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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

De Cascos a Arenas

EL INGRESO de Josep Piqué en el partido, seguido de su inmediata promoción al comité ejecutivo, y el ya conocido relevo de Álvarez Cascos por Arenas en la secretaría general son los avales personales presentados por Aznar para acreditar la voluntad de renovación del PP en el congreso clausurado ayer. Arenas se estrenó con un discurso marca de la casa, Piqué repartió sonrisas y Aznar, bajo la atenta mirada de Fraga, reiteró el mensaje de la víspera, que marca tres prioridades para el medio plazo: la pacificación de Euskadi, la creación de empleo y el acercamiento de nuestro bienestar al de los países más avanzados. Hubo entusiasmo, pero sin desbordamientos.Ha sido en la secretaría general donde se ha tratado de escenificar el cambio de rumbo. Que el nuevo haya tenido que abandonar el Gobierno no significa necesariamente que goce de mayor autonomía, pero obedece, sin duda, a la voluntad de prestar mayor atención al partido en un tiempo en el que se acumulan las citas ante las urnas. Aunque sólo sea para evitar la repetición de conflictos como el habido en Asturias.

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En la mercadotecnia electoral de un partido gobernante no hay duda de que Arenas aventaja de largo a Cascos. Aznar ha sustituido al azote de infieles que le convenía en la oposición por un vendedor de ilusiones. Nada más expresivo que comparar la bronca despedida de uno con el catálogo de promesas y parabienes desplegado por el otro. Si se trataba de simbolizar el viaje al centro en el relevo Cascos-Arenas hay que admitir que a ningún experto en imagen se le hubiera ocurrido metáfora más certera que sus dos discursos, con el intervalo de apenas 48 horas. En una cosa hay que darle la razón a Cascos: la continuidad de alguien que todavía busca, y encuentra, bolcheviques encubiertos entre sus críticos hubiera sido perjudicial para el PP y para Aznar. En contraste con él, Javier Arenas tuvo interés en distinguir entre adversarios políticos (los demás partidos democráticos) y enemigos: sólo los violentos y quienes les amparan o justifican.

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De Aznar abajo, nadie faltó en la agenda de felicitaciones de Arenas, a nadie olvidó en sus agradecimientos (sindicalistas, dirigentes patronales), y desde los jóvenes a los jubilados, a todos prometió incluir en su agenda de ocupaciones, en la que el País Vasco tuvo una mención doblemente emotiva por el recuerdo de los concejales asesinados. Puesto a reivindicar para el PP también la bandera del progreso, criticó a los socialistas por creerse progresistas sólo a fuerza de repetirse que lo son. Aplíquese el cuento: no basta con que el PP se proclame centrista para serlo.

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