Una muestra antológica de Burne-Jones lleva a París símbolos ingleses
El Museo de Orsay revisa la producción de la gran figura del prerrafaelismo británico
"Son obras de una belleza remarcable, pero cada vez más frías; ideas pintadas, progresivamente menos vinculadas a la observación". La frase es de Henry James y se refiere a los últimos años de la producción artística de Edward Burne-Jones (1833-1898), la gran figura del prerrafaelismo o del simbolismo británico. El Museo de Orsay dedica una antológica al artista con motivo del centenario de su muerte.
La sentencia de James ha pesado en la valoración de la obra de Burne-Jones, olvidado por los impresionistas y enterrado por los distintos ismos que se han sucedido a lo largo del siglo XX.El Museo de Orsay de París, conjuntamente con el Metropolitan de Nueva York y el Museo de Birmingham, propone revisitar su trabajo de la misma manera que en otoño pasado propuso la revisión de su homólogo francés Gustave Moreau. El resultado es sorprendente, entre la constatación de la irreductible excepción británica y los puentes tendidos hacia corrientes minoritarias que se han desarrollado en toda Europa.
Burne-Jones encarna una aventura peculiar, que convierte el gótico en mundo idealizado, en el que no existía fractura entre arte y artesanía. Se trata de una reacción ante el maquinismo, ante la revolución industrial, y Burne-Jones, con su amigo arquitecto William Morris y bajo la tutela de John Ruskin, busca en el universo medieval o renacentista el equilibrio imposible en la explosiva Inglaterra victoriana y de Dickens. "No necesito nada, excepto mi cabeza y mis manos, para crearme un mundo en el que pueda vivir sin ser molestado. Soy rey de mi reino", decía Burne-Jones, al tiempo que se preguntaba: "¿Qué tienen que ver con el arte el realismo o la transcripción inmediata?".
"Gothic revival"
Empeñado en la relectura de mitos de la antigüedad o de relatos medievales, miembro del llamado gothic revival, socialista utópico y defensor de la "imaginación poética" con vistas a Ruskin, Burne-Jones no escapó a las contradicciones de su exquisitez. Y es así como sus dos grandes mecenas son un escocés -William Graham- que hizo fortuna en la India y que acabó por ser diputado, y Frederick Richards Leyland, negociante inmisericorde y célebre por su dureza, que buscó en los grandes cuadros de Burne-Jones una colección decorativa que simbolizase su nueva situación social.Los postulados de Burne-Jones le hacen poco apto o, mejor dicho, poco fiable como retratista. A pesar de ello, realizó algunos, excelentes, de su amante María Zambaco, de su esposa y de su hija, así como de lady Windsor, o de la mujer de otro de sus mecenas, lady Frances Balfour. "Tengo pocas dotes para pintar retratos", decía Burne-Jones, "porque no es un ejercicio conveniente tener que buscar perpetuamente en un rostro aquello que te agrada para ocultar lo que te desagrada".
Otras exposiciones
El arrebato victoriano del Museo de Orsay no se limita a las pinturas de Burne-Jones. Sus cartones para cristaleras, sus tapices, mosaicos, dibujos o ilustraciones para libros se presentan acompañados de otras exposiciones. Por un lado, una dedicada a Edmund Davis, un multimillonario coleccionista que también supo prestar atención a los artistas británicos de la segunda mitad del siglo XIX, una muestra del Lewis Carroll fotógrafo, a la que se une una serie de "fantasías fotográficas victorianas" de fuerte regusto literario y medievalizante, así como una buena muestra -fotos, planos, dibujos- de la arquitectura y el interiorismo de los miembros del movimiento gothic revival.Por otro lado, se podrá asistir a operetas y conciertos de Gilbert & Sullivan -los reyes de la excentricidad musical victoriana-, a una retrospectiva íntegra del periodo inglés de Alfred Hitchcock y a un ciclo de conferencias titulado Excéntrica Albión. Porque, en definitiva, de eso se trata, de la excentricidad, de la excepción, de la rareza de los súbditos de la reina Victoria, que, a la vez que glosaban el país imaginario de Walter Scott, acaban por estar detrás de gran parte de nuestros mitos contemporáneos, de Barbarella a las comedias de Broadway.
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