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Jordania, ante la incertidumbre

La desaparición del rey Hussein deja sin duda a Jordania huérfana de un poder que por sus arraigadas características patriarcales y carismáticas genera un sentimiento no sólo de vacío, sino también de desconcierto ante el futuro. Porque la cuestión no estriba sólo en que Hussein haya sido el único jefe de Estado que ha conocido la inmensa mayoría de la población jordana actual, sino también en la incertidumbre que supone tener que esperar a comprobar si su heredero sabrá mantener los difíciles equilibrios internos y regionales sobre los que reposa la estabilidad del reino jordano para lo que el monarca hachemí mostró grandes dotes de estadista y estratega.

Y es que cuando la concepción del poder está tan intrínsecamente vinculada a las cualidades personales del líder, porque en él se concentra la autoridad política, las sucesiones son siempre connaturalmente inciertas, ya que la continuidad depende de factores como el carisma y la capacidad de adhesión que el nuevo gobernante tenga para seguir equilibrando y aglutinando los componentes en los que se sustenta la supervivencia del régimen. Es de ese marco del que se deriva sustancialmente el interrogante, que adquiere una mayor dimensión si, como ocurre en el caso jordano, la transición se da en un Estado que se caracteriza por la disparidad y diversidad de sus componentes y cuando el nombramiento del definitivo heredero se ha realizado sin que ha ya existido un tiempo suficiente para que éste adquiera experiencia política y muestre su potencial personalidad carismática.

Lo que sí podemos deducir es que el cambio de designación del heredero real a favor del príncipe Abdalá, cuya experiencia y carisma se han desarrollado básicamente en el ámbito militar, muestra que la principal y postrera preocupación del rey Hussein fue asegurar un monarca que garantizase la adhesión del Ejército y, en consecuencia, de los notables transjordanos, mostrando con ello la indudable cualidad de pilar sustancial del Estado que siguen teniendo las tribus transjordanas del reino. El Ejército —la histórica Legión Árabe— ha sido en el reino jordano el instrumento clave para lograr la integración de la población autóctona transjordana de carácter beduino y su adhesión al trono hachemí, cuya dinastía procedía de Arabia y no era beduina. Con dicha alianza, la dinastía hachemí logró que las tribus reconociesen su legitimidad, a cambio de que los valores transjordanos fuesen reconocidos por el trono como dominantes y su lugar como privilegiado en el aparato del Estado. De ahí que el Ejército y el sector público hayan sido un espacio reservado a las tribus y a la población transjordana. Población ésta que ha ido sintiendo amenazado su estatuto dominante original por la consolidación, fruto de los sucesivos avatares del conflicto palestino-israelí, de una población jordana de origen palestino que hoy día constituye más del 60% de la población total del reino y que domina el sector económico privado del país. Las revueltas del sur transjordano en 1989 y 1996, si bien explotaron por la carencia de la política económica de asistencia estatal, políticamente mostraron el creciente sentimiento de reacción de los transjordanos contra un régimen al que percibían más preocupado por el conflicto palestino-israelí y por los intereses de la gran burguesía urbana palestina, que por los de la población transjordana que, sin embargo, afirmaban, había apoyado al trono en sus momentos más difíciles.

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Hussein, en respuesta, optó a principios de los noventa por la democratización del sistema como vía de cohesión y estabilización del país, es decir, para impedir la explosión social, garantizar la integración de la población de origen palestino jordanizándola a través de las elecciones (factor sustancial de la decisión de Hussein en 1988 de renunciar a cualquier derecho sobre Cisjordania), y crear nuevos enlaces entre el trono y la sociedad ante la dislocación de las estructuras tribales que las revueltas transjordanas de 1989 habían puesto de manifiesto.

La catarsis y legitimación derivados de dicho proceso que llevó a incentivar los comportamientos políticos de adhesión frente a los tribales quedaron bloqueados en buena medida a partir del momento en que se inició el proceso de paz con Israel, y la oposición parlamentaria jordana (islamistas e izquierda) lo denunció. En consecuencia, el régimen volvió a apoyarse de nuevo sustancialmente en el pilar tribal del Estado en tanto que se ralentizaba el proceso de liberalización y se distorsionaba otra de las alianzas tradicionales del trono, la establecida con los Hermanos Musulmanes.

Junto a la alianza estructural y constitutiva del Estado con el pilar tribal transjordano, otra de tipo "político-táctico" con los Hermanos Musulmanes ha dado también una gran especificidad a la monarquía jordana. Pero dicha alianza se ha visto perjudicada en los últimos tiempos por el desentendimiento de ambas partes con respecto al proceso de paz palestino-israelí abierto en Oslo y, sobre todo, con la firma de los acuerdos de paz jordano-israelíes de Wadi Araba en 1994, al que se han opuesto radicalmente los islamistas y los partidos de izquierda del país, colocando en una difícil situación al monarca, que por primera vez en décadas era él y no el Gobierno el objeto directo de las criticas.

Ésta es otra de las disfunciones crecientes que experimenta el statu quo tradicional del reino que tendrá que saber manejar el nuevo monarca jordano.

No obstante, ni el fuerte peso de la experiencia histórica de los Hermanos Musulmanes en Jordania (donde la ausencia de represión estatal los ha alejado de la dinámica radical), ni el desfavorable escenario interno (ajuste estructural) y externo (bloqueo del proceso de paz) que vive el país, permiten pensar que ni la serenidad característica del isla mismo jordano vaya a evolucionar hacia la vía insurreccional, ni que el trono deje de apostar por las buenas relaciones con estos poderosos actores sociopolíticos que garantizan en buena medida el control del malestar popular, pero todo ello reposa también en un importante índice de carisma y liderazgo, así como en una experiencia de gestión de los asuntos del reino que garantizaba personalmente el rey Hussein.

Unido a esto, la economía "asistida" crónicamente dependiente del exterior que caracteriza a Jordania, la hace muy vulnerable a los acontecimientos que se producen en la región medio-oriental y del Golfo. Las represalias sobre este país tras la guerra del Golfo, por no situarse en el flanco anti-iraquí, situó al país en una dramática situación económica y estratégica que el rey Hussein trató de reequilibrar firmando la paz con Israel. Sin embargo, la evolución en los cuatro últimos años no han hecho sino aumentar el desasosiego y no han tranquilizado a una población agotada por su permanente imbricación en el conflicto palestino-israelí. Y en cuanto a los dividendos de la paz por la cooperación económica con Israel, aparte de la firma de un acuerdo de joint-venture para la construcción de una fábrica, el acuerdo de comercio y cooperación económica firmado el 25 de octubre de 1995 según lo previsto en el tratado de paz, no ha sobrepasado el nivel teórico. De hecho, el mayor interés económico que han mostrado los israelíes por Jordania ha sido como cantera de mano de obra barata.

Entretanto, la población continúa empobreciéndose (el desempleo alcanza ya el 35% de la población activa, la inflación es galopante, entre 15%-25%, y los salarios se estancan entre 150 y 180 dinares mientras el coste de la vida no deja de aumentar) y el malestar crece.

Por tanto, el futuro del heredero de Hussein se encuentra en su capacidad para saber acompasar estas difíciles dinámicas concurrentes que han puesto en creciente riesgo el statu quo del reino. Es decir, conjugar el evidente crecimiento en los últimos tiempos de la dependencia de los notables de las tribus transjordanas como pilar del régimen en detrimento de los Hermanos Musulmanes, con el necesario equilibrio entre las dos grandes élites del país procedentes de la comunidad transjordana y la jordana-palestina; reconciliar el apoyo oficial jordano al proceso de paz con Israel, teniendo en cuenta que además se necesita desesperadamente la ayuda económica prometida por EE UU, con el creciente malestar y desapego de la población jordana con respecto a dicho proceso; articular las seguras presiones norteamericanas que Jordania va a recibir para que acreciente su implicación anti-Sadam Husein con el sentimiento contrario de la población y hombres de negocio jordanos; y lograr que no se caiga en la tentación autoritaria bloqueando el proceso de apertura política iniciado en 1989. Los hachemíes tendrán que volver a mostrar su relevante capital político y su capacidad para sobrevivir a las más diversas y complicadas situaciones.

Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la UAM.

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