La Armada en la Bahía
JUSTO NAVARRO Les duele a los monstruos su monstruosidad, con la que asustan a la gente, y creo que al Ministerio de Asuntos Exteriores español le duele también verse obligado a emprender su particular y sufrida guerra de Gibraltar: le irrita el incumplimiento de un pacto sobre pesca en aguas gibraltareñas, y le irrita más que el problema lo hayan resuelto los pescadores de Algeciras hablando con el Ministro Principal de Gibraltar. El ministro de Asuntos Exteriores ha dicho: - Que los de Algeciras enmarquen el acuerdo y lo cuelguen en el cuarto de baño. Pero los pescadores pescan, y los gibraltareños consideran el acuerdo entre su Ministro Principal y los pescadores de Algeciras como un signo de soberanía o mayor autonomía de Gibraltar frente a Gran Bretaña. Al Gobierno español le duele porque es un atentado contra las pretensiones de soberanía española: también los gobiernos de Franco reaccionaban cerrando España cuando Gran Bretaña otorgaba mayores niveles de autonomía a su colonia andaluza. Ahora, para recordar otra vez el amor de España por su Peñón, el Gobierno pone más policías en la aduana, funcionarios atentísimos que piden al viajero el carné de conducir, el permiso de circulación, los papeles del seguro y el certificado mecánico de que las bujías y los líquidos han sido revisados. Los ciudadanos del Campo de Gibraltar descubren en tanto fervor un brote intempestivo de ultrapatriotismo falso. Yo veo que el Gobierno defiende a los pescadores contra los intereses de los propios pescadores, que se han defendido a sí mismos y han puesto en duda la utilidad del Gobierno. Para demostrar que un Gobierno no es un armatoste, Asuntos Exteriores ha reivindicado inmediatamente la españolidad de Gibraltar. La finta figura entre las estrategias recomendadas por el filósofo Schopenhauer para llevar siempre razón: si parece que discutimos de pesca, nos ponemos a hablar de la inmortalidad del alma, mucho más importante. Y, mientras cuaja el alto debate patriótico, 2.500 andaluces que trabajan en Gibraltar esperan cuatro horas en la cola de la aduana bajo la rastrera amenaza de quedarse sin trabajo. Los gobernantes se precian de vivir en la irrealidad mitológica. No conozco personalmente a nadie a quien interese la bandera que ondee sobre los seis kilómetros cuadrados de Gibraltar: el patriotismo feroz es una religión a la baja desde que creemos en la existencia de Europa y de la OTAN. ¿Es imposible, entonces, tratar con los gibraltareños aceptando que quieren ser como son? Más imposible parece creer que un diputado laborista exigiera en Londres la presencia de la Armada británica en la Bahía de Algeciras porque dos votantes de su circunscripción electoral tuvieron que esperar trece horas en la frontera. Es increíble la heroica y encendida apelación a la Armada, pero más sorprendente resulta la preocupación del diputado por los sufrimientos de dos únicos votantes: aquí los diputados, en sus votaciones automáticas según dispone el jefe de partido, no suelen acordarse de sus provincias y de sus cientos de miles de votantes.
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