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El pollo se atraganta

MANUEL PERIS Eduardo Zaplana es como esos gallos que creen que el sol se ha levantado para oírles cantar. Su voracidad no conoce límites, como acaba de demostrar con la crisis que le ha montado a su propio Gobierno. Porque, que no se engañe nadie, aún en la hipótesis ingenua de que hubiera sido María Angeles Ramón Llin la que hubiera tomado la iniciativa de anunciar su abandono de Unión Valenciana, lo cierto es que en cualquier caso se lo comunicó a él antes que al presidente de su partido, Héctor Villalba. Y Zaplana, lejos de comportarse como un presidente, con una mínima responsabilidad como gobernante, se lanzó a la piscina sin más afán que el beneficio partidista. Zaplana podía y debía haber frenado la desafección de Llin de UV si es que en realidad ésta fue iniciativa de ella y no una estrategia del propio Zaplana. Encima el intento de liquidar a sus socios de Unión Valenciana le ha salido mal. El público puede llegar a simpatizar con el jugador de ventaja aunque las trampas sean evidentes, pero siempre a condición de que gane. Y en esta ocasión, y por primera vez, Zaplana ha perdido. Pierde Zaplana y mucho. No sólo pierde el pulso concreto con Villalba y UV. Pierde en credibilidad y en firmeza. Atrás quedan todos los esfuerzos de tener un perfil institucional que intentó desplegar con el no alcanzado pacto lingüístico. Zaplana demuestra un escaso respeto sobre su propio Gobierno, al que no ha tenido ningún empacho en desestabilizar. Al punto de tener que acabar haciendo un nombramiento al dictado de sus socios y sin embargo, ahora ya definitivamente, enemigos. ¿Así puede alguien creer que actúa como presidente de todos los valencianos? Y la forma de abrir la crisis, mediante un nuevo caso de transfuguismo, ha servido para que durante estos días la oposición le recordase sus oscuros manejos para hacerse con la alcaldía de Benidorm. La maniobra se ha revelado de momento ineficaz para desestabilizar a Unión Valenciana, entre otras cosas porque los regionalistas retienen su cuota del reparto del pollo pactado en su día para formar gobierno y ahora a Zaplana casi se le atragantan los restos. Ha dado la señal de arranque de la campaña electoral. Pero antes de tiempo porque el juego de las sillas musicales no ha empezado todavía. De momento los que están sentados no se van a mover. Y una cosa son los políticos profesionales y otra los votantes, a veces más fieles. Zaplana ha demostrado escasas maneras. No es que le haya faltado finura a la operación, es que incluso resulta políticamente costrosa. Una cutrez que posiblemente signifique el principio del fin de su carrera en Madrid. Habrá que saber qué le dijeron los centradores del centro centrado a propósito del patatal en el que se estaba metiendo él solito y en el que iba a meter al PP valenciano a cuatro meses de unas elecciones en las que la consigna es "no hagan olas". Y aunque pueda parecer una ingenuidad, lo que a estas alturas parece evidente es que en toda esta historia lo que menos ha contado ha sido la llamada Agenda 2000 del sector agrario, o la incidencia en el campo valenciano de la reforma del mercado europeo del vino. O por decirlo de otro modo, con esta crisis delirante Zaplana ha demostrado que la agricultura valenciana le importa un pimiento, un rábano, un bledo, o una higa. A escoger.

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