La derecha
No está bien visto hablar de política en determinadas alturas. A medida que uno asciende por los despachos empresariales va notando que la derecha se vuelve insonora, educada, voraz, con olor a lavanda, servida por ejecutivos que no llegan a los 40 años, técnicos en economía, educados en el extranjero, expertos en arrear bocados de tiburón sonriendo y que en lugar de matar venados o marranos en las monterías, como los ejecuta todavía la derecha clásica, se van a un país exótico los fines de semana a practicar un deporte de moda y vuelven los lunes por la mañana, feroces y soleados, hablando de abductores, gemelos y abdominales, y al pie de los ordenadores, estos hombres de músculos se mezclan con el índice Nikkei o Dow Jones, con marcas de palos de golf, con direcciones de nuevos restaurantes. De los periódicos sólo leen las páginas color salmón; se estremecen ante las declaraciones del ministro de Economía; les conmueve el producto nacional bruto, pero no el índice del paro, ni las catástrofes de la naturaleza, huracanes, terremotos o hambrunas, salvo que sean cataclismos monetarios que puedan arruinar las inversiones propias y hundir los mercados financieros. Son de derechas con la misma naturalidad con que respiran y no tienen necesidad de demostrarlo; por eso no pronuncian nunca, ni para bien ni para mal, los nombres de Aznar o de Borrell, de Jospin, de Blair, de Clinton o de cualquier otro político. Simplemente los ignoran. A esa altura de despacho empresarial o monetario se da por supuesto que los políticos están ahí sólo a su servicio. El avión del Estado debe volar por el centro de la política para evitar turbulencias, y mientras el aparato no se mueva, estos jóvenes ejecutivos liberales se dedican a la carnicería sin perder el olor a lavanda. En cierta ocasión acompañé a una joven aristócrata a pasear a su perro. Se nos acercó un mendigo. Al verlo así, andrajoso y con la mano tendida, aquella joven educada en un internado de Suiza se refugió en mis brazos sorprendida y exclamó: "¿Qué le pasa a este señor?". En los años setenta, el poeta maldito Carlos Oroza se hallaba en la habitación de un hotel en brazos de una mujer muy fina de Serrano y de pronto se oyeron gritos de una manifestación de obreros en la calle. "¿Qué sucede ahí abajo?", preguntó. El poeta contestó: "Nada, tranquila, es sólo una cosa de pobres". Así vuelve a ser la nueva derecha ahora.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.