novedad ahora es la fuerte identificación moderna entre la moral de la democracia y la ética de la luz que, más allá de deshacer puntos nocivos para la vida colectiva, trasforma la existencia en la banalidad de un plató, el sentido de la confidencia en un talk show y lo privado en un depósito a mano para cualquier explotación, política, económica o sentimental. Como una formidable fuerza magnética, la exaltación de la claridad o la transparencia a toda costa está atrayendo masivamente al juego de la delación; multiplicando el vídeo, la foto, el detective, y ya no hay alcoba, cárcel, quirófano, bufete o vestuarios de fútbol de los que no se desprenda un dato que trasmute al conocido en su Desconocido y al Desconocido ya, expuesto a la luz, en su cadáver.

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