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Tribuna:POLÉMICA EN EL OLIMPISMO
Tribuna
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Las dificultades de Samaranch

La foto oscura de un Samaranch pesaroso, sólo acompañado por una secretaria, que fue portada del Financial Times el pasado 25 de enero, constituye un grito expresivo: Samaranch está en dificultades. El problema de los cobros irregulares de ciertos miembros del Comité Olímpico Internacional (COI) y sus ramificaciones se ha propagado como mancha de aceite y amenaza de forma estruendosa con arrastrar la trayectoria olímpica del dirigente español. En toda esta batahola, hay que ser capaz, sin embargo, de pararse y no dejarse llevar por los que hace poco lo encumbraban con botafumeiro y en la actualidad lo fustigan a cintarazo limpio.Samaranch, al margen de cómo acabe el episodio que ocupa estas líneas, tiene motivos sobrados para pasar a la historia olímpica como impulsor decidido del desarrollo deportivo y económico de este movimiento. El primero ha llevado al deporte de alto nivel a alturas inimaginables en épocas anteriores a los ochenta: la caída del muro que separaba artificialmente lo profesional de lo amateur, cuando en el terreno olímpico todo deportista, salvo excepciones propias de disciplinas muy especiales, era profesional en la práctica al no poder ser de otra manera si quería llegar hasta allí, fue un paso decisivo en el crecimiento deportivo olímpico; al mismo tiempo, es probable que alguno de los juegos gobernados por Samaranch sean irrepetibles desde el punto de vista de sus logros deportivos o, al menos, tengan que pasar muchos años para que éstos se vean superados. Por lo que atañe al plano económico, la importancia de las citas cuatrienales ha llegado a extremos cercanos a lo estratosférico, y nadie discute que el deporte como actividad humana sobre la que se construyen grandes negocios económicos ha alcanzado en los ochenta y los noventa intensidad acusada en el seno del fenómeno al que aludo; por esta vía, lo olímpico se ha transformado bajo los sucesivos mandatos de Samaranch en un campo de actuación muy goloso para las fuerzas del mercado, particularmente para las grandes multinacionales. En otras palabras, el libre juego de las fuerzas económicas ha encontrado en estos años un terreno muy abonado aquí. Es claro, pues, que para la conveniencia olímpica todos estos elementos constituyen un nutrido haber en la cuenta del dirigente español.

Acompañados por esta realidad, las cosas transcurrían con calma, al menos en la superficie, hasta que ha estallado algo mucho mayor que una tormenta localizada que parece arrinconar lo conseguido y que amenaza con embadurnar a quien hasta hace poco era casi níveo, olímpicamente hablando.

Pero ¿qué ha ocurrido para un desencadenamiento tan rápido y estruendoso? Creo que, como casi todo en la vida, se han dado cita, en mezcla explosiva, factores muy variados. La sucesiva prolongación de los mandatos de Samaranch -¡qué factura pasa siempre la desatención al principio de la temporalidad del ejercicio del poder!- y la desazón creciente de grupos anglosajones contrarios a él; las revelaciones de Marc Holder, el miembro del Comité Olímpico Internacional y antiguo presidente de la Federación Internacional de Esquí; la actuación de Richard Pound (el abogado canadiense que aspira a ser el próximo presidente) al frente de la comisión investigadora constituida para aclarar las denuncias; las luchas políticas internas norteamericanas que han encontrado en los juegos de Salt Lake City un estupendo campo de batalla, son, entre otros, factores suficientes para actuar de espoleta detonadora. Pero era menester algo más para que el estallido fuera tan colosal. En efecto, los factores bosquejados y otros muchos más nadan en un caldo de cultivo que, en mi opinión, favorece con enormidad lo que está ocurriendo en estas jornadas: me refiero al principio de inhibicionismo del COI que ha presidido el descomunal desarrollo económico del olimpismo en las dos últimas décadas. Este organismo, una vez satisfechos contractualmente sus intereses, ha concedido normalmente a las fuerzas económicas interesadas toda la libertad para que con ella se desenvolvieran a su aire en el mundo al que me refiero. A su vez, el organismo que tiene su sede en Lausana, atrincherado en su carácter privado y en unas reglas de caballerosidad y fair play superadas por la realidad circundante, no se ha ido dotando, a mi juicio, de una organización con suficiente consistencia y de un ordenamiento jurídico adecuado que, en paralelo al crecimiento económico, fueran capaces de dar la respuesta organizativa y jurídica proporcionada para encauzar así toda la explosión económico-deportiva a través, entre otros puntos, de la formación correcta de la voluntad colectiva, del control, de las responsabilidades y de la transparencia. Al fin, no se ha tenido suficientemente en cuenta que la organización de los juegos afectaba de modo sustancial y creciente a los intereses públicos de los Estados, a los que se les ha tendido a mantener como comparsas beneficiarias de la gracia olímpica cada cuatro años.

Y en medio de todo esto se encuentra Samaranch bajo el peligro de que el último compás de su larga sinfonía de casi veinte años estropee su hasta sólo unos días atrás, casi para todos, positiva trayectoria olímpica. En efecto, es innegable que los hechos aireados acaecidos bajo su mando han puesto de manifiesto la falta de reglas jurídicas claramente definidas en ciertos campos vidriosos, la carencia de controles pertinentes y, al cabo, una organización insuficiente para conferir claridad y corrección a tanto dinero que llama a la puerta del recoleto castillo de Vidy, y todo eso le coloca en una situación complicada y mala.

Ante tal panorama, es criterio muy extendido que la situación del actual COI pide a gritos una profunda reforma; este organismo debe sufrir la transición desde una organización predominantemente endogámica bastante oscurantista y zambullida en el tan rechazable complejo de isla deportivo hasta otra más democratizada, rigurosa, controlada al detalle en lo económico y en lo jurídico y transparente, como en tono acucioso y destemplado reclamaba el pasado 2 de febrero el ministro británico de Deportes, Tony Banks, durante su intervención en la Conferencia Mundial contra el Dopaje.

Así las cosas, a mi modo de ver, lo más aconsejable en estos momentos para el olimpismo en general sería que Samaranch no tirara los trastos y abandonara el barco con dimisión más o menos espontánea. Por el contrario, lo más pertinente sería que prestara a la comunidad olímpica y a la salud política internacional un servicio ineludible ya: la formulación de un programa de reformas organizativas del Comité Olímpico Internacional acomodadas a la importancia que éste ha adquirido y a los variados y trascendentales intereses que maneja. Esta propuesta arranca de que, hasta donde se ha podido conocer a través de la prensa, nada sustancial ha despuntado en esta turbulenta etapa en lo que toca a su actuación personal y se cimenta en la innegable aportación que Samaranch ha hecho al fenómeno olímpico durante muchos años, en lo inaplazable de las reformas precisas, en las dificultades para elegir un nuevo presidente vista la situación delicada por la que se atraviesa, en la autoridad que, pese a todo, parece mantener dentro del complicado universo olímpico y, por fin, en que, de dar tan trascendental paso, allanaría el camino para su sucesor con la realización de un trabajo muy incómodo para todo recién llegado. Por consecuencia, no es éste, a mi juicio, el momento de la dimisión; es el de las propuestas reformadoras y de la transición hacia un COI propio del siglo XXI.

Opino, en palabras de resumen, que la salida inmediata de Samaranch que piden algunos no es la solución al problema que atenaza angustiosamente a este organismo. Samaranch puede y tiene que rendir un último servicio al olimpismo y proponer e incluso implantar las medidas que garanticen hasta donde sea humanamente posible que una situación como la presente no se vuelva a repetir.

Luis María Cazorla Prieto es catedrático de Derecho Financiero y Tributario, autor del libro Deporte y Estado.

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