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Comer, fregar...

Carmen Morán Breña

María del Carmen Palomino, 14 años. 2º de ESO. "Yo también vivo en las 3.000 viviendas". Antes de apuntarme a los talleres, cuando salía del colegio comía, fregaba y me iba a la calle". Todo el día en la calle, al sol, con los amigos, vagando por ahí. Casi todos los padres, incluido en de María del Carmen, coinciden en un objetivo: alejar a sus hijos del barrio. "En mi casa dicen que es mejor esto que estar en la calle, mejor en el colegio".

Salir del barrio

Úrsula Boby, 13 años. 2º de ESO. "En el colegio voy regular", se ríe nerviosa. "Me he apuntado al taller de Aerobic porque quiero aprender más cosas y no estar todo el tiempo metida en el barrio. Mi madre me dice: es mejor que te apuntes en otro barrio y no estar todo el tiempo aquí escuchando tonterías. Espero aprender a bailar sevillanas porque no sé". Úrsula vive en el barrio de Las Letanías, está encantada con las monitoras y de mayor quiere ser peluquera.

Cantar y grabar

Mario Martínez Montesinos, 13 años. 2º de ESO. Tiene toda la cara de chico avispado, listo. Un arete adorna cada una de sus orejas. Él ha elegido el taller de cine por una razón bien concreta que quien sabe si puede engancharle y ser en el futuro un director de cine. "Quiero aprender a coger las cámaras para grabar". ¿Para grabar qué? "La fiesta que hacemos en mi patio en Navidades. Matamos un cochino y nos lo comemos y cantamos y bailamos con las guitarras".

Arte flamenco

Pastori Martín, 12 años, 1º de ESO. También vive en las 3.000 viviendas, una zona que se ha revelado como una fantástica cantera de artistas del cante y del baile. Desde pequeños, muchos de estos niños aprenden de forma natural a ser artistas o a disfrutar del arte. Por esos derroteros puede salir Pastori, pero sus orígenes no estarán en la calle, sino en la escuela. Ella ha elegido el taller de aerobic y baile: "Me gusta el baile, el flamenco, el deporte, aerobic. Espero que nunca termine esto", dice encantada.

Estudiantes de Pedagogía trabajan de forma voluntaria con niños de un colegio marginal Los escolares participan en los talleres para alejarse de la realidad social de su barrio

Doble experiencia educativa. Cristina Granado y Eduardo García, dos profesores de la Facultad de Pedagogía, pensaron que sus alumnos acababan la carrera con una formación eminentemente teórica pero que no habían tenido la oportunidad de practicar sobre el terreno: con alumnos y en una escuela de verdad. Tenían amigos en el instituto Ramón Carande, de Sevilla, y entre todos pensaron que ese colegio sería un buen lugar para que estos futuros pedagogos se fajaran en el arte de educar. Y de paso, los alumnos del colegio aprovecharían para disfrutar con las tareas extraescolares que estos monitores les han preparado. El objetivo es que los estudiantes de Pedagogía sirvan de puente entre los profesores auténticos y los niños, algo más sencillo para ellos por su edad, y solucionar los problemas diarios que se presentan en la escuela y con los que los propios maestros se ven a menudo desbordados. Nada menos que 70 estudiantes de Pedagogía han aterrizado en el Ramón Carande. Entre todos se han distribuido las clases, siempre con la ayuda de Emilio Barrio, el coordinador del centro, que lleva ya tiempo trabajando con estos niños. Han organizado seis talleres en horario de tarde: cómic y cine, teatro, aerobic y baile, manualidades, maquillaje y educación medioambiental. "Vimos lo que sabíamos hacer cada uno y lo que les podíamos ofrecer. El único taller que hemos aprendido en la carrera es el de cine porque teníamos una asignatura de medios audiovisuales", explica Raquel Rubio, una de las monitoras. Raquel y otros 13 compañeros se dedican además a tareas de apoyo en horas de tutorías. Esta es quizá la misión más complicada: se enfrentan a la realidad, no siempre sencilla, de los alumnos. "En las tutorías pretendemos que los chicos se respeten entre ellos. Ahora están organizando la semana de Andalucía. Queremos que ellos mismos establezcan sus criterios, que le encuentren un sentido a la disciplina. Ellos vienen de un mundo en el que no hay normas o son distintas. Deben crear las suyas propias y asumir la necesidad de que haya unas reglas de juego. "Les enseñamos autoestima, habilidades sociales, resolución de conflictos. Es casi una terapia de grupo", explica Cristina Granado, la profesora de Raquel. "Pero nadie suplanta a los tutores", añade. Hace apenas unas semanas, la Consejería de Educación ha sacado a debate una nueva orden que obliga a los colegios a tener sus puertas abiertas al menos dos tardes por semana para desarrollar actividades extraescolares y evitar, sobre todo en los barrios más conflictivos de las grandes ciudades, que los niños se pasen la tarde en la calle enfrentados a una difícil realidad social, o viendo la televisión sin parar. Hasta el momento, estas actividades en turno vespertino habían sido posibles gracias a las asociaciones de padres de alumnos, que eran quienes las organizaban. Ahora, en la facultad de Pedagogía acaban de inventar este otro sistema del que todos obtienen algún beneficio. Otros colegios se han enterado de esta experiencia y han pedido participar de ella. La Universidad no descarta hacerla extensible a otros centros si todo va bien. El éxito de participación ha sido total en ambas partes. Han sido muchos los estudiantes que se han apuntado para ser monitores en el colegio y muchos más los alumnos que han pedido trabajar en los talleres. "Tantos que se ha tenido que hacer listas de espera y limitar el número de talleres en los que pueden participar", explica Luis Martín, que trabaja en el Instituto de Ciencias de la Información (ICE). El ICE aportará a los estudiantes de 2º, 3º y 5º de Pedagogía una especie de diploma en el que se certifique su participación en esta actividad educativa. Los alumnos del Ramón Carande proceden en gran parte de las 3.000 viviendas, un barrio sevillano pobre del extrarradio. Son chicos avispados que pasan mucho tiempo en la calle sin nada que hacer. Por eso, cuando se les pregunta por qué se han apuntado a los talleres casi todos coinciden en un razonamiento: aprovechar la tarde haciendo otras cosas lejos del barrio. Sus padres también opinan lo mismo: mejor en el colegio que en la calle o en casa. Raquel Rubio afirma que la actividad con los niños es dura, sí, y se necesitan muchas ganas de trabajar, pero que es una experiencia enriquecedora. "Yo lo paso muy bien. Lo primero que hay que procurar es engancharlos con los talleres para que participen. Eso se ha conseguido. Más tarde se podrán tratar otros temas como orientación laboral. Cosas más serias. Los niños tienen ganas de participar, lo que tienen que aprender es cómo".

Los monitores

María José Barea Tenorio, 19 años. Isabel María Delgado, 21 años. (En las fotos). Ambas estudian 2º de Pedagogía e imparten clases de aerobic en el Ramón Carande. Como ellas, otros compañeros han descubierto que no han errado su vocación. Se sienten bien trabajando con los niños. "Son muy buenos. Hacen caso de lo que les decimos. ¡Hasta nos llaman profes! Ves que sirves para esto porque eres capaz de imponer autoridad y ves que sabes manejar una clase", explica María José. Otra compañera suya, Almudena Camacho, recuerda lo fatal que lo pasó el primer día: "No nos hacían ni caso. Yo dije, esto no es lo mío. Me desesperaba. Ahora va todo sobre ruedas, estoy más animada y si no me hacen caso, busco otro sistema". En pocas semanas han notado el cambio en los niños.

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Maquillaje

Macarena Fernández, 14 años. 2º de ESO. "Vengo al taller de maquillaje porque quiero aprender a pintarme, por si tengo que ir a algún lado o si, por ejemplo, hay una boda, pues yo puedo maquillar a mi madre, a mi tía, a mis primas. Antes cuando llegaba a casa comía y fregaba y me iba a la calle con mis amigas. Yo vivo en las 3.000 viviendas. Los monitores son muy buena gente, con ellos hablamos más normal. ¿Mi madre? Ella dice que esto está muy bien, que así no estoy en la calle".

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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