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Carnaval de época

He de reconocer que no me sorprendí, ni me escandalicé lo más mínimo, cuando de las zahurdas municipales, proveedoras de toda laya de endriagos, íncubos, súcubos, entes y quimeras, escultóricas o retóricas, emergió el nombre de Jaime Campmany como pregonero de las fiestas de este carnaval madrileño.Más partidario de Doña Cuaresma que de Don Carnal, nuestro beatífico alcalde procura pasar tan incómodo y puntual trance repartiendo una de cal y otra de arena. La condición transgresora y lúdica de las carnestolendas representa un mal trago para los que prefieren la injusticia al desorden. El carnaval es subversión, válvula de escape de los malos humores del pueblo que se hacen buenos mediante la sátira, la chufla y la chacota.

Jaime Campmany, ayer adalid y hoy reliquia del franquismo, sabe mucho de máscaras y disfraces. Sin dejar nunca los feraces pastos de la derecha más montaraz, este periodista ultamontano blanqueó oportunamente su vieja camisa azul para buscar refugio en las páginas del monárquico, ecléctico y pragmático Abc, que le acogió sin reproches, obviando su pasado antidinástico. Éste fue lo más lejos que llegó el periodista en su particular viaje al centro.

El trayecto entre el Arriba y el Abc que parecía infranqueable, al fin y al cabo eran los dos extremos más irreconciliables del esmirriado abanico ideológico del franquismo, lo franqueó Campmany con ligereza y presteza, cuando empezaron a desmoronarse los podridos pilares que sustentaban a su caudillo de barro, a su soldadito de plomo con su plúmbea cohorte.

Bien alimentado y reluciente, Campmany se convirtió en un personaje de época, trasnochado patriarca ultramontano, defensor de causas innobles, dotado de un desparpajo que sin duda no le hubieran permitido en tiempos de su cancerbero favorito, de una desvergüenza que en muchas ocasiones ni se molesta en esgrimir coartadas que avalen su mendacidad.

Pero estamos en carnaval y el alcalde tiene bula para designar a sus voceros y Campmany ni siquiera necesita la máscara para transmutarse en figurón. Este Don Carnal que supo medrar durante la cuaresma más larga de la historia se merece el título de pregonero de tan impregonable alcalde y estuvo mal chafarle el festejo invocando la evidente incorrección política, el inveterado machismo y el cinismo del personaje.

Estamos en carnaval, que es tiempo de transgresión, y el alcalde realizó la suya y no hubo nada, sólo ovaciones y abucheos, palmas y pitos cuando el diestrísimo realizó su faena pública, faena de alivio, portada de unos carnavales polares y desangelados.

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Al menos el señor Campmany, pensó este cronista para sus adentros cuando supo de la polémica designación, sabe leer y escribir de corrido, y no como otros presuntos pregoneros que subieron a deletrear malamente unas cuartillas ajenas o dar unos cuantos gritos desaforados. Además, el señor Campmany, lo cortés no quita lo bizarro, es un estimable poeta jocoso, aunque muchas veces sus coplas no caigan en gracia más que a sus correligionarios.

Aún guardo en la memoria los dos primeros versos de un emblemático soneto que Campmany dedicó en la domesticada prensa de entonces a su rival periodístico Emilio Romero para tildarle de tránsfuga y oportunista. "Dime, Emilio Romero, por tu vida/ cuál será hogaño el sol que más caliente". Su colega debió contestarle, no sabemos si en verso o en prosa, porque Jaime Campmany aprendió y sacó provecho de la lección de "arribismo".

Don Jaime pasó por el pregón con tanta pena como gloria, escoltado por sus agresivas musas, que le arroparon en todo momento frente a las críticas izquierdistas y feministas, circunstancia que aprovecharía sin duda el viejo zorro para manosearles sus respectivos "antifonarios", aun a riesgo de escandalizar con su lúbrico comportamiento a su piadoso anfitrión, don José María, que va por la vida con máscara y disfraz de plañidera del "entierro de la sardina", que, como todos intuimos, debe ser su ceremonia favorita en los carnavales, porque es la última y deja sepultado y bien sepultado por un tiempo el espíritu iconoclasta y burlón de la fiesta.

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