El Greco, rehabilitado
La restauración de un lienzo del siglo XVII confirma la atenticidad, antes nagada, de la excelsa obra cretense
En Madrid se ha hecho justicia a Domenico Theotocopuli, El Greco. La injusticia procedía de la aceptación dogmática del aserto erróneo de un historiador estadounidense. Nadie lo corrigió a tiempo y el juicio reprodujo indefinidamente su error que, de tal modo, se perpetuó sin limitaciones varias décadas. Sin embargo, este encadenamiento pudo ser roto. Tal ha sucedido recientemente en Madrid, a propósito de una espléndida obra de arte, Expulsión de los mercaderes del templo, una de las más bellas que la ciudad alberga, en la iglesia de San Ginés. Gracias a una paciente tarea documental y restauradora, se ha podido impedir en Madrid la reproducción del juicio que negaba la autoría del excelso lienzo, hasta ahora colgado de los muros de la iglesia de la calle del Arenal, a Domenico Theotocópuli, El Greco (Candía, Creta, 1541(¿42?)-Toledo, 1614).El enredo consistió en que un especialista norteamericano, historiador del arte, Harold E. Wethey, se empeñó ya en 1967 en atribuir baja calidad pictórica a ese lienzo. Sin que conste enmienda posterior y para colmo, Wethey negó la paternidad a su autor verdadero, pese a que su firma, inconfundible, se halla inscrita en un lugar claramente visible de la tela, cuyos rasgos muestran casi todos los elementos a la personalidad pictórica del cretense.
El cuadro, que data de la primera década del siglo XVII, perteneció a un almirante de Castilla, cuyo hijo, Juan Thomas, lo cedió a Francisco Canseco en el año de 1700. Canseco había creado en 1682 una fundación para sufragar la Cofradía del Santísimo Sacramento, con sede en la madrileña iglesia de San Ginés. La congregación se quedó con el cuadro, que desde entonces exhibió en el templo madrileño.
El lienzo representa a Cristo provisto de un látigo, flagelando a unos mercaderes que ocultan sus rostros ante la mirada de algunos apóstoles. Sobre la parte superior de su fondo predominan los tonos grises, marmóreos, bajo los cuales se despliega la sinfonía cromática tan singularmente propia de El Greco: carmines, ocres, azules líquidos.
Atribución incorrecta
La eminencia norteamericana restó al completo importancia a la obra y la atribuyó, sólo parcialmente, al hijo del pintor cretense, Jorge Manuel. Su desdén, ampliado, devino en una condena artística en toda regla durante décadas. El capillismo de algunos núcleos de la crítica artística y las tan difícilmente erradicables inercias en este ámbito hicieron el resto. Comoquiera que el catetismo y la desmesurada xenofilia, imperantes durante lustros en la cultura española, sacralizan todo lo afirmado por el primer especialista extranjero que tercie en cualquier polémica, dando acríticamente a éste la preminencia absoluta, voces tan cualificadas como la del historiador español del Arte Manuel B. Cossío, que ya en 1914 anunciara la excelencia y la autoría del lienzo de El Greco, quedaron sofocadas durante cuarenta años. Tampoco mediados los años cincuenta se tuvo en consideración el poderoso criterio de José Camón Aznar, otro especialista español, quien reiteró los argumentos de Manuel B. Cossío sobre el lienzo en liza. Incluso en la propia Cofradía del Santísimo Sacramento, recipiendaria del cuadro desde 1700, se ha dudado de la autoría del cuadro, que permaneció expuesto tres siglos en el estrado del salón de sesiones.
El caso fue que las negaciones de Wethey se reprodujeron por doquier, hasta que un documentalista español, Juan Morán Cabré, y un restaurador, Antonio Sánchez-Barriga, del Instituto del Patrimonio Histórico Español, recibieron la pasada primavera, en la sede de Ciudad Universitaria de Madrid, un encargo: preparar documentación previa a la exposición de una serie de obras de arte cuya restauración exhibiría la sala de la fundación bancaria del BCH, en la calle de Marqués de Villamagna, 3, en el barrio de Salamanca.
El documentalista y el restaurador descubrieron señales inequívocas para desmontar por completo el error de Harold E. Wethey, pertinazmente aceptado por casi todos: en primer lugar, la inscripción característica, en este caso en cursivas griegas, de El Greco, que con toda limpieza surgía en la pata de una mesa de cambios de los mercaderes que, volcada, aparece pintada en la parte inferir central del cuadro. "No me explico cómo pudo obviar que el lienzo tuviera firma", dice Sánchez-Barriga, "cuando tan nítidamente se percibe", explica. Pero, sobre todo, su sustancia pictórica: "Detrás de esos trazos, de su textura, su cromatismo y de la maestría con la que han sido dados para conseguir ese efecto tan personalísimo, vive El Greco", destaca el restaurador. De no ser que el experto norteamericano contemplara la pieza sólo con ojos de simple archivero, afección grata a algunos peritos sajones, la única explicación racional a una omisión de tal envergadura consistiría en que el cuadro, por razones desconocidas, hubiera sido sustituido durante décadas por una simple copia. Pero Morán y Sánchez-Barriga niegan en redondo esta excusa. "Creemos firmemente que Wethey no vio jamás directamente la obra, salvo a través de fotografías, por lo cual no pudo enmendar nunca su error".
A cien metros de Sol
Lo que, con presumible certeza, sucedió fue que el historiador español Manuel B. Cossío, cuando en 1908 escribió su magna antología sobre el pintor cretense, aún no había tenido noticia del lienzo. Su hallazgo lo debió seis años después al marqués de San Miguel de Silvela, en diciembre de 1914. Hasta entonces, Cossío no lo vio, "a pesar de encontrarse a cien metros de la Puerta del Sol, en la iglesia de San Ginés", según reconoció luego el propio historiador español. Cuando se hizo la revisión de su antología, el hallazgo no fue incluido, con lo que no fue realmente registrado como tal hasta que la hija de Cossío, Natalia, lo incorporó a la edición de 1974.La restauración de la pieza ha permitido también descubrir la magnificencia de la última época del genial cretense. Pintada entre 1610 y 1614, la Expulsión de los mercaderes del templo contiene un prodigioso trabajo de miniaturización, que sorprende a los especialistas que han tratado el lienzo. "Incluye una perfeción excelsa de la técnica de El Greco, siempre muy refinada", reconoce Sánchez-Barriga. "Sus pinceladas son más cortas, más espaciadas, están estudiadas de tal manera que el aceite secativo quedara depositado cuidadosamente".
Por otra parte, la tarea de restauración ha permitido no sólo devolver a la pieza su excelencia, como puede observarse hoy en la sala madrileña y pronto en la galería Thyssen. "Su obsesión por romper los perfiles en una etapa de predominio de los contornos a la manera florentina y la delicadeza extrema en cada pequeña pincelada, demuestran su enorme modernidad y su titánico esfuerzo por crear, con nuevos efectos ópticos, una auténtica obra maestra", explica Sánchez-Barriga. La restauración de una obra de arte brinda, a veces, sorpresas como ésta. Lo sorprendente es que el nombre del autor del hallazgo no conste -más que en una breve nota sobre otro aspecto del cuadro- en el catálogo de la exposición, que omite los nombres de los documentalistas y técnicos del Instituto del Patrimonio Histórico Español que han informado la exposición. "Yo no he descubierto nada, sólo he dado fe del hallazgo de Cossío", dice Juan Morán.
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