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49º FESTIVAL DE BERLÍN

"Solas", bella película andaluza, cierra la participación española

Stephen Frears sigue los pasos perdidos de Peckinpah y se pierde

ENVIADO ESPECIALFuera de concurso, terminó anoche entre ovaciones la participación del cine español. El público del Panorama fue secuestrado por la llaneza y la verdad de Solas, un frágil y conmovedor relato intimista dirigido por Benito Zambrano. En la competición entraron el filme chino Héroes comunes y el estadounidense The Hi-Lo Country, ambas muy interesantes, pero no totalmente logradas.

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La participación española terminó ayer con una buena carambola a tres bandas. Por un lado, Penélope Cruz -tras la admiración que dejó flotando aquí tras el paso de La niña de tus ojos- reapareció en su primer trabajo en Hollywood, la preciosa composición que logra de la muchacha chicana de The Hy-Lo Country. Minutos antes se proyectó El topo y el hada, cortometraje del pintor y músico Grojo. Pasó la prueba, plásticamente muy curiosa, pero hubo disidentes, cosa comprensible si se tiene en cuenta que hace un ejercicio abusivo de truquerío digital.Pero lo mejor llegó con el gozoso descubrimiento de la película andaluza Solas, proyectada en el Panorama ante un público atrapado por la sencillez y sinceridad de un relato de buena hechura, al que da alma un reparto de alta calidad, compuesto por intérpretes que clavan sus pequeños y hermosos personajes, gente mísera y a la deriva, dueños de una poderosa sensación de verdad, que la cámara del director y guionista Benito Zambrano ensancha mirándoles fraternalmente a la altura de los ojos.

El dúo madre-hija que bordan en su cubil sevillano María Galiana y Ana Fernández, terciado por el vecino asturiano Carlos Álvarez Novoa, y complementado por Antonio Dechent, Paco de Osca y todos y cada uno de los fugaces intérpretes de paso que van desfilando a lo largo de los tramos del idilio de las dos mujeres protagonistas, logra convertir a la pantalla de Solas en un foco de contagio que conmueve y cautiva -sólo una pega mínima: a Zambrano le sobran palabras que le impiden desarrollar más las elipsis sugeridoras, la elocuencia de los silencios- sin acudir a ningún exceso melodramático, con compleja sencillez y difícil facilidad.

Dice Zambrano: "He intentado hacer una película insistente, que no le dé respiro al espectador. Que busque la grandeza y la miseria de los personajes. Una película donde la cámara comprenda el drama de los personajes. Una cámara que se detenga e intente extirpar, de cada pequeño detalle de la vida cotidiana, el drama o el significado de la vida de esos infelices, sin sentimentalismos y sin trampas. Una película sobria, que intente dignificar a sus personajes, que los trate con respeto y los arrope con una suave y casi imperceptible atmósfera de poesía. Una película que parezca pesimista, pero que en el fondo no lo sea. Una película que tenga una manera propia de comunicarse y que busque, sobre todo, una verdad, por fugaz que ésta sea. La incomunicación entre dos generaciones de mujeres son el asunto central de esta historia, al que hay que añadir otros, como el de la terrible soledad que sufren los ancianos en las grandes ciudades". Tardó Zambrano siete años en conseguir dinero para su aventura. No ha sido inútil su empeño. Logró lo que se proponía.

Horas antes, en el concurso, entraron en liza dos interesantes películas. Una es la china Héroes comunes, dirigida por Ann Hui, una veterana nacida en Manchuria en 1947, que cuenta, con ráfagas estupendas, el relato, algo embarullado para quien no conozca los hechos históricos, de un grupo de jóvenes luchadores trotskistas desde la sublevación de los parias de Hong Kong en 1979 a la matanza de estudiantes de la plaza de Tiananmen en 1989. La otra es la estadounidense The Hy-Lo Country, dirigida por el británico Stephen Frears, producida por Martin Scorsese e interpretada por Woody Harrelson, Billy Crudup, Patricia Arquette y Penélope Cruz. Es una película muy atractiva, que se devora gracias a la apasionante historia de amor y amistad que cuenta. Pero padece dos defectos graves. Uno es la fotografía, que en sí misma es magnífica, pero que aplicada a lo que cuenta resulta en exceso preciosista. El otro es la falta de auténtico fuego erótico (completamente medular en un relato como éste) en la relación entre Woody Harrelson y Patricia Arquette.

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