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Sollozos catódicos

FÉLIX BAYÓN Hace una semana que no me despego del televisor. Sigo la fascinante televisión municipal de mi pueblo, en la que no deja de aparecer gente lamiéndose las heridas desde que se fueron, caminito de Alhaurín, el alcalde Jesús Gil y su lugarteniente, Pedro Román, ese hombre de cardados imposibles e inverosímiles trajes marrones que, después de siete años en el Ayuntamiento de Marbella y gracias a las virtudes alquímicas que a veces tiene el poder, transformó su ruina económica en simple miseria moral. La tele de mi pueblo está llena de estrellas marchitas, que, según parece, cobran mejor que en sus mejores tiempos. Al alcalde siempre le han gustado así: la primera musa de su partido fue una vieja presentadora de TVE que, como era aficionada a los ripios, le escribió el himno de su partido. La tele de mi pueblo parece el túnel del tiempo y en ella se te aparecen Felipe Campuzano, Alfonso Santisteban, Carmen Abenza, Máximo Valverde, Andrés Caparrós y un mocetón que hace años hablaba de deportes en Telemadrid. El mocetón y Caparrós llevan una semana mostrando su polivalencia: lo mismo encabezan manifestaciones de adhesión y dan mítines frente a los juzgados, que entrevistan a ancianitas que lloran el encarcelamiento de Gil. El amojamado galán Máximo Valverde también exhibe su amplitud de registros. El sueldo que los andaluces le pagamos por aparecer en el culebrón Plaza Alta no ha de parecerle suficiente y lo completa echando unas horas como reportero estrella de la tele de Gil. Es cosa de ver el sentido de la objetividad periodística que tiene el inolvidable protagonista de La novicia rebelde o Las colocadas cuando interroga a una manifestante pro-Gil más o menos en estos términos: "Señora, a que es una vergüenza que nuestro alcalde esté en la cárcel mientras están libres los que le robaron miles de millones al pobre de Ruiz Mateos, que aquello sí que fue un robo". O, por las mismas, da una versión bastante edulcorada de las acusaciones de malversación de fondos y falsificación de documentos públicos que ha llevado a Gil a la cárcel: "Señora, ¿a que es una barbaridad que el señor Gil haya ido a la cárcel por pasear el nombre de Marbella por todo el mundo en las camisetas del Atlético?, ¿a que es una injusticia que un hombre vaya a la cárcel por un error burocrático?, ¿a que aquí ha tenido que haber muchas envidias y cosas políticas?" Por lo general, los entrevistados responden que sí con monosílabos y los más devotos alaban lo buena gente que es el alcalde y el valor que tiene: "Hay que ver los cojones que tiene este hombre". Es tan buena gente el alcalde que hace mucho que se le perdonó que, a causa de esa mezcla de codicia y chapuza que es el motor de su vida, acabase con la vida de 58 personas en Los Ángeles de San Rafael. Es tan valiente que no dudó en lavarse las manos y culpar a sus colaboradores más cercanos en cuanto un juez de Marbella le acusó de malversación y falsificación. En un ambiente de orfandad que recuerda al que había en España tras la muerte de Franco, unos miles de marbellíes temen el apocalipsis que ha de suceder a Gil. Aún no han aprendido que no necesitan caudillos.

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