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Abstracciones de color

JOSU BILBAO FULLAONDO La galería de arte Vanguardia (Alameda de Mazarredo, 19. Bilbao) exhibe estos días una breve colección fotográfica de Loreto Larrañaga (Bilbao, 1960). Es un trabajo delicado que resulta frágil a la mirada. Son apreciaciones con cierto grado de desenfoque premeditado que deben entenderse como un estadio de búsqueda, de paréntesis, entre una etapa pasada y algo nuevo que debe llegar pero no está del todo definido. De la misma forma que en cinematografía se utilizan los difuminados de imágenes para pasar de una secuencia a otra, en este caso, con fórmula similar, reflejo de una clara introspección, se trata de encontrar una nueva dirección coronada por un mayor grado de sensibilidad creativa. Loreto Larrañaga tiene una sólida formación académica. Se acercó a la Historia el Arte en Florencia y luego fue ampliando sus conocimientos en las universidades de Amsterdam y del País Vasco. Desde Lejona a Milán pasando por Tarazona, Madrid o Barcelona, su interés por la fotografía le ha llevado a aprender en importantes centros de estudio donde se imparten distintas experiencias sobre esta materia. Su afán por mejorar el producto que elabora no descansa. Sus exposiciones han llegado a ciudades españolas, italianas, a New York y, este año de 1999, a Bergen (Noruega). La fotografía industrial, de moda o el diseño gráfico no son cosas desconocidas para esta mujer. Su forma de hacer ha jugado con la alternancia de factores en el binomio (tan frecuente hoy día) de la inconcreción de las formas y el realismo figurativo. Por su parte, el desarrollo temático ha encontrado cuatro grandes bloques cuyos títulos desean expresar su contenido: Retratos y autorretratos, Búsqueda en el espacio, El tiempo... gran escultor y Fábricas devoradoras. Lo que ahora nos presenta es la bifurcación de un camino que termina por unirse después de conformar un globo parabólico en su trayectoria. En la serie El lenguaje de dejarse ir las irisaciones cromáticas se convierten en ondas, espirales que parten de un punto para escapar en su despliegue hacia el infinito, pero a la vez son envoltorio de sensaciones dulces. Se asemejan a cabellos asortijados, bucles en el pelo, que destilan el recuerdo ingenuo de una niñez cargada de ternura. Rojos, granates, amarillos, tonos generalmente cálidos, matizan estas formas que terminan por desvanecerse en su búsqueda. La siguiente partitura del trayecto se llama Mi vacío, tu espacio. En esta ocasión los colores oscuros (ocres y negros) contrastan con lo blanco de unos trazos que insinúan cuerpos humanos que no lo son; sencillamente es la imaginación que explota por las sugerencias, un flirteo visual del que se desprende una comedida sensualidad, que, con pulcra serenidad, indica el propio enunciado de este conjunto de imágenes. La intención debe existir y en ello está la alegría de unos anillos, superpuestos y desenfocados, a la espera que el rayo de la mirada les penetre para encontrar su misterio en una profundidad de campo insólita e impalpable. Los formatos son amplios (115x76), las fotos hechas en cibachrome se presentan a sangre, sin bordes, sin marco que las proteja, desnudas, sobre un rugoso colchón de fibra de lino hecho a mano, de tono crudo, al que no tocan. Cada cual flota libre en el espacio. Son dos unidades independientes, pero la una para la otra. Justamente se acarician, con delicadeza, ante la mínima corriente de aire que les llegua. Alcanzan la altura de los ojos colgadas del techo y suscitan por momentos recuerdos de esculturas en papiro. El trabajo de esta autora surge de una intensa trayectoria fotográfica. Establece dos aspectos de reflexión que en su concreción icónica mantienen similitudes y diferencias equidistantes. Una aparente contradicción que cada cual resuelve por su lado. Los de hoy son temas espirituales donde domina el pensamiento, las querencias y los sentimientos, por encima de los aspectos materiales. Una concepción cuya comprensión quiere actitudes receptivas libres de condicionamientos impermeables.

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