A vueltas con la Biblia
González de Cardedal, asiduo colaborador del diario Abc, escribía en estas mismas páginas recientemente un artículo titulado Biblias laicas (EL PAÍS, 30 de diciembre de 1998), donde, tras muchos circunloquios y rodeos lingüísticos a golpe de diccionario, mostraba su desconfianza y su distancia crítica hacia la publicación reciente de tres "nuevas" biblias: la laica, la cultural y la posmoderna. Ponía el acento en la matriz originariamente religiosa de la Biblia y en el reconocimiento de la Biblia como "palabra divina y don de Dios a los hombres", al tiempo que se preguntaba si colocar el término laico junto al libro considerado santo por antonomasia era "una inmensa conquista o una inmensa ambigüedad". Le faltó referirse a otra Biblia recién traducida al castellano, La Biblia de la mujer, escrita por un grupo de mujeres norteamericanas bajo la dirección de Elizabeth Cady Stanton hace poco más de un siglo (1895-1898). Es posible que dicha Biblia, de enfoque feminista, provoque similar desconfianza en González de Cardedal. Todo el artículo tiene cierta tonalidad confesional. Parece como si sólo fuera legítimo acercarse al texto bíblico desde una perspectiva creyente y el resto de las aproximaciones resultaran espurias y poco fiables. Confío en que, al enjuiciar las tres biblias, el autor del artículo las haya estudiado a fondo y no hable de memoria o las conozca sólo por los títulos. Yo, ciertamente las tengo delante, y vengo consultándolas constantemente desde su publicación. Desde ese conocimiento me permito disentir tanto de la concepción que González de Cardedal tiene de la Biblia como de la poca estima que muestra por las tres versiones citadas."La Biblia no pretente instruir sobre astronomía, geografía, historia, ni siquiera sobre antropología primordialmente". Efectivamente, los autores de los textos bíblicos no pretenden dar lecciones astrofísicas, geográficas o históricas. Es más, cuando se la ha presentado como experta en esas materias, la ciencia ha chocado frontalmente con ella y se ha encargado de demostrar la falta de cientificidad de las supuestas afirmaciones "científicas" de la Biblia. No puedo estar de acuerdo, empero, con la tesis de que la Biblia no pretende instruir de manera primordial sobre antropología. Esta idea me parece difícilmente sostenible, sobre todo después del giro antropológico moderno, muy presente en la teología actual, y del programa de desmitologización e interpretación existencial de Rudolf Bultmann.
Cuando la Biblia habla de Dios, no está refiriéndose a los dioses del Olimpo, ajenos a los problemas humanos, sino que habla del Dios que se revela liberadoramente en la historia, del Dios de los seres humanos, y muy especialmente del Dios de los pobres, a quienes devuelve la dignidad negada. En una palabra, cuando habla de Dios, está hablando del ser humano sin merma alguna de su carácter misterioso. La Biblia es una colección de libros con una innegable radicación teológica -se enraíza en el misterio de Dios-, pero también antropológica -se enraíza en la profundidad del ser humano.
El ser humano está en el centro de la Biblia. Dios mismo -si se me permite la expresión- se desplaza, se oculta, e incluso se retira para dar protagonismo al ser humano, que se convierte en co-creador, dueño de su propio destino, capaz de mutar el curso de la historia y de conducirla hacia la patria de la libertad. Así lo vio con especial nitidez y lo expresó con gran belleza literaria el filósofo humanista del Renacimiento Giovanni Picco della Mirandola en su Discurso sobre la dignidad del ser humano, poniendo en boca de Dios el siguiente discurso humanista: "Oh Adán, no te he dado ningún puesto fijo, ni una imagen peculiar, ni un empleo determinado. Tendrás y poseerás por tu decisión y elección propia aquel puesto, aquella imagen y aquellas tareas que tú quieras. A los demás los he prescrito una naturaleza regida por ciertas leyes.Tú marcarás tu naturaleza según la libertad que te entregué, pues no estás sometido a cauce angosto alguno. Te puse en medio del mundo para que miraras placenteramente a tu alrededor, contemplando lo que hay en él. No te hice ni celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal. Tú mismo te has de forjar la forma que prefieras para ti, pues eres el árbitro de tu honor, su modelador y diseñador. Con tu decisión puedes rebajarte hasta igualarte con los brutos, y puedes levantarte hasta las cosas divinas".
Con la misma claridad aparece el carácter primordialmente antropológico de la Biblia en el libro del Éxodo, donde se formula la primera teología bíblica de la liberación. En ese libro se muestra cómo la historia de un pueblo sumido en la esclavitud puede cambiar de rumbo y tornarse historia de un pueblo libre. Dios no aparece aquí como "paracaídas" que salve al pueblo in extremis ni como "tapaagujeros" que resuelva los problemas por arte de magia eximiendo al pueblo de su responsabilidad, sino que le sitúa ante su propio espejo para que asuma el compromiso de romper las cadenas y de luchar por su propia liberación. El protagonismo no le corresponde a Dios, sino a Moisés y al pueblo, que viven la gesta liberadora como una experiencia religiosa.
La centralidad del ser humano vuelve a ponerse de manifiesto en la vida, el mensaje y la práctica de Jesús. Las instituciones, por muy religiosas que sean -el templo, la ley, los sacrificios, el sacerdocio, los tiempos sagrados, etcétera-, están al servicio del ser humano. Así lo declara Jesús en un texto de profundo calado humanista: "El hombre no está hecho para el sábado, sino el sábado para el hombre". Y lo pone en práctica cuando cura en sábado, desafiando las prohibiciones legales al respecto.
"La Biblia queda degradada cuando se la reduce a cultura, ética, estética o dogma". He aquí otra muestra de desconfianza de González de Cardedal hacia las Biblias laicas que no puedo compartir. Las consideraciones cultural, ética y estético-literaria me parecen una verdadera dignificación de la Biblia. Porque todas esas claves están presentes en ella. Y no hay por qué aproximarse al texto sagrado desde todas las claves al mismo tiempo. Cada uno lo hace conforme a su formación u orientación ideológica y, en definitiva, según su sensibiliad, sus motivaciones e inquietudes. Ello no significa reduccionismo, y menos aún degradación del libro que los creyentes judíos y cristianos tienen por texto sagrado y palabra de Dios.
Las Biblias laicas reconocen explícitamente y valoran de manera muy positiva la experiencia religiosa, pero no entendida apologética o confesionalmente, sino desde una perspectiva antropológica que conecta con las diferentes sensibilidades humanistas ínsitas en las distintas religiones y tradiciones filosóficas. Se trata de una experiencia religiosa no aislada en el mundo de una trascendencia espacial lejana o encerrada en los últimos repliegues de una intimidad solipsista, sino conectada siempre con otras dimensiones: ético-humanista, ecológica, estética, sociopolítica, simbólica, poética -con la dimensión dogmática, ciertamente no-. ¿Es eso reduccionismo? Todo lo contrario: es la mejor expresión de la multidimensionalidad del ser humano y de la religión, de las diferentes actitudes éticas y de la gran riqueza de géneros literarios en la Biblia: poético, histórico, profético, apocalíptico, sapiencial, parenético, epistolar, etcétera.
Esta pluralidad de perspectivas y enfoques está, a mi juicio, más presente a veces en las "biblias laicas" que en algunas de las "confesionales" que cuentan con el nihil obstat de la jerarquía eclesiástica, más preocupada con frecuencia por la salvaguarda del dogma -ajeno al espírutu del texto bíblico- que por la experiencia religioso-liberadora que recorre la Biblia de principio a fin. Más aún: por paradójico que parezca, algunas Biblias laicas ayudan a muchos lectores -creyentes o no- a descubrir y respetar el misterio de Dios más que las que cuentan con todas la bendiciones de los cancerberos de la ortodoxia.
He aquí mi modesta aportación a un debate que me gustaría continuara en estas páginas con interlocutores de otros campos del saber.
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