Los intrusos del río Manzanares
Peces gato, galápagos de Florida y otras especies desplazan a la población autóctona de Madrid.
Llevan casi diez años viviendo en el río Manzanares, pero son intrusos. Tienen ocho largos bigotes, los ojos muy grandes y desorbitados, y se dedican a devorar los huevos de la población piscícola autóctona del río. Se los conoce como peces gato. Su nombre científico es Ictalurus melas. Y no son los únicos intrusos. El pez gato se detectó por primera vez en el Manzanares entre 1988 y 1989. Procede del este de Norteamérica y fue introducido en España por el río Ebro, desde donde algunas personas lo han trasvasado clandestinamente al resto de las cuencas, según explica un experto del servicio de conservación del río Manzanares, dependiente del Ayuntamiento de Madrid. Miguel Vicente, biólogo del departamento de conservación del río, lo explica enfundado en su bata blanca, justo al frente de la pecera que contiene una decena de Ictalurus melas. "Algunos proceden de los embalses de cabecera del Manzanares; otros han llegado por personas que arbitrariamente los han llevado al río", dice.
De los aproximadamente 10.000 peces que viven en el tramo urbano del río, es decir, desde el embalse de El Pardo hasta el límite con el término municipal de Getafe, el 2% de la población (unos 200) corresponde a peces gato.
Tienen el cuerpo resbaladizo, blando y sin escamas. Su coloración es negra violácea y el vientre es blanco o amarillento. Miden entre 20 y 30 centímetros.
Los alevines (los pequeños o recién nacidos) se arremolinan y forman una especie de bola o madeja en el agua. "Es su única arma de defensa", explica Miguel Vicente. Lo dice porque los peces gato, pese a su peligrosidad para las especies autóctonas, resultan muy frágiles. "Cuando se produce la bajada de los embalses, suben a la superficie y se observan con mucha facilidad, lo cual ayuda a que sean atrapados. En realidad, no son muy resistentes a condiciones adversas", explica.
De hecho, podría decirse que son los más débiles de la especie. En Estados Unidos, cuenta Vicente, se han tenido noticias de peces gato con cinco metros de longitud.
Pero la preocupación del servicio de conservación del río no son sólo los peces gato. También está el pez sol. Y los cangrejos americanos. Y los galápagos de Florida.
Aficionados descontrolados
El pez sol se descubrió en el Manzanares mucho antes que el pez gato. Científicamente, se lo conoce como Lepomis gibbosus. Con tan sólo 10 centímetros, come de todo y con una voracidad extrema. Le gustan especialmente los huevos de las especies autóctonas. También fue introducido en Europa desde América, y según los estudios efectuados en el río Manzanares, su aparición parece debida más que nada a "aficionados descontrolados". El hecho de que el Manzanares sea un ecosistema mixto, o sea, una mezcla de hábitat natural y artificial, hace que los biólogos tengan que buscar un equilibrio entre las especies que lo pueblan. En el caso del cangrejo americano, por ejemplo, ya es imposible desterrarlo. Esta especie se introdujo en España por su tamaño, rápida reproducción y aparente valor alimenticio. Lo que no se sabía era que traía consigo el virus de la peste del cangrejo, la cual, a la postre, acabó con los cangrejos autóctonos del Manzanares. "El cangrejo americano es portador del virus e inmune a él. Lo transmitió a los otros cangrejos y el efecto inmediato fue que perforó una membrana del caparazón y los fue matando", explica Miguel Vicente.
Como ya no hay especies con las cuales reemplazar al cangrejo americano, éste ha entrado a formar parte del ecosistema del río de Madrid.
El otro problema son los galápagos de Florida. A menudo son adquiridos en tiendas especializadas y, cuando sus propietarios se cansan de ellos, los arrojan al río.
"Los galápagos también han ido desplazando poco a poco a los autóctonos porque se reproducen más rápido y con mayor facilidad que ellos", anota Vicente.
Lo peor es que no sólo han aparecido en el río. También los han encontrado en estanques, en el lago del Retiro y hasta en fuentes públicas. La lucha consiste en conseguir que no aumente la población de intrusos en el Manzanares y que los que ya están no alteren el equilibrio del ecosistema. Es una lucha silenciosa y con pocas armas.
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