_
_
_
_
Reportaje:PLAZA MENOR -

Obertura complutense

Llueve sobre Complutum, sobre sus nobles tejados, sobre sus históricos edificios, llueve, aguanieva, sobre Alcalá de Henares, Alqalat Nahar, castillo sobre el Henares, fortaleza musulmana, honra y prez de las letras y las ciencias cristianas, cuna del más fecundo y malhadado genio de la literatura escrita en lengua castellana, capital de la Alcarria madrileña, villa encumbrada y ennoblecida por obra y gracia de don Francisco Ximénez de Cisneros, regente de Carlos I, férreo franciscano, pragmático y enigmático prelado que sin complejos ni sonrojos equiparó sus poderes con sus cañones, inquisidor implacable, rígido moralista y celoso reformador de las órdenes religiosas, un inquietante e hiperactivo personaje que bautizó con su segundo apellido un género arquitectónico tan contradictorio como su personaje, un género que combina el estilo mudéjar con el renacentista, lo medieval y lo moderno, en esta encrucijada vital de la historia de España que se abría a un Nuevo Mundo lastrada por el peso de lo viejo, de la superstición, la intolerancia y el fundamentalismo étnico y religioso. El estilo Cisneros ha dejado su sello peculiar e indeleble en los edificios de la universidad. La fachada del colegio mayor en la plaza de San Diego es una obra maestra y significativa del renacimiento español, tardío y conservador, aferrado todavía a los antiguos moldes, más imperial que clásico. Sólido como una fortaleza, el majestuoso edificio se asemeja más a un cuartel que a un colegio, bastión inexpugnable de la ciencia y la cultura siempre amenazadas en Iberia, monumento civil y civilizador en un paisaje de templos y castillos, conventos y acuartelamientos. En su documentado y brillante libro sobre el origen y el significado de los nombres de los pueblos de Madrid, Javier Dotú cita a Plinio, que habló de los pueblos complutenses, de Complutum, que significa reunión de aguas, y por extensión, punto de encuentro donde confluyen los comarcanos de las localidades vecinas. Al final se impuso el nombre musulmán con su clara y sonora prosodia, como tantas otras veces en nuestra toponimia, que resuena en castillos, ríos, valles y ciudades con ecos arabizantes.

Arzobispos, obispos, cardenales y frailes de tropa tutelarían después la sede universitaria, cuidando de que los avances descontrolados de las ciencias y las grandes aventuras del pensamiento no entraran en confrontación con la pureza doctrinal y la ortodoxia de la única fe verdadera. Ardua e ingrata tarea la de iluminar las mentes y predicar el oscurantismo al mismo tiempo, ciclópea batalla entre la razón y la superstición que sembró de hogueras y sambenitos muchos siglos.

En la calle Mayor de Alcalá, sobre el solar de la casa natal de Cervantes, se levanta la recreación de una casa del Siglo de Oro que alberga en su interior un museo cervantino con primorosas ediciones del autor y una colección de mobiliario y enseres de la época. Hoy el edificio está en obras, velado por mallas y andamios, pero en el jardín en sombras se vislumbra una modesta placa que recuerda que en ese lugar escribió el genio su obra El recreo de las musas. Muy cerca de allí, en una bocacalle aún más sombría, está la casa natal de don Manuel Azaña, escritor de menor fuste, pero intelectual y político de gran talla y desgraciada biografía, que fuese ministro de la Guerra y presidente de la II República española hasta 1939. Vecinos separados por los siglos, Cervantes y Azaña aparecen hermanados en exilios y cautiverios, incomprensiones y decepciones.

De vuelta a la calle Mayor, un mural que sirve de reclamo a un bar realiza por su cuenta un emparejamiento aún más extraño, James Dean y Federico García Lorca comparten cartel a mayor gloria del establecimiento. Alcalá es ciudad de contrastes, industrial, militar, universitaria y carcelaria, demasiado cerca de Madrid como para no sentir su agobio, pero bien comunicada con el cielo de Barajas, que es un punto de fuga. En las calles de su casco viejo se respira la atmósfera rancia y entrañable de las ciudades provincianas que se resisten a romper sus lazos con la tradición, una tradición que abruma con espléndidos testimonios como la iglesia magistral y catedralicia, el palacio arzobispal, la Casa de la Entrevista, el hospital de Antezana. Una legión de monumentales centinelas de su historia que salen al paso en las esquinas, en grandes plazas y plazuelas recoletas.

No le cuadra muy bien el calificativo de menor a esta plaza, larga, longilínea y rectangular, que es la mayor de Alcalá, consagrada, como es de merecer, a la memoria de Cervantes, cuya efigie pedestre y solitaria no aspira a presidir tan vasto territorio. Las estatuas ecuestres son privilegio de monarcas y monopolio de guerreros que necesitan la prótesis equina para compensar muchas veces su baja estatura moral, su relevante insignificancia. Cervantes, a pie sobre un discreto pedestal, se pierde en la vasta explanada entre el discreto encanto del arcaizante quiosco de música y la barraca de una tómbola estable que recauda fondos para una entidad deportiva local.

Bajo los soportales de la plaza de Cervantes relucen con mortecino fulgor los escaparates de viejos comercios, como Salinas, antigua y renombrada confitería que exhibe su generoso surtido de dulces típicos, las apelotonadas y contundentes almendras garrapiñadas, las melosas rosquillas de Alcalá y la "costrada", pariente del milhojas y postre tradicional de los alcalaínos. Es ésta una ciudad golosa como corresponde a su población de clérigos regalones y pícaros estudiantes.

Alcalá de Henares, múltiple e inabarcable en una crónica, se despide del cronista sin haber desvelado más que una parte mínima de sus secretos y con la promesa de un próximo encuentro.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_