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Reportaje:

Campanas del año 1000

Una fundición pontevedresa de tradición milenaria fabrica las nuevas campanas de la catedral de la Almudena de Madrid

Mil años de oficio. No cabe mayor garantía para las cuatro campanas que sonarán en la torre de los Gallegos de la catedral de la Almudena a partir del próximo San Isidro. "Si nada se tuerce", dice Enrique López, el campanero que las construye, con una precaución que asombra procediendo de alguien que pertenece a una familia que lleva mil años haciéndolas. Éstas de Madrid son las más grandes que salen de su taller, que cualquiera tomaría por un común chamizo, en la parroquia de Arcos da Condesa, en Caldas de Reis (Pontevedra). "Hermanos Ocampo. Metales finos. Casa fundada en 1630", reza un placa a la entrada, dando fe de esta estricta cultura de campanario.Las campanas se hacían antes in situ; era difícil transportarlas. En el año 1000, cuenta Enrique López, empezaron sus antepasados, de origen vasco, a recorrer Galicia para que no quedara campanario sin música. En los más antiguos archivos parroquiales están inscritos los pagos por las campanas de los Hermanos Ocampo, su sello. No han dejado nunca de hacerlas, generación tras generación. Y siempre con el mismo método. A Enrique López le dan la medida de los huecos que ocuparán las campanas. En función de ello decide el diámetro, que para las de Madrid es de 1,42 metros, la más pequeña, y de 1,60, la mayor, lo que arroja un peso de 1.200 a 1.750 kilos, respectivamente. A partir del diámetro, el campanero hace su plantilla y luego el primer molde de la pieza, de ladrillo de barro recebado con más barro. Los ladrillos los fabrica en el mismo chamizo. Cada campana requiere otros dos moldes, para cubrirla por dentro y por fuera, con la grafía que el cliente guste.

"Nosotros utilizamos cobre y estaño puros para conseguir el bronce. Es una de nuestras señas de identidad. Al bronce se le puede echar latón o metales innobles, y así suele hacerse en las grandes fundiciones, porque tienen que adaptar la aleación a otros usos y resistencias. Y, claro, la campana ya no suena igual", explica Enrique López, quien distingue la calidad del bronce oyendo cualquier campana, aunque no suenen lo mismo en la montaña que en la costa, por ejemplo. "Cada clima, cada ambiente, le da su tono". Pero se diría que él mismo las tañe suavemente para comprobarlo en origen, mientras las construye en barro. "Más graves cuanto más grandes", indica. Y se reserva, como el más sagrado de los secretos, la proporción de cobre y estaño que componen su bronce.

"En ello nos va el modo de vida", explica. Él empezó a trabajar de crío, con su padre y su tío. A él le ayuda ahora su hijo José Enrique, un adolescente que ya sabe que será campanero. Trabajo no falta. Cada campana le ocupa un par de meses, "y este encargo de Madrid nos ha retrasado mucho". Le ha gustado el desafío, porque son las campanas más grandes que ha construido en su vida, gracias a la iniciativa de los gallegos residentes en Madrid, quienes correrán con el precio del encargo, unos seis millones por campana.

Tres de las piezas están ya acabadas, esperando a la puerta del taller el cepillado que les dé brillo. El molde de la última está en un socavón del chamizo, para recibir cualquier día, desde el crisol instalado en el nivel superior, el chorro de fundición, que será templado por la tierra con que el campanero sepulta el molde. Para moverla al exterior, una vez fundida, López improvisará, como con las otras, un tinglado de puntales y poleas. "Claro, esto no es moderno", concluye, "pero una de dos: o lo modernizo del todo o lo dejo como ha estado siempre, y si así funciona, ¿para qué meternos en berenjenales?".

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