Pedagogía urbana
Los madrileños, o habitantes censados en esta ciudad, deberíamos recibir, periódicamente, cursillos de información y reciclaje acerca del mudable lugar en que vivimos, para propio conocimiento e ilustración de los forasteros que, con mayor o menor asiduidad, nos llegan de allende donde sea. Fácil tarea en otros tiempos -esos a los que tan latosamente nos referimos de continuo-, erizada hoy de empecinadas dificultades.Un garbeo por el Retiro, incluido, de proceder, el paseo en barca por el estanque; la visita de rigor al Museo del Prado, raspando la hora de almorzar, para barnizar culturalmente al visitante, y el condumio típico, que oscilaba entre el cochinillo de Botín, el refrigerio en Lhardy o el sabroso guisote tabernario, tan rico, vitamínico y esparcido en cientos de figones. Quizás un cafelito en el Gijón, el Comercial o alguno de los muchos que formaban el entramado de la vida capitalina. Puede que una función de teatro vespertino en el Infanta Isabel, el Cómico o el Fontalba -estuvo junto a la Telefónica, en la Gran Vía- si eran personas principales, o en las primeras filas de las cándidamente picantes revistas del Martín o del Romea para alegrar la retina de huéspedes de mayor confianza. Han cambiado mucho las cosas. Pasamos -creo- de los cuatro millones y ya no hay quien conozca a su vecino. El Prado vive una perniciosa dinámica inacabada que quizás alcance a dos o tres generaciones y la capacidad de conservar barrios, calles, monumentos y costumbres carece de carta de naturaleza entre nosotros.
Como renunciamos, hace más de medio siglo, al típico y casi familiar entretenimiento de las guerras civiles, satisfacemos ahora, a plazos, la querencia por las destrucciones y las ruinas. Ello economiza, sin duda, vidas y municiones, pero envilece y corroe muchas piedras. El horror que sigue a la batalla puede fotografiarse en la actualidad, agravado por el rigor climático recién pasado, antes de que comparezca la desdichada horda que se cobija en el metro. Son víctimas transitorias, bajas demoradas en el cotidiano exterminio que vivimos.
Asoma la oreja un problema inédito: ¿de qué manera vamos a socorrer al menesteroso cuando el euro haya barrido las pesetas y su significado? Cabe dudar de que en ello piensen las docenas de representantes europeos que, cada semana, hacen la navette, el vaivén entre la oficina luxemburguesa y la residencia privada.
Es precisa -volvamos al comienzo- una renovada puesta al día de la condición de madrileño realizada a través de Internet, televisión, radio, ¿y por qué no?, los periódicos, que conservan la perennidad pedagógica sobre lo transitorio de las noticias radiotelevisadas.
Ha logrado cierta fortuna la expresión "pasar página", que merece ser retenida, no para descuidar lo apenas entrevisto, sino para enhebrar la relación de unas cosas con otras, repasar, volver atrás, colacionar conceptos, remediar olvidos. En ello podrían emplear parte de su dilatado tiempo tanto senador, diputado, conselleiro, concejal, nebuloso funcionario, semejantes a fundas carnales, vivientes y cobrantes de los respectivos escaños.
Valga como mera sugerencia, por ser tarea al alcance de cualquier caletre electivo, que quizás amortizase la apocalíptica nómina de cachorros de la Administración, de las administraciones que con tanto rumbo y largueza nos hemos adjudicado.
Podrían ponernos al día con breves y regulares comparecencias televisivas, por medio de frases cortas, de fácil asimilación y comunicación. Para Madrid, el empeño es arduo, como corresponde a su capitalidad, modelo exportable a las otras 16 autonomías.
Dejemos que las figuras destacadas del Gobierno y las oposiciones se fajen con los asuntos perentorios y procuremos una sencilla ocupación a tanto representante de la voluntad popular y, una vez descubierto, se afanen por explicar a los vecinos cómo es la colectividad urbana, la nación, la ciudad y la mejor y más fructuosa manera de vivir en ellas.
Comportarnos con docilidad y provecho sería asunto de coser y cantar, aunque tenga sus bemoles y diste de ser tan simple y hacedero negocio como parece.
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