Trampa y carton
JAVIER GARAYALDE La convocatoria de una Asamblea de Municipios vascos ha sido la última piedra de escándalo en el proceso político iniciado tras la tregua de ETA. Poco importa que tal escándalo se organice sobre la base del más absoluto desconocimiento respecto a los objetivos pretendidos en dicha convocatoria. Tales objetivos, bastante moderados a la postre, incluso en la última explicación del portavoz de EH, no se admiten. Lisa y llanamente, para el stablishment político y mediático, nadie monta una movida como esta solo para conjuntar políticas culturales o servicios para la ciudadanía. Tiene que haber algo oculto. Aquí hay trampa. Como en la tregua. Lo que llama la atención es que la batería de portavoces y comentaristas recela siempre trampas en los movimientos abiertos y públicos, y no las busca nunca en los ocultos o velados. Ahora hemos sabido, por una información que no ha sido desmentida, que la postura del Gobierno sobre el acercamiento de presos pudo haber sido bien distinta en diciembre pasado. Y lo que es bastante claro es que, de haberse impuesto la opinión del equipo de asesores de Aznar -Arriola, Zarzalejos y Martí Fluxà- favorable a efectuar un acercamiento generalizado, sobre la de Mayor Oreja, la sucesión de acontecimientos del último mes hubiera sido muy diferente. Aquí sí que hay trampa. Pero no la del engaño, sino la de cartón. La política del Gobierno para el proceso de paz es de cartón. Tales cosas suceden. Y no representan en sí mismas ninguna intención perversa. Un hombre de Estado debe tener diversos escenarios preparados para responder a situaciones distintas. Lo que determina la perversidad es el argumento utilizado. Pues en ningún momento, por ejemplo, se ha sospechado en serio que, tras una medida de acercamiento, ETA, sintiéndose fortalecida, pudiera reanudar los atentados. No, el argumento del Ministro del Interior -¿habrá que recordar las actuaciones que, en momentos de incertidumbre y confusión similares, protagonizó la ministra Mo Mowlam?- ha sido: reforzémonos electoralmente primero. Las expectativas del PP son espléndidas. Hay electoralismos y electoralismos. Presentar la imagen más favorable del candidato, ensalzar los propios logros e incluso explotar los puntos débiles de los rivales es electoralismo. Un electoralismo benigno, lógico por otra parte en una sociedad inmersa en la dinámica competitiva del mercado. Pero rechazar, o posponer, medidas que hubieran supuesto una evidente humanización del conflicto, además de una distensión, por unas supuestas expectativas electorales propias, eso es electoralismo maligno. El juego es el que es, y al final lo determina quien más resortes de poder tiene en su mano. Alguien ha decidido convertir el incipiente proceso de paz vasco en la batalla electoral definitiva entre nacionalistas y estatalistas. Así se hizo en octubre y así pretende repetirse en junio. Desde luego, sus cálculos sobre lo que ocurriría con un 70 % de participación resultaron fallidos. Aunque también es posible que a base de repetir incesantemente la cantinela del "fracaso electoral de Lizarra" hayan terminado por creérsela. De momento parece que han conseguido que el PNV y EA vayan juntos en los lugares más importantes. El veredicto de las urnas habrá que verlo en su momento, pero más de un alcalde ya lo anda lamentando. Porque hay cosas que no son de cartón. Los sondeos sobre intención de voto suelen ser bastante volubles, pero los que se hacen sobre otros estados de opinión no lo son tanto. Que un 80 % de votantes de EH piensen que la violencia callejera es un obstáculo para la paz, que una mayoría de votantes del PP piensen que el acercamiento de presos favorecería la paz, ambas cosas juntas denotan un movimiento de fondo en la sociedad vasca que no es flor de un día, y que desmonta de raíz los argumentos falaces sobre una fractura social vasca. Digan lo que digan los slogans propios o los calificativos ajenos, aquí la única política centrada es la que se mueve en estos parámetros.
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