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El teatro Adrià Gual acoge hoy un Valle-Inclán maratoniano

Un Valle-Inclán sin "nada gallego ad hoc". Manuel Guede, director del Centro Dramático Galego (CDG) y de una de las cuatro piezas que conforman el espectáculo Valle-Inclán 98, define con estas palabras las características de un montaje hecho por "gallegos que no necesitan lo típicamente galaico para representarse a sí mismos y a su carácter". "Que nadie busque pana en las culeras, ni boinas, ni gaitas", remacha Antonio Simón, el coordinador artístico. La obra, que se representa hoy en la sala Adrià Gual del Institut del Teatre, está integrada por Las galas del difunto, Ligazón, La cabeza del Bautista y El embrujado, y dura aproximadamente cinco horas. "No sé si hay un sentimiento gallego de la vida, pero sí de la muerte, y éste es el que transmitió Valle-Inclán en su obra". Dice Manuel Guede que el valor del montaje que estrenaron en octubre en Santiago de Compostela está precisamente ahí: en haberse acercado al carácter del autor gallego sin los atributos naturalistas que se asocian permanentemente a su obra. Cuatro directores Coproducida por el CDG, el Centro Dramático Nacional (CDN) y el de Viana do Castelo (Portugal), ha reunido a cuatro directores ligados con cada uno de ellos: el mismo Guede y Eduardo Alonso a la compañía institucional gallega, Helena Pimenta al CDN y José Martins al centro portugués. Los cuatro se pusieron de acuerdo para, según el coordinador artístico, hacer un Valle-Inclán "universal, que es lo que se merece". Ha sido, continúa, "una tremenda búsqueda de un Valle actual sin tocar ni una coma ni un punto a su literatura dramática". El elenco de actores, el vestuario y el espacio escénico es el mismo y sirven para dar cierta unidad al espectáculo. No así el punto de vista de cada director: "No queríamos trasladar una visión unívoca", subraya Guede. Simón tiene una palabra para cada pedazo de la obra: Las galas del difunto es expresionismo. La cabeza del Bautista, minimalismo. Ligazón, simbolismo, y El embrujado, costumbrismo. Valle-Inclán era la asignatura pendiente del CDG, una institución que en principio sólo acometía trabajos en lengua gallega. Este montaje ha estado envuelto en brumas y presiones. Los herederos, que poseen hasta el año 2006 la propiedad intelectual de su obra, se niegan a que se traduzca a cualquiera de las lenguas que se hablan en España porque consideran que con el castellano es suficiente para que se le entienda. La imposibilidad de representarlo en gallego provocó que el CDG no pudiera inaugurarse, en 1984, con la obra del "autor que ha dado más a Galicia", según lo define Guede. 14 años después, y "pasando de criterios lingüísticos", los responsables del centro decidieron representarlo en castellano. Desde ese momento les llovieron los reproches desde las filas nacionalistas por haber traicionado, supuestamente, los principios de una institución que sólo ha dejado de hablar gallego en esta ocasión.

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