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La derecha

Manuel Vicent

No está bien visto hablar de política en determinadas alturas. A medida que uno asciende por los despachos empresariales va notando que la derecha se vuelve insonora, educada, voraz, con olor a lavanda, servida por ejecutivos que no llegan a los 40 años, técnicos en economía, educados en el extranjero, expertos en arrear bocados de tiburón sonriendo y que en lugar de matar venados o marranos en las monterías, como los ejecuta todavía la derecha clásica, se van a un país exótico los fines de semana a practicar un deporte de moda y vuelven los lunes por la mañana, feroces y soleados, hablando de abductores, gemelos y abdominales, y al pie de los ordenadores, estos hombres de músculos se mezclan con el índice Nikkei o Dow Jones, con marcas de palos de golf, con direcciones de nuevos restaurantes. De los periódicos sólo leen las páginas color salmón; se estremecen ante las declaraciones del ministro de Economía; les conmueve el producto nacional bruto, pero no el índice del paro, ni las catástrofes de la naturaleza, huracanes, terremotos o hambrunas, salvo que sean cataclismos monetarios que puedan arruinar las inversiones propias y hundir los mercados financieros. Son de derechas con la misma naturalidad con que respiran y no tienen necesidad de demostrarlo; por eso no pronuncian nunca, ni para bien ni para mal, los nombres de Aznar o de Borrell, de Jospin, de Blair, de Clinton o de cualquier otro político. Simplemente los ignoran. A esa altura de despacho empresarial o monetario se da por supuesto que los políticos están ahí sólo a su servicio. El avión del Estado debe volar por el centro de la política para evitar turbulencias, y mientras el aparato no se mueva, estos jóvenes ejecutivos liberales se dedican a la carnicería sin perder el olor a lavanda. En cierta ocasión acompañé a una joven aristócrata a pasear a su perro. Se nos acercó un mendigo. Al verlo así, andrajoso y con la mano tendida, aquella joven educada en un internado de Suiza se refugió en mis brazos sorprendida y exclamó: "¿Qué le pasa a este señor?". En los años setenta, el poeta maldito Carlos Oroza se hallaba en la habitación de un hotel en brazos de una mujer muy fina de Serrano y de pronto se oyeron gritos de una manifestación de obreros en la calle. "¿Qué sucede ahí abajo?", preguntó. El poeta contestó: "Nada, tranquila, es sólo una cosa de pobres". Así vuelve a ser la nueva derecha ahora.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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