La primera inyección humanitaria
Los niños del poblado rumano de Malmea (Fuencarral), aún sin escolarizar, conocieron ayer el significado de la palabra vacuna. No fue en un aula, porque todavía carecen de ella, sino en una unidad móvil con sanitarios municipales, de la Comunidad, del Insalud y Cruz Roja que acudieron a vacunar a los casi 200 chiquillos de este asentamiento donde malviven un centenar de familias en furgonetas y tiendas de campaña. Sólo pudieron atender a 65 chavales, los únicos presentes. El resto se habían ido con sus padres a ducharse a los baños de Tetuán o a otros menesteres. Volverán a atender al resto.A los chavales se les veía encantados con los globos y caramelos que les daban los sanitarios y con el revuelo de cámaras y periodistas organizado por el evento. Sólo algunos más pequeños lloraban con el pinchazo. El resto subía a la unidad móvil con aplomo. Dos intérpretes del rumano ayudaban en la tarea.
La mayoría de los niños del poblado nunca han sido vacunados, a excepción de 30 que recibieron esta atención en el dispensario municipal de La Vaguada. Ayer les pusieron tres vacunas: dos por inyección contra el tétanos, la difteria, la tosferina y la hepatitis B y una tercera bebible contra la poliomelitis. Está previsto completar las vacunaciones con dos visitas más.
Javier Pascual, coordinador del Centro Integral de Salud (CIS) municipal de La Vaguada, adonde acuden algunas de estas familias, explica que con las condiciones de vida del asentamiento, rodeado por una escombrera, con una sóla fuente y sin duchas ni letrinas, cualquier problema de salud se agrava. "No están muy enfermos porque son jóvenes pero con estas condiciones de vida cualquier catarro es más difícil de curar y también resulta difícil erradicar los piojos y sarna", añade. El mal estado de las dentaduras de los críos es otro problema.
"En el CIS atendemos a los adultos y el Insalud trata a los niños pero lo cierto es que, por desconfianza o ignorancia, sólo nos llega un 20% de las familias", apostilla Pascual.
Unicef, que alertó sobre la situación de los 200 niños del núcleo, que a menudo acompañan a sus padres a mendigar y a vender revistas de indigentes como La calle y La farola, aún no ha recibido una respuesta municipal a su petición de un aula para dar clases a estos chavales.
La presencia de este asentamiento, consolidado en el último año, empieza a despertar la alarma e incluso el rechazo, en algunos residentes de la zona. Hay vecinos que atribuyen a los chabolistas pequeños hurtos y se quejan de su suciedad. Temen, además, que el poblado, hasta ahora nada conflictivo, se convierta en un foco de delincuencia como ha ocurrido con otros.
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