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Las manchas del leopardo

Las elecciones primarias celebradas dentro del PSOE para designar al candidato socialista a la presidencia del Gobierno dieron lugar en Jaén a un grotesco pucherazo, denunciado por su principal muñidor la pasada semana y orientado a favorecer a Almunia frente a Borrell. Como suele ocurrir cuando la autoría de un abuso o de un delito recae sobre una organización y no sobre un individuo aislado, ha sido preciso el arrepentimiento de un implicado para que la fechoría salga a la luz. En este caso el empleado desleal ha sido un militante jiennense que se dirigió a la Comisión Federal de Garantías del PSOE para confesar su participación en los hechos y denunciar a sus cómplices; Manuel Aguilar afirma dar ese paso por no haber obtenido el puesto de trabajo que algunos dirigentes locales le habrían prometido a cambio de colaborar en el fraude.Según la versión del denunciante, el secretario provincial y otros dirigentes del PSOE de Jaén le encargaron la misión de usurpar la identidad de 65 militantes socialistas, fallecidos, ausentes o abstencionistas, para votar en su nombre en las primarias. La Comisión de Conflictos del PSOE, reunida el pasado jueves, reconoció la existencia del pucherazo, decretó la expulsión de Manuel Aguilar, abrió un expediente a la presidenta de la Mesa por su complicidad en los hechos y exculpó a los restantes acusados. Sin embargo, el caso no ha quedado definitivamente cerrado: el militante castigado, que no llegó a ser oído en el comité disciplinario por un error en la citación, ha anunciado su propósito de recurrir la sanción en el ámbito interno del partido y también por la vía judicial.

Manuel Chaves, presidente de Andalucía, y Gabriel Zarrías, consejero de la Junta y secretario provincial en Jaén, rechazan las acusaciones lanzadas por Manuel Aguilar y atribuyen la demorada denuncia del pucherazo (producido en abril de 1998) a una maniobra política y periodística para perjudicar a los socialistas. Todos los partidos -no sólo el PSOE- tienden a negar la veracidad de los escándalos que les salpican con el incongruente argumento de que su aireamiento mediático sólo sirve para beneficiar a sus adversarios: aunque en el caso del pucherazo de Jaén la respuesta a la pregunta cui prodest? apunte obviamente hacia el PP, las rentas políticas regaladas por Manuel Aguilar a los populares no llevan necesariamente a la conclusión de que su acusación de fraude fuese un invento. Es posible que dirigentes del PP o publicistas de su cuerda hayan cebado la bomba de la memoria indiscreta del denunciante para hacer aflorar el pucherazo de Jaén mediante promesas o favores; si bien la suciedad de la jugada, de ser cierta, hablaría pésimamente de la condición moral de esos trapaceros sobornadores, los hechos revelados -o al menos parte de ellos- continuarían siendo ciertos.

La tardía judicialización del proceso electoral convirtió a la Restauración en un paraíso del pucherazo; suprimido actualmente el fraude en las urnas gracias al control judicial, las elecciones internas dentro de los partidos (no sólo las primarias recién estrenadas por el PSOE) están rodeadas de sospechas. Un informe del Servicio de Inteligencia británico sobre la situación política en 1917 (citado por la historiadora María Jesús González en un volumen colectivo titulado La Restauración entre el liberalismo y la democracia, Alianza, 1997) se preguntaba retóricamente si un leopardo puede cambiar sus manchas para subrayar así la improbabilidad de que los políticos beneficiarios del mecanismo del turno inventado por Cánovas fuesen capaces de modificar un sistema tan provechoso para sus intereses personales. Tal vez los políticos profesionales (socialistas, populares o nacionalistas) se encuentren hoy lo suficientemente satisfechos con el control de sus respectivos partidos, férreamente disciplinados, financiados con dinero presupuestario y enclavados dentro del corazón mismo del Estado, como para no renunciar tampoco a su moteado pelaje ni tomarse demasiado en serio el mandato constitucional de que el funcionamiento y la estructura interna de esas organizaciones sean verdaderamente democráticos.

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