Los sexos
La crisis intersexual es incesante, pero presenta, como los caleidoscopios, figuraciones diferentes según las temporadas. La estampa de ahora podría compararse a la de una geometría quebrada que no encuentra el modo de recomponerse. El sexo no es lo que era, pero además a menudo resulta que no es ya el acicate que anestesia, como en otros tiempos, los desentendimientos de la conversación.Cuando todos esperaban, hace 30 años, que la revolución sexual contribuyera a deshacer los rincones reprimidos, desahogar la ocasión de placer y progresar en la comunicación de las parejas, el resultado es hoy un ruido relacional con nuevos problemas de interferencia. Una película, Amigos y vecinos, ilustra el repetido conflicto de una generación entre veintitantos y treinta y tantos, y donde la relación intersexual ambula entre el desconcierto de las expectativas fracasadas. ¿Se mitificó demasiado el sexo, estando prohibido, y ahora, cuando es accesible, intercambiable, desechable, de consumo rápido, rebajado de aventura y protegido de perturbación, se revela como poca cosa? La igualdad sexual, por la que parecieron combatir juntos feministas e izquierdistas, escondía dos objetivos dispares. Mientras para la mujer esa liberación significaba, como quería Wilhelm Reich, una revolución en otros órdenes, los varones no es seguro que aspiraran a tanto. Finalmente, unos y otros han desembocado en una escena de holguras morales, ampliamente barrida de prejuicios y censuras, pero allí, al reencontrarse bajo esta luz, han empezado a reconocerse más claramente distintos. Ni la libertad ha transformado la codicia masculina por el elemental placer de las carnes, ni la permisividad ha trastornado el contenido más complejo mediante el que una mujer se entrega.
Entre hombres y mujeres supuestamente nuevos persiste la diferencia antigua. Pero además, entre unos y otros, los conflictos ya no se encubren bajo los papeles férreamente asignados. En las tesituras de los desentendimientos eróticos, la mujer no calla ni se resigna a fingir. Pero también, en la encrucijada de una insatisfacción femenina, el hombre no acepta seguir siendo el único o primer responsable de los fiascos. Una y otra vez, la oportunidad de ser más francos, explícitos e individuales acaba provocando una visión más desoladora de la pretendida igualdad. Ni se desea fundamentalmente lo mismo, ni se dispone tampoco de la paciencia anterior para asumir las diferencias como una ley biológica, psicológica, cultural o lo que sea. La doctrina imperante es la igualdad entre sexos, y cuando esa igualdad no se contrasta ni se disfruta, la decepción se dobla. Por añadidura, ni muchas parejas se prestan a cooperar con la lentitud y el aguante de otros tiempos, ni el análisis de los conflictos, faltos de antecedentes, ayudan a conclusiones conciliadoras. Lo corriente es reñir, romper y cambiar de partenaire con celeridad creciente.
De esa dinámica podría deducirse que aumentara la instrucción para afrontar las siguientes relaciones amorosas, pero eso no sucede. El efecto principal es hacer progresar en la búsqueda de otros nexos, avivar la curación de las heridas sentimentales y aumentar la capacidad para el consumo rápido. Pero poco se aprende sobre la especificidad del otro sexo y su importante valor en la interpretación de sus emociones y proyectos. La ideología de la igualdad previene muy poco contra la peculiaridad, y así tanto la misoginia como la misoandria ganan en vehemencia. Los libros de mujeres doloridas con el hombre, las teleseries femeninas, las películas de mujeres y hechas por mujeres, se corresponderán pronto con réplicas masculinas.
En todo momento hay problema intersexual, pero éste de ahora carece, para su mal, de la productiva excitación de otras temporadas de conflicto. Contra la esperanza de un abrazo intersexual, la atolondrada mitología de la igualdad hombre-mujer sigue perjudicando la capital necesidad de un recíproco y delicado conocimiento.
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