_
_
_
_

El Reino Unido destapa sus vergüenzas racistas

Tony Blair lo definió como "una nueva era" en las relaciones raciales del Reino Unido. Pero el informe sobre el asesinato de Stephen Lawrence, un estudiante negro de 18 años acuchillado por cinco matones blancos en un suburbio de Londres en 1993, no solo condenó esta semana a la policía de "negligencia y racismo institucionalizado", sino que ha abierto un debate nacional sobre prejuicios arraigados en la sociedad británica.Lila es nigeriana y trabaja como camarera en un restaurante de moda en West London. "¿Racismo?, claro que existe, pero hay que acomodarse", dice con resignación. "Si fuera blanca, los clientes dirían por favor y gracias con un poco más de frecuencia", explica. Lila cree que el impacto del caso Lawrence va a durar poco. En otro barrio de Londres, en Chelsea, un ejecutivo almuerza en un restaurante con su mujer y sus tres niños. Todos rubios. El caso Lawrence, dice el desencorbatado jefe de una empresa de relaciones públicas, ha sido "magnificado por razones políticas". Representa el sentimiento de muchos conservadores sobre el informe elaborado por William Macpherson y en el que se acusa a la policía metropolitana de Londres de racismo e ineptitud. Ven en el caso Lawrence una exageración patrocinada por los laboristas en el poder, aquellos que tratan de revisar uno de los aspectos más urticantes de la identidad británica. Técnicamente, el Reino Unido es un país que se precia de su democracia y tolerancia. Pero, en la realidad, subyace un elemento de discriminación que empaña la imagen de crisol de esta sociedad de cerca de 54 millones de habitantes, del que un 13% son no blancos y en la que los bobbies negros apenas son un microscópico punto.

Por ello, los asesinatos de al menos 25 descendientes de inmigrantes de las excolonias británicas en los últimos años son casos sin posibilidades de resolución. Varios de ellos saltaron a la atención pública en la ola de críticas a la policía británica tras la publicación del informe Macpherson.

Roland Adams, de 15 años, iba camino de su casa en Greenwich cuando un grupo de racistas blancos le pegó una paliza antes de degollarle en una noche de febrero de 1991. "Nigger

[negro en sentido despectivo]", vociferaron sus verdugos, algunos de los cuales fueron sentenciados a cadena perpetua. Más tarde, la condena fue reducida. A Panchadcham Sahitharan, de 28 años, un grupo de racistas blancos le asaltaron con bates de béisbol y lo dejaron muerto en una calle de Newham, al este de Londres, la noche del 28 de enero de 1992. Los dos atacantes fueron procesados, acusados y sentenciados. Hoy, ambos acusados están libres.

Mohamed Sawar, de 40 años, fue sacado de su taxi, apaleado y abandonado en agonía en una calle de Manchester en enero de 1992. El asesinato nunca fue considerado como un ataque racista. Lo mismo le pasó a Siddik Dada, de 60 años, mutilado a machetazos por una banda de racistas el mismo año y en la misma ciudad.

La lista de ataques contra no blancos es larga. Fue el diario liberal The Guardian el que expuso a toda plana los casos mas recientes, incluyendo la matanza a patadas de Farhan Mohomud Mire, de 32 años, en diciembre pasado. Hubo tres arrestos. Nadie fue acusado formalmente. O la historia de Sheldon Anton Bobb, de 21 años, que expiró en un hospital al sur de Londres a causa de una hemorragia cerebral tras una paliza racista. No hay arrestos.

Estos y otros casos han sido relativamente reabiertos a causa del furor provocado por el caso Lawrence. Ese ejercicio ha planteado una intensa pregunta a los ciudadanos del Reino Unido. ¿Existe racismo? La respuesta es afirmativa, como aquella de la camarera Lila que ayer repartía platos, sonrisas y juicios. "No tenemos un ministro negro", insiste, "todos los jefes de la policía son blancos. El color de la piel importa mucho más de lo que uno piensa". A Lila le salen las palabras con tono de ironía.

El paso dado por el Gobierno de Tony Blair la semana pasada, esa dolorosa admisión de que en la democracia del Reino Unido existe racismo, ha sido un acto político de fe. Los que hasta hace poco trataban de mostrar al país como un ejemplo de tolerancia han tenido que admitir que bajo la apariencia democrática descansa la intolerancia hacia a una multiplicidad racial. Ser negro, latino, indio o paquistaní no libra a nadie de los prejuicios raciales a la hora de enfrentarse a la policía. "Estamos un poco asustados", admite un joven policía que vigila el paisaje de Portobello Road, el rastro de Londres, una combinación de razas. El reggae truena en las calles, hay tiendas dedicadas a la música del Caribe, y algún que otro músico de los Andes añade una dosis de variedad. "Nos ven con desprecio", confiesa el policía. Al mismo tiempo, un negro de Zambia combina sus paseos por los bares con ofertas de mala cocaína. Se sentía protegido. Los policías de Londres se han puesto guantes de terciopelo para mantener su trabajo y no ser acusados de racismo. El miedo al juicio público los mantiene paralizados. "Hoy tendré que cerrar un ojo porque si cumplo la ley me van a acusar de racista", dice un bobby sin más armas que un casco de reglamento y un uniforme azul bien planchado.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_