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Tribuna
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Romero y Ana Karenina

El llamado "principio de Ana Karenina" está contenido en la primera frase de la célebre novela de Tolstói de la que toma el nombre: "Todas las familias felices se asemejan pero cada familia infeliz es infeliz a su modo". Este principio es susceptible de ser aplicado a un conjunto muy diverso de situaciones en las que cabe explicar, en términos relativos, causas de éxito y fracaso, ya sea entre organismos vivos (por qué unos se extinguen y otros se perpetúan), entre sociedades (factores comunes en los procesos históricos de los países que han conseguido elevados niveles de desarrollo y los que no), o entre los partidos políticos de gobierno y oposición. Aun a riesgo de simplificar, moviéndonos en un análisis de trazos gruesos, resulta bastante evidente que entre el PP actual y el PSOE de antaño, felices familias gubernamentales, aparecen muchas más similitudes (cesarismo, unidad interna, autocomplacencia, fidelidades inquebrantables y respuestas homogéneas, entre otras, aunque algunas sean más bien consecuencias que causas del éxito) de las que pueden detectarse entre los socialistas de hoy e IU, familias sumamente infelices, pero cada una a su manera en estos tiempos de tribulación para la izquierda. Insisto en que se trata simplemente de agrupar semejanzas anímicas o de comportamiento dentro y fuera de la organización, sin entrar en consideraciones diferenciales de carácter ético o ideológico que no vienen ahora al caso. Tampoco se trata de caer en la tentación de buscarle al éxito explicaciones sencillas y monocausales frente a la diversa complejidad del fracaso. Al contrario, lo que sugiere nuestro principio es que se necesita una adecuada combinación de factores esenciales e indispensables para lograrlo, de modo que un fallo en uno cualquiera de los elementos requeridos da al traste con el resultado, por eso tengo para mí que una de las grandes diferencias entre las posiciones de Zaplana y Romero es que éste último, para que pudiera alcanzar el éxito, debería evitar tantas y tan distintas posibles causas de fracaso que no permiten ser excesivamente optimistas al respecto, máxime si a las consideraciones apuntadas añadimos otros amplios elementos de juicio, como el empecinamiento mesiánico del candidato socialista o el carácter inestable, más bien proteico, tanto de los respaldos que lo sustentan como de su propio y algo confuso ideario. Claro que, políticamente, un concepto como el de fracaso también tiene una especie de naturaleza proteica o, si se prefiere, cae dentro de las clásicas aporías o paradojas que tanto agradaban a los filósofos griegos. Al igual que no podemos responder con precisión a la pregunta de cuánto es un montón de trigo o qué es un hombre calvo sin entrar en los derroteros de la filosofía del lenguaje, una situación poselectoral en la que el PP pueda contar con la mayoría absoluta, e incluso aumentar su diferencia relativa con el PSPV, podría transmutarse de fracaso en un avance apreciable, en boca de quien de esta guisa lo quiera vender, si los socialistas ganan algún diputado más a costa del descontado hundimiento de EU, que ya no sirve ni de coartada electoral para revestir y ocultar la descarnada osamenta del PCE. Otra cosa es que la calificación de ese posible resultado como un éxito personal no se la crea ni quien así pueda pregonarlo. Y seguro que no faltarán atrevidos llegado el caso.

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