12 puñaladas
Es ensañamiento, así rezaba una pancarta que, a las puertas de la Audiencia Provincial de Sevilla, exhibían un grupo de personas, interesando que el fiscal calificara una muerte como asesinato, no homicidio. Entre las manifestantes, la diputada por IU, Concha Caballero, quien criticó a los periodistas, "el machismo que impregna la judicatura española con cierta tendencia a la comprensión al delincuente". Ni doce puñaladas son, o dejan de ser, ensañamiento, ni sesenta usuarios del Arny son delincuentes que se dedicaban a la corrupción de menores, como se ha declarado judicialmente, por mucho que diputadas, fiscales o asociaciones ejerzan presión en el ejercicio cotidiano de la libertad, la misma con la que escribo. Convertir, o pretender convertir, en cuestión de número una circunstancia transformadora del homicidio en asesinato, puede llegar a dejar sin efecto esta figura, ya que la misma afirmación puede llevar a decir que cuando la víctima sea pinchada menos veces no existe asesinato, aunque el agresor, consciente y voluntariamente, haya prolongado su vida con el único objetivo de hacer más vivo y sensible su sufrimiento hasta morir, que es lo que califica el ensañamiento. No es cuestión de números, como tampoco de frases, dar respuesta a la violencia doméstica que sufre la mujer. Por lo que no es razonable ni que ésta desaparezca a costa de la persona que se está enjuiciando, ni que el resultado -de producirse el contrario al que se pide en un gesto de dolor-, lleve a la calificación machista del colectivo judicial. No se entiende tampoco que esta diputada ignore que su partido, IU, puede que sea el que más ha pujado en la sociedad a favor del entendimiento del delincuente, sea hombre o mujer, y haga ahora manifestaciones contrarias a este pensamiento de generosidad. Cuando termino estas líneas se sabe que el jurado ha apreciado ensañamiento en la muerte de María, sin duda en la libertad de su conciencia y de los hechos probados, no por presiones de ninguna naturaleza. Es la tranquilidad de vivir en un país libre, en el que sus instituciones interpretan y aplican el derecho desde la independencia. Lo contrario sería añadir al injusto de una muerte, el injusto de una sociedad, que se proclama libre e independiente.
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